lunes, 22 de agosto de 2016

Don Juan Manuel, Borges, Cortázar

ACABABA de leer los cuentos de El Conde Lucanor y algunos pasajes de El Quijote; fue cuando decidí volver a leerlo. Cortázar, con Borges, me descubrió las dimensiones estéticas del cuento como formulaciones prodigiosas de la ficción. Ellos además me marcaron como lectores las pistas necesarias para poder comenzar a deleitarme con este subgénero de la literatura que, en definitiva, es tan antiguo como la propia palabra del hombre. De ahí, a otras literaturas como lector en búsqueda. 
Porque la lírica nació musicada y el teatro es artefacto posterior y casi ceremonial. La narración, sin embargo, es connatural al hombre, al entendimiento que poseemos de la realidad. Nuestra consciencia es a priori narrativa y, como consecuencia, intolerante a las abstracciones en que todo sucede como una polifonía. Es ahí cuando la poesía se convierte en un razonamiento luminoso y que sobrepasa las aritméticas de la narración. 
Sin embargo, una narración construida desde la literatura convoca para el lector una suerte de reflejo personal, de fascinación ante lo que lee, de encuentro especular. Eso sucede con muchos autores, pero recuerdo vivamente que Cortázar despertó una sensible atracción sobre el cuento. Con el paso del tiempo, Borges me hizo no sólo seguir siendo un lector de cuentos sino que me condujo a entender que el cuento podía llegar a convertirse en un acto de pensamiento, de proyección estética y ética. 
La narración visceral, como en "Las babas del diablo", no he vuelto a encontrarla en ningún otro escritor de cuentos. Tan solo Javier Marías me ha acercado a esa fabulación del acto de contar. El resto son narradores profesionales, de escuadra y cartabón, en que todo sucede en medida, según sus planes de narración y en que la materia sin importancia está presente en la mayoría de sus páginas. Sí, quizás Piglia sea una excepción y algunos más, estoy de acuerdo, pero la fuerza ficcional de Cortázar, el empuje hacia la palabra que brota hasta degollar al lector no la he vuelto a experimentar. Con Borges, me sucede que soy siempre parte del relato que voy leyendo; con Cortázar, me siento como el lector en el sillón de "Continuidad de los parques".