lunes, 30 de enero de 2017

El devenir consumado

SUCEDIÓ al término del último encuentro. Al chocar las manos advertí un frío tremebundo en su piel que se trasladó a mi corazón, al tuétano más recóndito. Su mirada se había vuelto oscura, sus palabras perversas, diabólicamente siniestro era todo él. La disarmonía se apoderó de mí. Temblé. Respiré profundo y aprendí la sospechosa lección de la apariencia.   
Todavía recuerdo la enseñanza de Gonzalo de Berceo: el diablo se transfigura en humano porque anhela su claridad e inocencia. Acude a ti, profundamente, en la limpia estación de tu liviandad y mantén firme tu fidelidad a la existencia. Somos el devenir consumado, pero debemos serlo en unidad.                    
  

jueves, 26 de enero de 2017

Qué paz cuando actúo al dictado del corazón.

PERCIBO que va quedando, desnuda y turgente, la melodía incesante de la dignidad. 

***
Qué paz cuando actúo al dictado del corazón.

***
Así en el arte como en la vida, el discurso que nace de la verdad siempre nos acerca a lo bello y armónico.

***
Y la digna estación en la existencia debiera sobrevolar cualquier atajo a lo falso. Un Ícaro que, a pesar del sol, anhele sus alas.

***

Porque me entrego puramente a lo que amo, a quien amo, cuando me retiran de su vida sin un porqué nada vuelve a su entera pureza de entonces. La causa de desarmonía es siempre siniestra.


martes, 24 de enero de 2017

Fauré y el arrullo de la muerte

FAURÉ deseaba huir del sentido macabro y siniestro de la muerte en las composiciones musicales. Anhelaba un canto que fuera "arrullo de la muerte" y que propusiera una sagaz forma  y armonía que confrontara la humanidad con la muerte misma. Replicantes en la música con arpas que representan fibras celestiales.

La muerte de sus padres amparan el comienzo y el cierre del tiempo en que fue escrita la obra. El propio músico llegaba a manifestar que la muerte era un acto de liberación cósmico. La muerte en el Romanticismo entendida como una sucesión, un rito de paso hacia la otra dimensión de la vida que, aunque desconocida, adquiere la pertenencia a lo incognoscible. Y en esa materia que la poesía trata de agarrar como un huracán contenido poco o nada poco decir. Solo la música es la única manifestación humana que nos acerca a la naturaleza nuestra, profunda, interna, que jamás conoceros. Por este motivo, escuchar música, como la de Faurè, es un acto de entendimiento y reflexión de la condición humana.  

viernes, 20 de enero de 2017

HAY una épica diaria en la escritura de diarios. Si nos arrimamos al étimo de la palabra épica podríamos incluso intuir la necesidad de narrar, sin más, el evento de vivir día a día. Sin embargo, como sucedáneo de la narrativa puede ofrecer posibilidades literarias en las que se podría experimentar y explorar fórmulas de narración. 
No necesariamente debe ser un yo el que hilvane los acontecimientos escritos. La pluralidad del yo manifiesto debería ser sinfónico y, además, desplegarse en distintos géneros literarios. En el diario cabe la intimidad de un poema que se está pergeñando junto a la redacción de un relato, la escritura envirotada de un pasaje cotidiano con el censo de las lecturas que termina uno de escribir. Sea cual sea la naturaleza de lo escrito, el diario es una suerte de diván personal que sosiega los demonios personales en forma de literatura. 
Casi diez años después de que comenzáramos esta aventura, -ya una necesidad vital-, de escribir a diario seguimos manteniendo las mismas dudas, las mismas inquietudes, acaso el mismo temblor ante la profunda blancura del silencio interrumpido.







        

jueves, 19 de enero de 2017

Música desnuda en Palestrina, delicada claridad en Tomás Luis de Victoria.

A CAPELLA, casi desnuda, es la música de Giovanni Pier Luigi di Palestrina. En su severidad constructiva emerge una profunda serenidad compositiva; cada voz es un litigio con la meditación. Con su obra aprendo que las fuentes que inciten a la composición pueden ser diversas, motetes, madrigales, canto gregoriano y composiciones propias o de otros autores contemporáneos. 
Palestrina me conduce, inevitablemente, a Tomás Luis de Victoria. Este compositor y sacerdote ensancha mi pasión por este tipo de artistas que, llegado el momento, deciden retirarse, abandonar la empresa, dedicar ya plenamente las horas al latido del corazón, a la concordia con el mundo mismo. 
Es famoso el pasaje en que el músico le escribe a Felipe II advirtiéndole de su necesidad de abandonar su tarea, volver al suelo patrio y dedicar su tiempo al tiempo de la meditación hacia la muerte. Escribió: [...]"gozar de honesto descanso entregando el espíritu a la contemplación divina".[...]  

Estuvo en el funeral de su maestro Palestrina, -¿cuál sería su mirada sobre el cuerpo difunto del viejo músico, qué coda final se le vendría como del rayo ante aquella danza del fin y del porvenir?-. Sucede que en la música de estos hombres la religión y la disciplina religiosa acaban por diluirse cuando uno escucha con sosiego los compases. Y es esa quizás una seña de identidad de las obras naturales, las que, aun teniendo en su tiempo contextos y circunstancias inevitables, resurgen más allá de sus días. Esa fidelidad a la obra que muestra no solo Palestrina y Tomás Luis de Victoria, sino muchos otros autores, era la manifestación de que existía una consciencia artística y cultural que ,dudo, exista en la  actualidad. 

    


domingo, 15 de enero de 2017

La verdad expresada con Steiner, Marcel Proust y San Agustín.

LA LENGUA posee la dinámica misma de la ficción. Cuando ella comienza su acción verbal la ficción es consustancial. Podríamos decir que cuando la lengua funciona, se concilia el funcionamiento de la forma y la idea. hablar de algo es un acto de ficción tanto como escribir una ficción, tan solo los niveles de diégesis o de profundidad o capas de realidad las distinguen. 

La lengua crea  desde su misma consciencia. Los relatos bíblicos y de otras religiones, así lo demuestran: el hombre haPor esto mismo creo en la  tenido consciencia de la fuerza de acción de la palabra sobre la idea de la realidad. Dice Steiner de forma luminosa: "toda la historia de la ficción se aloja en la gramática del pretérito". 

El discurso, por tanto, es el grial de nuestras vidas. Dependemos plenamente de lo que verbalizamos y además volcamos en el discurso los sueños, las esperanzas, los recuerdos...todo lo que nos hace realmente humanos en la tierra. 

Esto llevado al campo de las manifestaciones individuales nos conduce a la inextirpable posibilidad de decir, es decir, los juicios literarios son en su mayoría irrefutables pues lo tendríamos que hacer con otro discurso. No hay método de juicio del discurso más que el del discurso. 

En definitiva, trato de llegar a la conclusión de que no existe método alguno para refutar una manifestación estética (lírica, narrativa o dramática) que no posea o bien argumentos discursivos o bien argumentos lingüísticos. Estos últimos, con los que el estructuralismo quiso llegar a la literalidad, al hecho en sí, ha dado buenos resultados, pero no dejan de ser tanteos que se escurren en la interpretación subjetiva del lector. 

Por esto mismo creo en la instrucción individual del espíritu, es la manifestación diáfana de las obras que pertenecen al devenir de la espiritualidad común y ancestral. Así las cosas, puede uno leer a Marcel Proust con el mismo deleite que San Agustín. La materia del espíritu es inmensa y no son irreconciliables los términos de expresión, antes al contrario, son complementarios. 

Cuando San Agustín llega a Milán para aprender de San Ambrosio, manifiesta lo siguiente en el Libro V: " Y mientras habría mi corazón para captar la elocuencia con que disertaba, de igual modo entraba también la verdad con que hablaba. [...] la verdad es que aunque no me preocupaba de aprender lo que decía sino tan solo oír la forma en que lo decía mi espíritu acudía a la vez las palabras, que apreciaba, también el contenido, que descuidaba". 

Marcel Prout supo reconcilarlo todo en un pasaje de crisol: el tiempo en su propia búsqueda. Una obra que confiere al lector lo propio de la lírica, deshacer el ruido del tiempo en una sola cosa.  


sábado, 14 de enero de 2017

De la naturalidad en poesía y la mandolina de Vivaldi.

EL CONCIERTO de mandolina de Vivaldi es un prodigio y un ejemplo máximo de inteligencia creativa. No contaba Vivaldi con una tradición sólida, edificante, con la que construir sus composiciones musicales para un instrumento que irrumpía en su tiempo. Sin embargo, el equilibrio entre el órgano y la mandolina, entre sus modos de ejecución y sus timbres, otorga una propuesta renovadora y fascinante. 

Esto mismo llevado a la poesía nos puede ayudar a encontrar una propuesta personal, equilibrada, que contraiga en una misma razón creativa  lo contemporáneo y lo esencial. Para ello, debemos contener en el imaginario lo que otros hicieron con maestría al tiempo que debemos mantener una labor frenética de búsqueda continua de expresión. En ocasiones, para la poesía, la búsqueda es silencio. 

Siempre me pareció Vivaldi un compositor extraordinario, una suerte de Valéry de la música por lo que mostró en su prodigiosa capacidad creativa. La música de Vivaldi posee momentos deslumbrantes, únicos, geniales. El concierto de mandolina es uno de ellos. 

Hablaba del equilibrio en la poesía y en cómo puede uno aprender de ese proceso tratando de entender a artistas de distintas disciplinas. En la historia de la poesía hispánica uno de los periodos que me mejor supo conciliar lo nuevy lo antiguo fue el Renacimiento (puede que el mejor). Cervantes está en ese parnaso de autores que sirven de goznes entre una época y otra; pero también Manrique, Garcilaso, fray Luis. El caso de san Juan de la Cruz lo dejamos como un ínsula extraña en el devenir de nuestra lírica, por su extraordinaria y singular propuesta. Posteriormente, Quevedo, Lope y Góngora, cada cual con sus propuestas personales supieron recoger el fruto cierto de estos lírico renacentistas, no renegaron de ellos, antes al contrario, los llevaron al extremo de su expresión lingüística. 

Sea cual fuere el caso del poeta de marras, lo cierto es que busca uno perpetuamente lo que denominamos la naturalidad en poesía. Y parece que, con el tiempo, la naturalidad consiste en el encuentro de la individualidad con la pluralidad, de la voz monódica que se incardina en el sinfónico decir de lo permanente. Cuando eso sucede, en el himno gigante y extraño, el decir poético trasciende su tiempo y se desprende del autor que la germinó. 










miércoles, 11 de enero de 2017

Más frágiles, más vivos, más fieles.

LA GRACIA de escribir es como la gracia de ser, se tiene o no se tiene. Hay escritores que por más que se empeñen en querer desarrollar la gracia, el don, el talento, el genio no lo logran. Lo mismo sucede cuando uno lee que un grupo de poetas van a hablar en torno a J.R.J. aun sin que ellos hayan manifestado jamás en sus versos un ápice de la herencia juanramoniana. Pero la literatura o, en mejor decir, los vestigios y aledaños de la literatura están en ese calibre, en ese estadio de mediocridad. Solo nos queda ser cronista del derrumbe. No hay salvoconducto por la originalidad. 

Por eso mismo vuela uno a su refugio personal, solitariamente decidido a desdecir lo que le provoca estas siniestras actuaciones. Lo siniestro, ah, lo que me detona todas las malas vibraciones posibles, cada vez más derramada en más individuos que desean ser lo que jamás serán. 

Se me viene a la mente Marcel Proust, agarro el volumen y lo transcribo: «Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita, el edificio enorme del recuerdo». 

Y así pasa todo de hito en hito, ya me reconfortan muy pocas cosas, quizás las que siempre fueron verdaderas. me alejo de lo siniestro, de lo que nunca fue verdad y me arrojo a las manos límpidas de F. a la piel de E. al susurro de M.C. también al suculento armonizar de la noche copiosa y las música promiscua del ser.   

  

martes, 10 de enero de 2017

París, el olvido de sí y la razón oculta.

HOY he recordado aquel paseo por la orilla del Sena cuando éramos todavía fugitivos. Ibas agarrada de mi mano y llevabas el libro de Cortázar en la otra. El frío era de un rigor estatuario, nos relegaba a que los cuerpos estuvieran juntos, en socorro. A cada paso, me leías una página, un pasaje, un capítulo del libro con la cara iluminada. En el Ponte Neuf casi nos chocamos con el señor que estaba tocando la guitarra, -el tango de Gardel en la ribera es danza de luz-, pero nada nos hacía salirnos del momento de vida. La tarde completa, contemplando la anochecida en nuestro jardín preferido, es la estampa de la plenitud en nuestra memoria. Nunca estuviste tan bella como en aquella sentada de horas en la Place Dauphine.     
Cortázar nos había entregado para nosotros el episodio de la noche anterior en Polidor y el castillo sangriento seguía latente en nuestra fragilidad de frugales individuos que pensaban en la vida intacta.
Uno de los pasajes que leías de Rayuela lo recuerdo con exactitud cristalina, andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Era el tiempo del encuentro y ese encuentro perdura hasta estos días, estas mismas tardes en el sur que tanto se asemeja a la caída de la luz en la piedra de París.   
Creo que este episodio ha remontado hoy en la memoria por sobre los demás porque la luz es la misma de entonces y esa luz me ha hecho preguntarme por lo que somos, por lo que fuimos en ese momento y no atisbábamos. Por esto mismo, tomando del libro otro texto, voy entendiendo los pasos juntamente y como se preguntaba el escritor, por  las razones de arriesgar el presente por el futuro, entiendo que estabas ya como razón de amor, como razón de la vida que ahora nos supera y compartimos.  
(Relatos)

lunes, 9 de enero de 2017

Palabra, alma, estilo, tiempo y verdad.

LA palabra humana es el don que nos une con lo incomprensible.

***
"Busca en ti mismo la paz del alma", decía Marco Aurelio; sostén tu palabra y tus acciones en el surco de ese encuentro, me digo en silencio.

***

¿Has visto aquella barquita menuda soportando el oleaje contrariado sobre sus tablas? ¿Ves cómo se mantiene a flote, cómo busca el equilibrio, cómo desafía el vaivén cambiante de los coros y las voces de lo siniestro?

***

El estilo es el abandono de todos los estilos; la voz es la confluencias de voces en polifonía.

***

Con el tiempo, lo que menos soporto es la incoherencia ética en los hombres y eso consiste, ni más ni menos, en decir una cosa y hacer otra.

***
Cuando uno se entrega con verdad tan solo desea recibir verdad. Por eso hay selección continua en todo.






domingo, 8 de enero de 2017

El tiempo es lo que queda de este sueño y y tú eres la materia de esos sueños.

PARECE que el tiempo es en sustancia una pátina que va disolviéndose a medida que los años avanzan. Digo los años por utilizar una palabra, un vocablo, pero, con todo, la certeza de que existe una circularidad y una renovación perpetuas es cada vez más diáfana.  Nuestra materia va tomando la escansión hacia la muerte de ese tránsito y nuestra vejez puede que no sea más que un desgaste de volver a ser siempre lo que fuimos. 
No sé si me explico en abierto en el párrafo anterior, pero podríamos decir que somos como naturaleza: una y diversidad, un cambiante carrusel de seres que son siempre los mismos, el mismo. El árbol se mantiene en su idea de árbol más allá de sus circunstancias y cambiantes formas. Lo propio con nosotros, una vez adquirida la idea ética de qué pretendemos ser la consciencia anida en ese presupuesto por siempre. 
Sin embargo, a cada vuelta y cada transformación se produce un despojo  (amistades, palabras, libros, viajes, objetos, vida misma) y, al tiempo, una prístina semblanza en la consciencia comienza a tallarnos la finitud en la frente como sucede en los últimos cantos de la Commedia. Las señales son cada vez más claras, comenzamos a ver sin ver, a escuchar sin escuchar, a vivir sin tener vida. 
La invisibilidad se hace colorida y alrededor suenan los chelos con la música cautiva del ser. 

Y de repente, como advertía Dante, llega el momento de la consciencia plena, el punto en que nadie es imprescindible en tu vida, en que se evidencia si las raíces y la hondura de nuestra estancia habían sido profundas, verdaderas, blancas. El viento de las contrariedades zumba y zarandea los cuerpos. En ese estadio, todo lo que devenga será dádiva sobrante, extensión periférica. Pareciera que todo comienza a tomar su pulso exacto:  el mar, las nubes, el aire, la amistad, el puro amor providente. 

Y vivimos de hito en hito, acompasados por la figura de la noche en nuestros ojos. 





lunes, 2 de enero de 2017

Danzas y flautines en la tarde. Cancioncilla por añadidura.

ASÍ CORRE el comienzo de la nueva estación. Diego Ortiz, Luis de Millán, Mudarra, Cabezón y Pastrana van inundando la tarde con la cadencia de la música renacentista. Una música que se encontraba en un estadio que tengo para mí como muy fructífero, pues en este periodo música y poesía vuelven a reconciliarse como nunca antes lo habían hecho. 
La palabra acomodada a una cadencia muy cercana a la música de su tiempo; en paralelo, la música avanza al socaire de las composiciones líricas, como si hubiera ido creciendo en inmensidad hasta hacerse independiente. En esas etapas de acercamiento, que para verlas tendremos que esperar hasta el XIX, las dos disciplinas que adoro me han dado momentos de placer y de gozo, me siguen agrandando como lector y escuchante.  

Especialmente la pureza lírica de estas composiciones, con el tiempo, me han ido dando muestras de su gran cualidad como elemento creativo. Más allá del exacerbado sentimentalismo, anida en ellas una pureza natural, un decir pulcro, una soltura rítmica que me fascinan y que, al tiempo, me hacen volver al inicio de todo. Es lo que denomino la música del idioma, la sonoridad revivida en la palabra poética. 

El inicio es la vuelta a la palabra primera, a la búsqueda del decir propio en poesía. Difícil trabajo el del discurso propio, pues está en la naturaleza del ser ir con el cambio, acontecer a la medida en que la consciencia se transmuta. Por eso mismo, la poesía es palabra en el tiempo y nos vuelve hacia nosotros, hacia lo que comenzamos a ser.   


(Invierno 2017)



VI
Las nubes, a lo lejos,
en la llanura,
confunden a tus ojos
con la hermosura.