jueves, 10 de agosto de 2017

Confesión de Tolstói, todo lo importante está fuera de mí, fuera de lo pienso que soy.

BUSCABA mi estimado Lev la verdad del campesino para conseguir entender cómo refulge lo sagrado en cada realidad, a cada paso de la vida. Y leo Confesión, poseído, como decía el doctor Samuel Jhonson, "cansinamente", me entrego al texto. Al término de cada página me asomo a la ventana para contemplar la tierra, en este caso, el mar que me acompaña desde la infancia. Y miro a los hombres como acontecimientos únicos y singulares; escucho a los que hablan en el surco del tiempo, ya en el lado etéreo de la vida. Leer es conversar y la conversación silenciosa conduce a la búsqueda.

En ese territorio me hallo a solas, leyendo, escribiendo, contemplando la verdad que refleja lo sagrado, pero intento desgajar de mi razonamiento todo lo razonable, trato de alejar de mí lo que pensamos que es verdad y ciencia: "En mi búsqueda de respuestas a la cuestión de la vida, experimentaba el mismo sentimiento que el hombre que se ha perdido en un bosque".

En un bosque, un sendero, la inmensidad del mar las certezas científicas y lo que pretendemos establecer como razón única se desvanecen. Mientras tanto Tolstói se vale de algunos textos de Shopenhauer, de Sócrates, de Salomón y de la sabiduría india. Al citarlos él los estoy leyendo yo en un ejercicio cervantino de lectura. Leo con deleite pues esta lectura va desmontando los anclajes de antaño y me renueva y reconcilia con lo que trato de entender.

Todo es vanidad, me digo, todo vanidad. Engañarse a uno mismo no tiene sentido, antes al contrario, de este modo se alimenta la vanidad, la estulticia individual más cegadora. Amo la condición humana, pero no a mí; adoro el momento estelar de la vida, pero no mi vida; todo lo importante está fuera de mí, fuera de lo pienso que soy.


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Piensa, el que se aleja del centro indudable en poesía, que otros los que se apartan; como el mar, todo es transformación y permanencia.

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La armonía de vida para el poeta reside en su raíz primera e invisible, el origen al que acude siempre que vive, siempre que escribe.

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Los ojos del poeta contemplan siempre un vacío lleno de ideas.

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He perseguido el rastro de tu fuego en la noche el fulgor de tu mano con el sueño del fauno, el temblor de tu cuerpo sobre el campo tendido
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