sábado, 1 de agosto de 2015

PUEDE que hoy sea tan solo otro paso más hacia la finitud de un tiempo, pero que las contemplaciones procuren otra estación distinta y sosegada de nuestra vida. Es cierto que cada vez me siento más ajeno a todo lo circundante, como raíz hacia dentro que no encuentra tierra firme y nutritiva donde anclarse y expandirse. 

Como decía Quevedo, un puñado de "doctos libros", contemplar sin ver en los ojos, E., la música, como ahora de Corelli, son algunos satélites de la vida que fuerzan su movimiento. Poco más me conmueve, ni siquiera el afán de escribir. Escribir es ya un testimonio que, en cuanto es fortuito, lo considero alejado de la verdad. La mentira de la literatura apresurada, actual, es evidente, pues tiene el fin de la publicación inmediata y el deseo de persistir en otros medios, en la boca de los demás. Es un producto perecedero, no una obra que adquiera sentido en el Tiempo.  
Eso aleja al escritor del origen en que estaba encaminado; lo aleja y lo perturba, restándole verosimilitud a su obra, genio, talento, cualquier fisura por la que entrara su yo en conexión unipersonal con la realidad.   

Afirma Cioran en El libro de las quimeras: "Éxtasis musical. Siento como que pierdo la materia, que cae mi resistencia física y que me fundo en armonías y ascensiones de melodías interiores". Cuando pienso en estas líneas esbozo el pensamiento hacia lo irreal como algo que debemos saber disfrutar sin concesiones. Me pregunto si algún lector ha temblado como Cioran con un libro últimamente; con un libro que no sea de Dante, de Virgilio, de Rilke o de Cervantes, por poner solo algunos ejemplos. 
No estamos, por tanto, en el arte, con el debate entre lo contemporáneo y lo clásico, sino en el diálogo en el tiempo que debe producirse, el suceder de la obra literaria en el territorio abonado de la creación  como forma de comunicación inaudita. 

Escuchar música es establecer un diálogo sin palabras con un mundo que se presenta sin ambages ante nuestro cuerpo. Cuando la música es verdadera dejamos de ser, necesitamos dejar el cuerpo, dejarlo todo para ser música misma. Así con la palabra poética, así con la poesía que acontece y nos hace a nosotros ser de nuevo, en cada instante de su lectura y silabeo.