sábado, 4 de marzo de 2017

Sufismo de bancada y diálogos con vinos. Huizinga y Kazantzakis (Madrid III)

AHORA escribo de nuevo sobre mis días en Madrid y lo revuelvo todo en la memoria para que parezca un ejercicio de narrativa que aspira a convertirse en artefacto ficcional. 

Prosa al caer la tarde y lecturas. Me había quedado toda la noche leyendo y, claro está, escribiendo la lectura. Con el lápiz verde que me había regalado E. acudía a los párrafos y líneas y expresiones más sugerentes del libro de Vila-Matas para proseguir con su lectura en la noche. Yo mismo me pensaba un Mac y su contratiempo que tratan de escribir y repetir lo que estaba leyendo en esos momentos. 
Me asomaba a la ventana de la habitación de vez en cuando para observar la anatomía de la noche en la ciudad. Madrid, de noche, sigue viva y las luminarias que se observan a lo lejos hacen creer al que las observa que la gente encuentra en la noche un aire de libertad, de transgresión, de abstrusa melancolía por ser quienes son o por lo que ellos creen que desean ser. 

Antes, por la tarde, tras la presentación del libro, estuve tomando vinos con J.R.R. y J. A J. no lo conocía de nada; es un señor de setenta años, inteligente, perspicaz, que me preguntó, antes que nada, por qué San Juan de la Cruz. Al calor de mis respuestas, J. prosiguió con una sarta de elocuentes referencias al mundo sufí y a la mística sufí. Las estuve anotando con sumo cuidado y pude completar en el cuaderno amarillo una recopilación de títulos que ya he empezado a leer. 

El texto en el que nos centramos fui la Subida al Monte Carmelo. Lo conocía de memoria J., lo susurraba a cada paso y cada sorbo del vino blanco que habíamos pedido con el queso majorero.  La conversación iba desde la obra de Kazantzakis hasta la de fray Luis de León pasando por la poesía de estos años hasta desembocar en la obra de Mathias Enard, Brújula
Entre tanto, risas, complicidades, menciones de versos, pasajes de obras, referencias a sucesos vitales más o menos azarosos. El vino iba trazando las pautas y pasamos a un vino más propicio a la declaración. De la poesía falsaria de estos momentos se dijo algo, de pasada, también de la falta de lectores que estaban en las editoriales y que eran, en gran medida, los que filtraban a los editores lo que debían publicar. No faltó la ponderada estampa de Fernando Quiñones y los avatares de lo que supone escribir poesía en estos tiempos y no pertenecer a batallón, capilla, hermandad o cenáculo alguno. J. siempre ponía el desenlace a todas las conversaciones con una sugerente y amable reflexión. 

Decía al comienzo que escribía de nuevo sobre los días en Madrid y lo realizo mientras voy en el tren y el vagón, al completo, está pendiente de una nefasta película de acción. Agarro de nuevo el libro de Vila-Matas y comienzo lo que el narrador denomina "juego humano". Esa expresión me recuerda al magnífico libro de Huizinga, Homo ludens, y en esas me quedo, tratando de jugar, disfrutar, divertirme con todo esto de la literatura y sus circunstancias.