sábado, 28 de noviembre de 2015

"Alma región luciente"...Fray Luis de León ha sido siempre un poeta que me ha provocado una fascinación desorbitada, porque encuentro en su poesía el templado dictamen de la reflexión poética, del ahondamiento poético a la par que trascendente; la poesía de Fray Luis de León concita, como pocas, acaso ninguna, la comunión entre las fuentes religiosas y clásicas de la historia de la poesía española. San Juan es otro decir, harina de otro costal, otra naturaleza luminosa, el envés de esto mismo que tratamos de describir. 

"Alma región luciente..." con este verso comienza la Oda titulada "De la vida del cielo", pero, en el fondo, empieza un poema cuyas significaciones se expanden y permean en tradiciones complementarias para sacar a relucir un magma bello y luminoso, que no destella a los ojos, sino que alumbra por de dentro. Con este verso atraviesa el lector (uno mismo, aquí, ahora, embelesado) las estancias de la poesía de Petrarca y, al tiempo, de Horacio; sin abandonar el Apocalipsis y la propia, nada más y nada menos, capacidad del poeta de ejecutar, en su voz personal, ya limpia de ecos invasores, su propia música del idioma. 

Leer a Fray Luis es experimentar, a cada verso, una manifestación de la poesía sin ambages. Leerla es vivirla enteramente; transformación y permanencia en cada uno de los latidos concordes con que construye su discurso poético. Leer a este poeta es aprender el idioma de la poesía en español y escuchar la concorde música del aeda dentro de uno mismo. 

Al lector solo la cabe ser bóveda eventual de la palabra permanente.  

jueves, 26 de noviembre de 2015

UNA calma, en el centro
del bosque. Las colinas
y el canto de los pájaros.
Los cadenciosos vuelos
de la tierra silente.
El largo meditar
del trigo y del olivo,
levantando la tarde
hacia un confín de oro. 
Tú mismo, con la noche,
caminando en el sueño
de la alabanza al año
a la estación florida. 
UNA vez más leo Confesiones de San Agustín cargado de estupor y maravilla. Leer estas páginas supone enfrentarse a un carrusel de galerías insondables que describen el espíritu humano. San Agustín profiere la imagen de un hombre desgarrado y total, intensamente sometido a los juicios sesudos de lo intelectual pero con la deliciosa capacidad de acercarse a lo efímero. Cuánto envidio esa destreza humana de convivir aquí y acullá, en lo inmediato y lo trascendente. 

Pudiera decirse que la lectura de Confesiones conduce al lector a proyectar la imagen becqueriana del anillo, pues San Agustín es ese invisible anillo que une el mundo de la forma al mundo de la idea. Abro el libro por unas páginas y las leo en voz alta: "¿Existe realmente el tiempo pasado? [...] o, sino tan solo el presente, porque los otros dos no existen?" Ante esta inquietud el propio personaje comienza a exponer cuál es su parecer: " ¿Acaso también, esos existen pero proceden de alguna fuente oculta cuando de futuro se hace presente y también retrocede a una fuente oculta cuando de presente se convierte en pasado? Si no existiese todo esto sería del todo imposible contemplarlo". 
Tras esta lectura, Manrique, el genio poético que sentenció sermoneando con el presente dilatado en sus manos. Y también los diálogos de la indolencia, cuántas veces no hemos sentenciado que no existe el pasado ni el futuro, pero que aun existiendo son naturalezas ininteligibles para nuestro razonamiento. 
Cuando una composición poética alcanza a impregnarse tan solo de un atisbo, de una veta de la confluencia del tiempo, el poema necesita de otro razonamiento para ser entendido. Ahí Dante, Petrarca, Rilke, Hölderlin, San Juan de La Cruz...voces que, desde su presente, clocaron con los presentes continuos que suponen las contemplaciones puras. 


martes, 24 de noviembre de 2015

LA ESPIGA en la mano muestra su dulce cuerpo. La arrojo al campo como una semilla incandescente cuando escucho la lira de Hermes. La lira es el mismo instrumento que el arco, uno otorga la vida y le otro, la muerte. El poeta es un arquero que ofrece, en su canto, "encantamiento", término que, en la antigüedad señalaba la capacidad mágica del verbo y la música. Es el reino de la música, el eros, el olvido de sí. 
Por contra, la poesía apolínea, la que remeda las capas ocultas de la vida misma. Cantaba Píndaro: 

Oh, lira de oro, tesoro
común de Apolo y de las musas
[...]

En Ilíada y en Odisea se concitan la luz de la luz y la noche de la noche. Apolo principia el canto y Hermes lo culmina. Entre tanto, Ulises es aconsejado por Circe de los agasajos, el embelesamiento de la poesía "hermética". Caer en ella, arrojarse a a las sirenas es proceder al olvido de sí, al profundo territorio de la evanescencia panteísta. Los oídos de Ulises contuvieron el encantamiento y ello perduró en su memoria como un verso cristalino, punzante. Sin embargo, contuvo las mortales ansias de morir en vida, con el cuerpo en las manos temblorosas del amor.   

lunes, 23 de noviembre de 2015

El mismo escribir pierde la dulzura. Sucede cuando la misma vida perjudica a la expresión de la vida. Probablemente, este yo que se declina en estas páginas no sea más que una proyección estética de lo que realmente soy, día a día. Me vivo, como decía Pessoa, estéticamente en otro.
En estos casos, pienso que la lógica de una vida imaginaria es la más real y placentera. Visitas de poetas, viajes a ciudades donde la niebla es una brigada de la calma, amoríos, música, piedra de cielo…que quien mejor nos conozca, si apenas nos conozca, que quien nos piense completos y entregados sientan el escurridizo siendo de nuestra vida.
Sería un triunfo de la vida poder ser contada o un triunfo del poema dejar en abierto la vida expresada. Como dejó escrito Petrarca: “Stanco già di mirar, non sazio ancora,/or quince, or quindi mi volgea, guardando/cose ch´a ricontarle è breve lóra.” Cansado de mirar pero no saciado, me volví a todas las partes contemplando tanto que no podré contarlo. Contarlo como fue percibido es una entelequia, porque la vida poética es una sucesión armónica y continua de difícil filiación y asentamiento.
***
Vuelvo los ojos hacia lo profundo y solo podrán ver así. Los vuelvo hacia donde nunca tuvieron horizonte. El mundo comienza en la palabra, tiene su pórtico en sus sílabas, pero estas no esconden más que un silencio cósmico. Si alguien dejara de respirar, podría comprender qué es la poesía, porque cuando un poema arranca, cuando un poema comienza su acorde, una respiración nueva nos invade, transforma, resucita de la humillación de habernos conocido solo en la superficie. Volver a la mansedumbre de la música blanca.
***
Esa mortal natura a la que se refiere Leopardi en el poema titulado "El ocaso de la luna". La paradoja humana de su naturaleza mientras lanaturaleza es un ciclo de cierres y entrantes, de muertes y vidas renovadas. Los pájaros cantando, de J.R.J., el paso de la edad madura, para Leopardi. En cualquier caso, llega un punto en que el hombre deviene de su naturaleza para asimilarse a la naturaleza. En ese punto me encuentro estos meses. No desvío ni un ápice de esperanzas a la proclamación de mi vida. Más bien, la voy diluyendo entre la perennidad del que podrá mantenerse erigido más allá de sí mismo. Es este tema una obsesiva percusión de celeste timbre. Una percuciente reflexión que va germinando en poemas elegíacos que, como del rayo, han vuelto de la nada, de lo nunca presentido, para ser yo, total, enteramente.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Durante mucho tiempo, me acosté temprano. Tarde de cobalto y racimadas nubes. El sol postrado entre la calidez del naranja. Sus destellos son frugales sobre la piel y en las retinas, sin embargo, inunda su presencia los almíbares. El pájaro en la rama y el verde de plácida nitidez. Estampa perturbada, sintaxis del retorcimiento. Decir de lo perseguido. Balbuceo huero, búsqueda de continuo. Transitiva levedad.
***
Todavía recuerdo el pasaje. Comencé a leerlo una noche cercana a julio. En Sevilla, el día había sido soporífero y tenaz. El calor lo había inundado todo y se me ocurrió comenzar a leer esa obra. Aquella situación extrema para el cuerpo beneficiaba al desajuste psíquico que la convoca. Imponente, el rollizo Buck Mulligan apareció en lo alto de la escalera, con una bacía desbordante de espuma, sobre la cual traía, cruzados, un espejo y una navaja.
Recuerdo que me levanté después de leer el párrafo y me dirigí al cuarto de baño del piso que compartía. Agarré una navaja que teníamos para comer el pan y el queso. Me coloqué delante del espejo y el párrafo comenzó a transmutarse, a penetrar en la conciencia hasta que una mano me apartó del espejo con tal brusquedad que me tiró al suelo. Siempre le he recriminado ese acto al compañero, pues me encontraba en el seno de la obra, justo en posición mental desde donde hay que precipitarse hacia ella.
***
Azules como acero y ligeras, movidas por un viento contrario suave y apenas perceptible, las ondas del mar Adrático habían corrido al encuentro de la escuadra imperial. En su frente estaba escrito el signo de la muerte. Estaba el signo en la frente del poeta, del gran poeta de la antigüedad que ungió la poesía con la más noble y certera sustancia humana. En la nave su memoria, pero también sus complacencia. Su vida se había convertido en algo inoportuno para él. Para él, quien habitaba ya dentro de sí.
***

El ser del mundo se hace girar en torno a lo ausente. Al igual que la literatura, el poeta coronado por Rafael en la estancia vaticana, supo decir al final de su obra lo que todavía ningún poeta ha escrito. Lo hizo sobre lo que no vieron sus ojos, sobre lo que nunca sintió, más no por ello dejó de intuir. Convirtió y agasajó las especulaciones y las certezas en ritmo poético. Embadurnó la palabra poética con las profundidades del ser, con lo absolutamente ausente.

jueves, 19 de noviembre de 2015


Indica Stravinski que al artista le falta la sensación misma de la cosa. Después de leer la sentencia me veo en la incertidumbre de trasladarla a las letras a sabiendas de que la música actúa en otra dimensión de conocimiento y de belleza. Sin embargo, esa falta de sensación misma de la cosa es la falta de conocimiento de la cosa misma. En otras palabras, J.R.J. desarrolló su obra volcando sus esfuerzos en esta finalidad. El resultado, como en otros poetas como Baudelaire, Rilke o, anteriormente, Dante, es una obra artística que ha proclamado una vía de acontecimientos estéticos. Esos acontecimientos estéticos están prensados por una continua reflexión y un muy profundo acercamiento a la filosofía. Es el caso del mismo Stravinski, de quien me subyugan más sus reflexiones que su música. Por ejemplo, dice Stravinski: “melodía es el canto de melos, `trozos de frases´. La capacidad melódica es algo que no podemos desarrollar con estudios". Estas palabras valen más que cualquiera de sus atrofiadas melodías.
Por tanto, todo arte supone un trabajo de selección. Esa selección puede empezar a funcionar antes de la ejecución, pero casi siempre sucede durante la ejecución, esto es, es la ejecución la selección misma.

RECUERDA J.A.V en Diario anónimo un pasaje de Platón en "El segundo Alcibíades", que es inmenso: “Todo el arte de la poesía es por naturaleza enigmático”.

martes, 17 de noviembre de 2015

LOS ÁRBOLES, desde el mundo antiguo, han funcionado como una suerte de esencia sagrada de la naturaleza. Por este motivo, contemplar un árbol, arrimarse a sus sombras debe ser un ejercicio de concordia y serenidad, una acción que concite nuestro cuerpo al arrojo de las dimensiones con que interpretamos la naturaleza de la realidad circundante.
Para los druidas el árbol contenía las tres dimensiones de la consciencia, a saber: el mundo de los sueños, el dominio terrenal y el cielo, lo elevado. Estas tres franjas de la consciencia se parangonan con las raíces en lo profundo, el tronco en la intemperie y las ramas dirigidas hacia el cielo. 
Raíz, tronco, ramas...profunda tierra que se eleva hacia el cielo, desde lo profundo y oscuro hacia lo etéreo y luminoso. Incluso los druidas celtas edificaron un calendario con los veintiuun árboles sagrados. 
Ahora que vuelvo a Virgilio, impulsado por estímulos externos que han llegado de repente, caigo en la cuenta de que Virgilio tenía predilección por los olmos. Así, el olmo de los sueños que sacude toda la escena del Libro VI. En el centro del vestíbulo del Aqueronte un olmo vértebra la escena, organiza el paisaje y anuda todas las tradiciones que en el texto se agrupan. Es el olmo de los sueños por el que expanden loa vanas ilusiones. De allí parte el camino hacia el Aqueronte y el olmo está rodeado de hologramas, de lo que la sibila llama "almas sin cuerpo". Esa visión aterroriza a Eneas. Atisban la barca con Caronte sobre ella: el pasaje es tremendo y terriblemente hermoso. En este punto recuerdo una pintura que está en el Museo del Prado y que me fascina desde antiguo, es obra de Patinir. 

Todo comienza a transmutarse en una soberana lección de la vida hábil y liviana en la tierra. 

sábado, 14 de noviembre de 2015

Virgilio, Dante, Borges.

AYER, de pasada, en un diálogo con un indolente, J.S.M,  recordé la trascendencia del Libro VI de Eneida en la formación vital y lectora. Entré en este libro gracias a un verso, una hipálage de ensueño, que Borges destacaba sin cesar en muchos de sus volúmenes. Al tiempo, caí en la cuenta de que Borges no había sido el único en percibir que ese verso era el encuentro circular de todo el texto.

Sin embargo, el Libro VI en sí mismo es un crisol de la posterior literatura occidental. Luz y sombras, descanso y reconversión, en él anida el centro y eje de todo lo posterior. Es el germen nítido de Divina Comedia de Dante y reformula la dimensión de Odisea de Homero. Ahí es nada el trayecto.

Uno de los principios que rigen estos libros es el deseo de comunicación posterior a la humanidad. En este sentido, Orfeo es el axioma que lo refrenda todo, pues halla en la música el lenguaje perfecto para sobrepasar lo que supera la lengua, el pensamiento articulado y limitado del común de los mortales. Otros, incluido Dante, a pesar de sus aseveraciones a la incapacidad por expresar, optan por trasladar al verbo la experiencia. Es el caso de Eneas: "Dioses qu domináis sobre las almas [...] séame permitido referiría lo que oí, pueda con vuestra venía revelar los arcanos inmersos en la sombra de lo hondo de la tierra!", espeta Eneas tras su encuentro inicial con la Sibila de Cumas. 

Entonces sucede el verso que encandilaba a Borges: "Ibant obscuri sola sub nocte per umbram". 
No en pocas ocasiones he utilizado el verso, el magma de sentidos que anida en él, sus formas, sus posibilidades expresivas en verso y en prosa. Poemas, títulos de libros, pasajes en prosa de diario, anotaciones que han establecido una conexión intra e ínter textual con este pasaje. Incluso la experiencia de haber visitado el norte de Nápoles en la búsqueda de la quimera viva de Cumas.

Hay versos, pasajes de obras, prosas que engloban toda una tradición, marcando un época. Otras, sin embargo, dictan los fondos secretos de la condición humana. Y con ellos vibro a cada paso como si de una revelación encarnada estuviera leyendo sus formas.

jueves, 12 de noviembre de 2015

YA VAN QUEDANDO solo las contemplaciones. El acto plural de observar detenidamente el mundo circundante adquiriendo una posición ética de templanza ante todo. Una templanza sólida y fecundada en unos principios férreos, indubitables sobre las manifestaciones artísticas. Alejarme de ellos es alejarme de mí, renunciar a ellos es renunciar a lo único que nos hace en este mundo: la idea que poseemos del mundo. esa idea establece un centro, la entrada a un bosque llameante, la vivencia en círculos concéntricos repletos de destellos y sombras.  
Todo es mutable, los que opinaban una cosa hacen la contraria; los que parecían benevolentes asoman el hocico de la vanidad. La literatura ha sufrido un viraje del que me siento en la cuneta, del que cuando me acerco, percibo vibraciones que me hacen temblar, llorar, sacudirme en el estrépito. Es una postura más, como la de otro, una opinión sobre un hecho que vale tanto como la de otro hombre, pero tiene entidad para uno. Migajas, como digo, de uno, despojos de un hombre cualquiera.

Esta mañana escribía los ojos eléctricos de Rilke, las manos templadas de Leopardi, la ficción de Cervantes, el dulce diablo de Valéry...era una letanía, la escritura de una supuesta metamorfosis deseada, una desideración ante lo literario. Va quedando la música de las contemplaciones; Shopenhauer afirmaba que en la música los sentimientos vuelven a su estado puro, y así lo creo en el vaivén de esta música silente.

domingo, 8 de noviembre de 2015

HAY una cualidad epifánica en la primera lectura. Esa lectura no es únicamente el contenido del libro, sino la emoción que produjo el acto de leer. Puede que, en el recuerdo de ese momento, resida una inexplicable necesidad, por parte del lector, de volver a vivir (a revivir puramente) ese pasaje de su memoria. 
Es un descubrimiento y un desvelo de la realidad. Afirma Piglia: "El valor de la lectura no depende del libro en sí mismo, sino de las emociones asociadas al acto de leer". 
En efecto, la realidad contiene la formas del últimos recuerdo que de ella tenemos: una calle, el campo, el olor de un cuerpo, las propiedades del mar o la tersura de la piel, pongo por caso. En ese recuerdo último se actualizan todos los sentidos para volver a aglutinar todos los recuerdos vividos; se condensan hasta configurar una nueva realidad inventada. 
La literatura engendra literatura. La lectura de un libro principia una "vivencia lectora", un nuevo estado de vida que se asocia a la lectura de un volumen. Esa realidad jamás volverá a poseer su morfología primera, pues trataremos de ensoñarla, de recordarla con los últimos vestigios del último recuerdo, de la imagen última en nuestro entendimiento. Quizás por ese motivo Platón nos figuró como sombras pasajeras, como hologramas que tan solo perciben una realidad remediada: la que creen haber vivido. 




jueves, 5 de noviembre de 2015

martes, 3 de noviembre de 2015

2045 textos componen el diario actualmente. Textos escritos casi todos a la lumbre de las lecturas. Podría decirse que la historia de este diario es la historia personal de una biblioteca, acaso de un lector. La vida y la vida lectora de un individuo que escribe las lecturas al igual que la vida; como establecía Borges, el jardín de senderos que se bifurcan y que provocan que el individuo pierda, se pierda, en esa delicuescente sensación de ser algo en nada. 

Leo, en estos días de recogimiento, el último libro de Piglia, Los diarios de Emilio Renzi. No en pocas páginas me he sentido identificado, no en pocos pasajes he podido verter la sensación de estar leyendo justo lo que he creído vivir a lo largo de estos años. La confusión entre realidad y ficción entiendo ahora que es el paradigma del lector, del individuo que cede sus días a la estancia indómita de la literatura. Poseído de lecturas y entregando, quizás sin saberlo al comienzo, la consciencia, la memoria, el recuerdo a la confusión entre lo ocurrido y lo que hubiera ocurrido si lo escribiéramos.

Leer y escribir suscitan un ejercicio que llamé "escribir la lectura", consiste en un acción del espíritu provocada por un contacto sensible, emocional. Escribir la lectura es una respuesta razonada a una experiencia intelectual. Leer y luego escribir, pero también escribir para leer desde otra postura ética los textos literarios.

"No recuerdo todo lo que he leído, pero puedo reconstruir mi vida a partir de los estantes de mi biblioteca", y subrayo ese aserto con la misma convicción. Repaso, por ejemplo, los volúmenes de Marcel Proust y los de Valéry. Al hacerlo, al acariciar los lomos de esos libros, estoy posando mis manos sobre la estación del tiempo que ellos encierran. Imágenes, recuerdos por las calles parisinas, acaso una evocación plena en que se mixturan realidad vivida y realidad ensoñada. 


lunes, 2 de noviembre de 2015

LA literatura ha venido describiendo, explorando las dimensiones de lo que hemos ido siendo hasta ahora; ningún discurso ha narrado la naturaleza humana como la literatura, narrar en el sentido etimológico de fabular, de establecer la relaciones de la  naturaleza humana, de las formas razonadas que tratan de confrontar lo que somos con lo que deseamos ser.

Aunque existe un hiato insalvable entre el ser y el decir, una elipsis inenarrable que deviene de la condición demediada del mortal, del que vive intensamente con consciencia de la muerte. Ese territorio es el que detona el silencio y la soledad en el escritor a pesar de su incursiones verbales, contra todo lo que aparentemente parece yermo pero que, al destello de las palabras, despierta en los otros con la lectura la acción ética de leer.