domingo, 3 de mayo de 2015

HAY obras literarias que permiten dar vida a nuestra preguntas. Como afirma Manguel, en Una historia natural de la curiosidad, leer es afirmar nuestra fe en el lenguaje. Con el tiempo, en la búsqueda de esas obras que redefinen lo que creíamos ir sabiendo, nos encontramos con un impulso primero. Esa acción termina por convertirse en un cauce y ese cauce en una forma inseparable de vida. Todo lo que reside en el otro lado, todo lo que no se ajusta a ese camino ya mencionado por Dante, es superflúo y además contiene, en su seno, a los que jamás vieron donde no se puede ver. 
Volvemos a la gracia de las palabras de J.R.J: "Una ética estética". Esa es la dicción de la naturalidad y el salvoconducto hacia la ejecución de una obra, al menos, limpia y natural.
Tengo, por contra, la sensación de que el mundo actual está demasiado ocupado en organizar eventos, en desarrollar fiestas literarias como para ponerse a leer, por ejemplo, a Dante. ¿Qué antigüalla, no?, me han llegado a decir. Incluido un indescifrable: "A Dante ya se superó". En el lugar de Dante podríamos incluir a muchos otros autores de distintos géneros literarios. (In scriptum. Debería constar que estos que así se manifiestan jamás leyeron a Dante).
En el fondo, todo es muy humorístico y, por supuesto, personal. Allá cada cual con lo que lee y con lo que hace, faltaría más, pero, me veo, en la intimidad de este trópico, en la necesidad de manifestar mi parecer al respecto. Amo la literatura y la ética que conlleva la literatura a sabiendas de que esto mismo supone la condena a la soledad, al ostracismo, al silencio individual, a no bailar las danzas contemporáneas de la música tecno y de hip hop. Siempre, es verdad, preferí a Bach por sobre todas las cosas por eso escribo desde la confirmación de esta postura, no en contra de nada, por supuesto. Antes al contrario, las contemplaciones conducen a la matriz del símbolo de la literatura. 

Toda obra literaria supone el fracaso en sí misma; escribir, al contrario de leer, consiente la paradoja de saber que no diremos nada nuevo. Por esto mismo, leer las obras que alcanzaron esa virtud hace del lector de las mismas un individuo que nutre al resto de libros cuando ejecuta su lectura. Como en la Odisea o en la Commedia, así como en El Quijote debe uno saber escoger sus guías, los que anteceden sus pasos por donde nunca antes habíamos transitado. Así, en este fascinante ejercicio de leer, sucede que las lecturas van conformando esas pisadas de ida y vuelta hacia donde todavía no conocemos nada. En ocasiones, como en estas obras, el lector, el caminante se ve solo, sin más ni más. Es justo el momento de la confirmación y la transformación.