domingo, 1 de mayo de 2016

El reflejo inquietante de la verdad pronunciada.

QUEVEDO era un gran lector, un lector virtuoso, amante de la letra envirotada y fulgurante, pero también un embelesado de los buenos libros, del objeto. Se demuestra esto en los prólogos a sus Sueños y Discursos. En "El mundo por de dentro", en el prólogo quiero decir, dirige sus palabras al lector: "cándido o purpúreo, pío o cruel, benigno o sin sarna". Distingue, con el filamento intelectual del Barroco, distintos tipos de lectores porque él mismo conoce la naturaleza propia del lector. 
En este sueño es ya un escritor ascético, que rezuma la literatura vivida de fray Luis, acaso su posicionamiento vital ante el fin de sus días: "Es nuestro deseo siempre peregrino en las cosas de esta vida, y así con vana solicitud anda de unas en otras sin saber hallar patria ni descanso". 

Es conocida la admiración de Quevedo por Séneca, una admiración que nos lleva a leer al propio filósofo en las letras del poeta español. Leemos Epístolas morales a Lucilio de Séneca en la obra de Quevedo pasado por el cedazo de su ingenio, de su retórica actitud ante el tiempo: "¿Tú por ventura sabes lo que vale un día? ¿Has examinado el valor del tiempo?", se pregunta Quevedo en un eco embelesado desde la antigüedad. Fray Luis, Séneca, el verbo de Quevedo, y luego Borges, por ejemplo. Discurso del tiempo, de la literatura. Pero también Erasmo. 
"Cuerdo es el que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir", leemos en el verbo de Quevedo que es ya crisol de palabras antiguas, renovadas en el vaso de su verbo. Esta sentencia bien pudiera leerse en cualquier pasaje de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha  pero la leemos en Quevedo, en un poeta que, cuando escribe en prosa se hace hombre de su tiempo, de un tiempo de transformación y permanencia, de claridad tan descarnada que aún hoy, al leerlo en susurro, provoca el reflejo inquietante de la verdad pronunciada.