martes, 3 de noviembre de 2015

2045 textos componen el diario actualmente. Textos escritos casi todos a la lumbre de las lecturas. Podría decirse que la historia de este diario es la historia personal de una biblioteca, acaso de un lector. La vida y la vida lectora de un individuo que escribe las lecturas al igual que la vida; como establecía Borges, el jardín de senderos que se bifurcan y que provocan que el individuo pierda, se pierda, en esa delicuescente sensación de ser algo en nada. 

Leo, en estos días de recogimiento, el último libro de Piglia, Los diarios de Emilio Renzi. No en pocas páginas me he sentido identificado, no en pocos pasajes he podido verter la sensación de estar leyendo justo lo que he creído vivir a lo largo de estos años. La confusión entre realidad y ficción entiendo ahora que es el paradigma del lector, del individuo que cede sus días a la estancia indómita de la literatura. Poseído de lecturas y entregando, quizás sin saberlo al comienzo, la consciencia, la memoria, el recuerdo a la confusión entre lo ocurrido y lo que hubiera ocurrido si lo escribiéramos.

Leer y escribir suscitan un ejercicio que llamé "escribir la lectura", consiste en un acción del espíritu provocada por un contacto sensible, emocional. Escribir la lectura es una respuesta razonada a una experiencia intelectual. Leer y luego escribir, pero también escribir para leer desde otra postura ética los textos literarios.

"No recuerdo todo lo que he leído, pero puedo reconstruir mi vida a partir de los estantes de mi biblioteca", y subrayo ese aserto con la misma convicción. Repaso, por ejemplo, los volúmenes de Marcel Proust y los de Valéry. Al hacerlo, al acariciar los lomos de esos libros, estoy posando mis manos sobre la estación del tiempo que ellos encierran. Imágenes, recuerdos por las calles parisinas, acaso una evocación plena en que se mixturan realidad vivida y realidad ensoñada.