martes, 5 de mayo de 2015

VALÉRY, quién si no, me da la fórmula: "poiética". La mezcolanza entre la ética y la estética. Porque un autor debe resolver la nebulosa interna que lo invita a escribir. Nada más y nada menos.  
Las palabras proporcionan ideas y las ideas originan palabras. Tanto es así que con este término de mi querido Paul encuentro el vocablo para conjuntar las dos ideas inseparables que tanto me preocupan en estas últimas semanas. Po+i+ética. 
Estas dudas que marco son las dudas en la propia vida, en la existencia. No hallo otra forma de permanecer más que en la dubitación. No puede desligarse la lectura y la escritura de la vida y viceversa. Las acciones con las que manifestamos nuestra filiación a la literatura deben ser diáfanas y límpidas. En este sentido, me conformo con leer y, acaso, con escribir esa lectura. 

Hölderlin supo expresar, -y legarnos la maravilla-, de forma razonada este entramado entre el individuo, la sociedad y la obra literaria. Escribió lo siguiente en su ensayo Sobre el modo de proceder del espíritu poético: "Lo individual está en pugna con lo puro que ello comprende, está en pugna con la forma que hay a continuación, está en pugna, como individual, con lo universal del cambio". 
Fruto de esa pugna y gracias a la consciencia clara de que existe y es inevitable, surgen las obras literarias y artísticas que trascienden sus momentos. Es una consciencia que pudiera relegarse a un momento de la vida de un individuo y no volver a producirse nunca más. Cuando aparece y se funde con el individuo en una sola forma hablamos de naturalidad.  
    
Caso contrario es el de la ausencia de esa consciencia o acción del espíritu poético, según Hölderlin. Cuando el individuo fuerza esa condición su obra trasluce la ausencia de visión, es antinatural; normalmente, obras que exaltan lo más inmediato del individuo y que seleccionan términos abocados a su temporalidad y, eso sí, responden a las modas pasajeras de escritura que tan solo sirven para encrespar la vanagloria. 

Así, Ese encuentro unitario, ese despliegue de los días volcados en literatura, ese sentir de la infinitud en el espíritu es lo vivificante en la obra y lo que desemboca en la conexión con el lector atemporal. 

En este sentido, hay un autor circunstancial de las obras literarias tanto como un lector circunstancial de las obras literarias. Cuando se produce ese encuentro, estamos ante una dimensión extraordinaria de la naturaleza humana, pues, para que se produzca, los dos deben contener la proporción necesaria de esa naturaleza originaria que le permite comprender, atisbar. 

En el Libro del Tao podemos leer los siguientes manifiestos: 

"La armonía se llama lo "permanente";
conocer la armonía se llama "clarividencia";
gozar plenamente de la vida se llama "desgracia";
[...]

Dicho en otro momento y en otra época, pero correspondiente a esta definición del ser, Orígenes nos dictó lo siguiente: 

"Comprende que eres otro mundo en pequeño y que en ti se hallan el sol, la luna y también las estrellas".