jueves, 5 de marzo de 2015

TODA escritura, como toda vida, debe advertir que su rastro es la transparencia.

Hay sucesos en este época contemporánea que no logro entender. Por ejemplo, un individuo convierte su trabajo en su forma de vida; no posee ninguna inquietud más que la de rendir cuentas en su ámbito laboral. Sin quererlo, sus días van consumiendo el brío de su juventud, de su viveza aletargados en las miserias de cada trabajo. Nada de vislumbres más allá de esto mismo, de gusto por la reflexión, el deleite por las manifestaciones humanas de cualquier pelaje. No entiendo una vida sin conducirla a los límites de su propia razón primera y, en este punto, el arte se va convirtiendo en un cauce irrenunciable. Leer a los demás, citarlos y ponerlos en alta voz, contemplar, aprehender, ensimismarse en la dimensión del otro. Como lector, uno posee una aguja que contiene un hilo. Al término de su vida, de sus días, ese hilo habrá engarzado un telar de obras. Esas obras bien pueden considerarse el lugar de apariciones de lo que algún día fuimos.