domingo, 8 de febrero de 2015

TROUBLE, con Baudelaire, se alzó a la categoría de turbación, disturbio, desorden como nunca antes se había desarrollado, al menos, en las letras francesas. Enlaza con el paganismo de Catulo y de Ovidio y, -mencionada en este diario-, con la sensualidad del Renacimiento. Pero había demasiado recato y reticencia moral todavía hasta la llegada impúdica de los versos de Baudelaire.  
De Baudelaire me fascina no solo la innegable capacidad lírica sino la concreción ética ante el mundo. Pocos poetas ofrecen con tanta nitidez para el lector una posición frente al mundo. Aceptada o no, compartida o renegada, es indudable. Y esto, en el campo de las artes, es la naturalidad y la verdad puestas en los ojos de los que solo terminamos siendo lectores. En puridad, compartimos esa pureza al poder vislumbrarla, esto es, esa verdad se edifica gracias a que el lector posee los elementos especulares para poder reflejarlas en él mismo.  
Después de haber releído las flores del mal lentamente, en otra edad, con otra carga vital, he comprobado cómo Baudelaire deseaba convertir el yo que evoca en nuestro propio yo, en ese profundo estado de duermevela que toscos evocamos en nuestra consciencia. Por este motivo, leer sus versos es despertar hacia lo incierto con la grata melodía de sus palabras. 

Este poeta descubre, de una vez pode todas, ante la sociedad industrializada, que el arte se enraíza en otros territorios alejados de la mera realidad, pues toda percepción de la realidad no termina siendo más que impostura y que, por lo tanto, un convencimiento en la impostura conduce a una impostura poética, por muy bien ejecutada que termine.  Desde Platón hasta el propio Nietzsche, decimos con él: " No amamos a otro; amamos las sensaciones agradables que otro nos suscita". 

Sin embargo, en esa percepción de la perversa belleza del mal, remontada al mito adánico, advertimos que la poesía puede embellecer, mediante la expresión poética, el elemento maligno que subyace en el mundo. Para ello, en la poesía no hay relato, no hay razón sintáctica, sino razones luminosas, como deseaba María Zambrano. Así, Baudelaire entiende que la ruptura no consiste en cambios superficiales de la gramática, la ortografía, la disposición verbal. Es más, no se aparta de la cadencia clásica y salmódica de la lírica con la virulencia de los que creen hallar en experimentos verbal e seda gracia escondida.  

Baudelaire aspira, por lo demás, a una unidad de todas las artes, con la que se consiga una percepción ultrasensible, que atraviese el umbral de intensidad y provoque un cambio, una transformación  de todos los entieso fundidos en uno. Anhelaba que se produjera una percepción del alma misma.

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alma curiosa y singular que sufres
y buscas sin cesar tu paraíso
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