martes, 25 de agosto de 2015

CASI todas las apreciaciones de Borges sobre la narrativa parecen, en puridad, referidas a la poesía. Borges entiende que el material graso, sobrante, innecesario de las novelas devienen de otras convenciones que se exceden de lo meramente literario. Borges persigue el momento de condensación de todo, Borges cree que existe un aleph en la escritura, un momento que lo culmina todo al completo  en su brevedad. Borges concibe el hecho literario como esa aglomeración semántica que se expande como materia cósmica en un solo momento que se acerca a la visión. 

En este sentido, el escritor argentino afirma en Siete noches cuando se refiere a Dante: "Una novela contemporánea  requiere quinientas o seiscientas páginas para hacernos conocer a alguien, si es que lo conocemos. A Dante le basta un solo momento. En ese momento el personaje quiera definido para siempre. Dante busca ese momento central inconscientemente.[...] En Dante tenemos esos personajes, cuya vida puede ser la de algunos tercetos y sin embargo esa vida es eterna. Viven en una palabra, en un acto, no se precisa más; son parte de un canto, pero esa parte es eterna". 

Con todo, sigo penando que la grandeza y la pervivencia de la literatura reside en este tipo de creaciones, las que superan el momento de vida hasta el momento de la humanidad. Ayer leía a Emilio Castelar y me sorprendió la excelsa prosa con que trenzaba sus enunciados y sensaciones viajeras, pero me sobrecogía su consciencia diáfana sobre Italia. Tal que Borges con Dante, el lector ciego vislumbra en los tercetos del italiano la esencia viva de lo que somos en el tiempo y seguimos siendo.