domingo, 20 de marzo de 2016

El invisible idioma de la mortalidad.

No somos más allá de nosotros mismos. 

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LLEVO varios releyendo a Góngora. Estamos ante un poeta excelso de nuestra lengua, magistral, único en su especie. La lectura de algunos versos me han conducido, de nuevo, a ese estadio de relumbrón que todo mortal vive con el ejercicio de la lectura, de la lectura vivida y pulcra de un autor que desprende luz en los versos. Construcciones polifónicas, relaciones semánticas entre vocablos  por los que Valle-Inclán hubiera sacado un arma de fuego; neologismos, intertextualidades inauditas...un mundo propio que se despliega, eso sí, desde la palabra y en la palabra dadora. 

La crítica ha querido vincular este poeta a la Generación del 27; hoy, después de algunos años sin leer al poeta cordobés con detenimiento, me causa cierta gracia: ningún poeta del 27 se acercó a Góngora en ningún caso. Estamos ante fenómenos distintos, los autores de ese grupo poético son ínsulas individuales, con suerte desigual, que jamás encontraron el hilo portentoso de la palabra gongorina. 
El propio poeta lo resuelve con unos hermosos versos: 

[...]
"El jüicio, al de todos indeciso, 
del consuro ligero" 
[...]

T.S. Eliot lo expresó con dominio y contundencia en uno de mis libros de cabecera Four Quartets:

[...]
Porque solo se aprende a dominar las palabras
para decir lo que uno ya no quiere decir
[...]

En efecto, la creación poética es un desvelo de la realidad nombrada que se dirige, precisamente, a su transparencia. La palabra verdadera en poesía no desea decir todo; ser ella latente realidad, sino antes al contrario, el río de la palabra verdadera permite trazar los surcos del invisible idioma de la mortalidad. 

El propio Maestro Eckhart, que desarrolló una disciplina ajena y complementaria a la literaria, lo manifestó con mucho tino: "Lo esencial es quietud". 
Pero una quietud fructífera, polifónica, dinámica, en espiral y concentración, en infusión, viva, incontenible, como un manantial transparente, un flujo vivificante. 

Hoy quizás pensamos que el sujeto creador en la literatura es el elemento vertebral y hemos desustanciado la importancia de la lectura, de una lectura virtuosa y meditada, reelaborada a medida que nosotros mismos somos cambiantes y firmes, dinámicos y perpetuos. 


El mismo Plotino manifestaba: "El éxtasis  no conviene perseguirlo, sino esperar tranquilamente a que se aparezca, preparándonos a la contemplación como el ojo espera la aparición del Sol". 

Claro está que esa espera y equilibrio debe ser abonada por acciones éticas de los individuos: renuncias, decisiones, acciones que no siempre encajan en los hábitos de la vida contemporánea y que merman las capacidades literarias y personales. No tienen cabida la injuria ni la cólera, tampoco convertirse en un francotirador de los poetas o escritores contemporáneos: tan solo el recogimiento, el sendero blanco de Rilke atravesando Duino, Dante, la elegía de Leopardo, el magisterio íntegro de Platón, el acantilado, el corazón latente, el invisible idioma de la mortalidad.