jueves, 21 de abril de 2016

Leer es confirmar nuestra fe en la palabra.

LA historia del pensamiento, de la filosofía, es la historia de la escritura. Toda escritura es el arte de materializar el pensamiento. La poesía, en este sentido, es el arte que trata de materializar el pensamiento en virtud de una armonía estética. Sea cual sea esa armponía es perceptible para el lector, reconocible desde el instante mismo de la lectura. las lectura es un desvelo, aletheía, de esa cristalización verbal.  Su ejecución se hace posible porque el creador posee la virtud, la condición para someterse al proceso de transmisión. Con qué claridad explicaba todo esto Platón, también Dante y el propio Bécquer. 
San Agustín manifestaba en relación con estas disquisiciones: "Cuando se escribe una palabra se hace un signo para los ojos a través del cual entra en la mente lo que pertenece a los oídos". Estas palabras dirimen el significado de literatura, más allá, de la palabra en sí como elemento material, que encuentra acomodo en la forma sonora  y figurativa. Forma y sonido que conjugan la materialización del pensamiento. 
En este orden de cosas, no podemos obviar que tras la materialización del pensamiento el propio pensamiento adquiere otra razón en sus orígenes, pues la palabra es a un tiempo creación y denfunción, establece una forma para eliminar todas las restantes; prefiere una selección y combinación de elementos para desestimar los restantes elementos de la realidad. 
Así las cosas, la palabra es igualmente lo que conduce al pensamiento a un parto formal, a una estación de pátinas sonoras que jamás volverán a disolverse, a des conjuntarse. 

Lo que se escribe en literatura es definitivo, pues un cambio en la forma es un cambio en el pensamiento que la mueve. Y a la inversa. Es así como un poeta se encuentra siempre en la tentativa del silencio y, al mismo tiempo, del decir desmedido. Es su estado natural: el limítrofe ser de la palabra. 

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Aunque el escritor no lo quiera, todo lo leído se trasluce en la escritura. Por eso no se puede leer todo, ni estar en todo como lector, ya que eso conduce a la mixtura de lo falso, de lo sombrío que se cuela en la claridad fluyente de la fontana literaria.