miércoles, 9 de noviembre de 2016

E. y F. me muestran el Tao sin leerlo. Soliloquio del farero.

PARECE que los niños traen el Tao en su naturaleza, que no lo asumen tras su lectura sino que ellos mismos hubieran sido naturalmente esencia de ese libro. Por este motivo, te digo a ti, -que gustas de libar en estas páginas y extraer aun sin reconocerlo-, tal que el Tao: "los sabios actúan sin acciones".

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Uno de los primeros poemas de Cernuda que me aprendí de memoria fue "Soliloquio del farero". El ritmo del poema es todo un aprendizaje; muy cernudiano, con ecos de Bécquer y fray Luis, pero con las resonancias de la poesía existencial de su tiempo y de las lecturas que había asimilado. La escritura es particular en su desarrollo sintáctico, ora de calibre clásico ora desaforada y versicular. Espléndido hasta el final, el ritmo. Y el tono, incuestionable. 
El orbe semántico que construye es un hallazgo que, con el tiempo, crece: se va convirtiendo uno en ese farero que aprovecha las huidas de la luz para encontrar la luz, que trata de crecer en la ausencia de la luz para hallar la estepa sonora del individuo. "Tú, verdad solitaria", invoca a la soledad profunda de la noche, del mar, del silencio en un todo abisal. 

Más allá de la metáfora, Cernuda despliega una suerte de metalepsis en que los niveles de ficción se confunden: vida, farero, poeta, condición humana. Porque los faros alumbran a la nada inmensa, al mar y sus profundos enigmas, son destellos de luz en la nada habitada de naturaleza: "Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres". 

Y así termino Invocaciones, no sin antes percatarme de lo que se cecinaba en las nubes y en libros posteriores que son en los que aparezco como fantasmagoría y lector ensimismado.