sábado, 18 de junio de 2016

FRANCISCO DE MEDRANO, afirma Dámaso Alonso, es un poeta de imitación. Con este aserto de mi admirado Dámaso pude comenzar a entender qué idea estaba latente en la creación renacentista. Desde entonces, todos los cauces por los que ha discurrido la creación literaria me han parecido sucedáneos de esta posición estética con las manifestaciones de la literatura. 
Es un debate antiguo y que encuentra respuesta en cuanto uno se pone a leer sin descanso, sin fatiga, sin cesárea, la creación literaria es una conjunción entre la permanencia y la transformación. 

Todos los que hayan leído poseen una idea formada de qué es la literatura y la edifica en función de los libros que ha leído. El acto de la lectura es artificial, no es natural como el de la lengua. Por eso, nuestra experiencia literaria está emparentada con la experiencia de la lectura. Es la matriz y es la que nos hace proyectar qué es la literatura y qué podría ser. En este condicional y subjuntivo se encierran las dimensiones de la creación literaria. 

Medrano y otros autores nos enseñan que la imitatio es un concepto demasiado complejo como para desestimarlo sin más. Imitación, claro está, de Horacio y de Tasso, la difícil tarea de impregnar una obra, en otra lengua, con los alcances éticos y estéticos de la obra del poeta de la contemplación. 

En la literatura, como en cualquier otra disciplina, el fundamento es previo. Y es necesario tener nociones del mismo, experiencias previas, relaciones intertextuales propiciadas como lectores. Lee uno a Medrano, el sosegado discurso de un barroco decidido a la vertiente clásica, de un barroco imbuido en la necesidad de la claridad:

"En el secreto de la noche suelo
Sorino, contemplar las luces bellas,
y, mudo, platicar así con ellas
porque, envidioso, no me estorbe el suelo"
[...]

Reescribo el comienzo de un soneto que aborda la cercanía a la muerte o en la propia muerte por delante. De tono hondo y petrarquista, sin embargo envuelve una verdad poética, un decir diáfano de voz propia. Sucede así con las odas. Qué dulce silabeo en:

"Tú escribe, otro Píndaro, otro Homero, 
aquellos, o deidades celestiales,
o héroes milagrosos
que en pacífica toga o en acero
sangriento, ya prudentes, ya espantosos, 
tus versos inmortales
con hechos merecieron gloriosos". 
[...]


El decoro, tan oculto en la actualidad, la convenevolezza, en el verso hispánico con Medrano. Pareciera que la consigna de Horacio ("ut pictura poesis") sobrepasa, con el tiempo, la relación entre artes plásticas y literaria, pues bien parece que propone un modo de creación y de recepción, de escritura y de lectura, la que el propio Bartolommeo Fazio explicaba: " Un cuadro no es más que un poema silencioso".