martes, 28 de abril de 2015

RETOMO los ánimos de la lectura con nuevos bríos. Tras este invierno sometido al trabajo, a los compromisos y demás faenas ineludibles, renuevo el afán de leer. Es la acción de la curiosidad, es la materialización de los deseos individuales, es, con el tiempo, el único y verdadero compromiso de la concordia con la existencia.
Percibo que en la actualidad la lectura ha sufrido un cambio en su concepción. Ahora se valora mucho la cantidad de la lectura: alguien que lee es aquel que lee muchos libros, da igual el formato, el género, la trascendencia de esa lectura.  En ningún caso se valora qué leen los individuos y, muchos menos, si esas lecturas han transformado al  individuo en cuestión. El acto social es leer mucho y cuanto más extraño sea para el resto de lectores el título, el autor o cualesquiera de sus características, más extraordinario se concibe el hecho.

Por otra parte, restan los que leen con sosiego; los que releen las más de las veces y los que dejan pasar el vaporoso tren de lo eventual y de moda. En ese grupo me siento, en ese pelotón informe, casi piélago, en que los lectores aspiran a convertirse en islas, solitarias, con los límites perviviendo donde el agua, donde el mar deja sonar sus ensoñaciones.