domingo, 22 de febrero de 2015

ESCRIBIR, escribir como el sonido
de una rueca incesante que eterniza
lo que resta del paso de tu vida.
[...]

El campo, a pesar del frío, comienza a figurar ya un verdor primero. Ese brote ante la adversidad y el contratiempo es una diáfana manifestación de naturaleza que los hombres no terminan de comprender. Ensimismados, carcomidos por sus propias vanaglorias, retirados de lo que no entienden, justicieros ante los demás, ya solo va quedando el sonido interno del corazón. Sístole y diástole, el ejercicio coronario de la vida se va consumiendo. Y, en esa labilidad, las cosas comienza a adquirir la claridad primera. 
No es una manifestación de cansancio ni de rechazo ni de egolatría, antes al contrario, es un acto de honor y de fidelidad. Este, cuando surge de la verdad, no deja ningún rastro en la consciencia más que   el de la satisfacción. Así las cosas, de lo que antes costaba desprenderse, ahora lo hace uno con firmeza  e, incluso, con demasiado respeto. La educación estética es también un valor, claro está, que va ungido del individuo que desees proyectar en ti. 
Lecturas, poemas, palabras, la literatura va declinándose por los mismos cauces, dibujando caminos en la tierra sobre los que pasamos como una liviandad exultante. Casi no estamos en nada, casi no somos nada vivamente en este mundo.