miércoles, 21 de enero de 2015

NO es cuestión de brevedad, ni siquiera de tiempo. Es la pulcritud con que uno se inmiscuye en la palabra literaria. Esa limpieza, en cuerpo y alma, necesita lentitud, selección, sinuosa confidencia en el silencio de todo. Por eso no comprendo otras actitudes ni otras acciones que tratan de invadir el sentido primero de la palabra poética. 

Hoy me ha sobrevenido un hastío ronco, de golpe metálico, tan rotundo como la zarpa de un tigre. Me he sentido muerto, inexistente. Todo cobró un valor vulgar y relativo, incluido lo que considero fundamento. Tan solo me mantenía unido a la realidad una mano, una mano diminuta pero fuerte, recoleta pero inmensa como el cosmos. Eran los dedos de E. los que me sostenían en el abismo. 

La única forma artística que me transforma en otro individuo y que me derrumba hasta hacerme desaparecer para ser de verdad es la música. No hay disciplina superior a ella, magia superior, conmoción mayor que escuchar siendo la música misma. 

Ahora que realizo paseos largos con la bicicleta voy conociendo naturaleza con otras impresiones. Por ejemplo, el otro día, temprano, descompuesto por el frío, pude comprobar cómo la tierra expele el agua de su seno en forma de humo cuando el sol rodea su cuerpo, cómo todo en naturaleza es una conjunción circular que trata de alcanzar la permanencia, que uno mismo, entre el silencio visceral de la tierra húmeda, los árboles, los animales agazapados, las lomas, las viñas, acaso el vuelo frugal de un ave, es nada en nada.