domingo, 14 de diciembre de 2014

LAS MANOS, hoy he observado las huellas del tiempo en mis manos. Avejentadas y blanquecinas por el frío, dictan ya la transparencia del tiempo en sus líneas, sus grietas. Parecían ajenas a mi persona, no las reconocí y eso me despertó un fulgor repentino cargado de miedo. ¿Qué débil, verdad? Sí, voy enervando mis pensamientos y la fuerza juvenil que lo arrastraba todo. Cada día observo y trato de contemplar más. De la misma forma que he entendido que el estado de máxima felicidad es el silencio tanto en soledad como ante otros individuos. Como mejor estoy, en silencio. Soy silencio y así lo deseo. Decía Castillejo en un poema de lírica popular: 

Aquí no hay 
sino ver y desear;
aquí no veo 
sino morir con deseo. 

Ver y desear y morir en ello, con el alma orientada a la visión. Por ejemplo, la luz declinada del invierno, el gris natural del mar a los ojos, el tiempo de naturaleza, E. mirándome fijamente y riendo.  

El primer moleskine que completé se titula Primera estación. Es del año 2007 y se inicia con una reflexión , sin brillo, con torpezas evidentes, sobre Jakob von Gunten de Robert Walser. Me dediqué a recopilar los enunciados del libro que me despertaban mayor admiración. Era el comienzo de esta grafomanía de escribir la lectura. Al volver a leer las citas he vuelto a emocionarme con una de ellas: "Los verdaderos hombres, los hombres de verdad, no son jamás visiblemente bellos". Sobre todo por la selección de los adjetivos: "verdaderos, bellos".  El escritor debe permanecer siempre ante el enigma de la palabra. Ella es la causa y la condena, la paradoja que lo condiciona a contemplar el mundo distintamente, pues, cada palabra, para el verdadero y bello escritor, debe ser considerada una manifestación única y prístina del mundo. 

A veces pienso, cada vez más,  que lo mejor hubiera sido no haber escrito nunca.