domingo, 23 de noviembre de 2014

Mallarmé afirmaba que la literatura, en mejor decir, la poesía, consistía en limpiar el vaho del espejo para contemplar la realidad toda. Esto le contesté a un amigo cuando me pregunto por la poesía actual. Le dije que no entendía la pregunta y que, al menos, le daría a sus oídos las palabras de Stéphane. 

Hace unos días alguien me preguntaba por la poesía. Me habló de un poeta, de otro; de un crítico, de otro; de premios, de otros premios. Estábamos en el descanso de la ópera Don Giovanni, en Sevilla, y degustábamos con ligereza un rioja. Al cabo de dos o tres minutos saboreando el caldo y de escuchar al susodicho compañero, mi respuesta no fue otra que quedarme en silencio y despedirme para asombro de M.C. y del interlocutor. 
Siempre estoy en silencio cuando no hay armonía. Recuerdo a Sócrates, ¿para qué hablar?, me digo. ¿Para qué sumarse al sofismo? Es en ese punto cuando recuerdo a Boecio antes de morir, al propio Sócrates.  Si tuviera el clarinete en las manos comenzaría a tocar el concierto para clarinete de Mozart o de Weber de inmediato. Parece que cuando me hube ido el apremiante compañero le dijo a M.C., creo que se ha ido porque no conoce a los poetas que le nombro. 

Mientras dejé el vaso y comencé a subir la escalera, irrumpieron reflexiones sobre la tiranía de la ignorancia. Y, en ese territorio, es en donde quieren situar la poesía actual una camarilla de señores que poseen el privilegio de decir en público; y, no solo eso, sino que se  aseguran una camada de pseudo-poetas que siguen el veredicto porque desean beber los caldos putrefactos de sus elogios. Lo escribo ahora en el diario y la conclusión es la misma: hay una gran ignorancia que se ha apropiado de la Literatura. Nihil novum sub solis

Feliz quien no nace para tal destino. Decía Shakespeare que "hay quien nace sin música en sus almas". Este aserto pudiera aplicarse a cualquier disciplina, pues tenemos a la música como la mayor e indescifrable de todas. Esa música es el sonido del ser. Y el ser es el origen incognoscible, el que precipita al abismo insondable para los humanos. Todo lo alejado de este entendimiento es sofisma, es engaño, es vanagloria. ¿Alcanzarlo? No sé qué es eso. 

Como le sucede a Alicia en el capítulo "La casa del espejo" los textos encierran una lectura oblicua, transversal, en perpendicular, especular en todo caso. Cuando Alicia se somete a descifrar el poema "Galimatazo" había afirmado: "parece estar escrito en un idioma que no conozco". Metáfora redonda del problema principal. Es el idioma de la belleza, del poema, no es la lengua a lo que se refiere. Es el idioma del centro indudable, del que resuena cada sílaba como un fuego, como un mar, como la tierra húmeda en nuestra alma al leerlo. 

Así la literatura: toda ella es palabra en el espejo. Los sentidos ocultos al lector allegado, las relaciones semánticas que se hallan entre sus vocablos y silencios, el ritmo de su disposición sintáctica en cantidad de vocales, consonantes, sonidos engarzados, ideas que se subyugan unas a otras, van tramando el idioma escondido del espejo. Hay que sentarse y escuchar los textos, leerlos en voz alta, casi como un rapsoda. En este sentido, recuerda siempre Steiner que los filósofos, en la Grecia preclásica, eran rapsodas pues declamaban sus textos oralmente.  

Mallarmé afirmaba que la literatura, en mejor decir, la poesía, consistía en limpiar el vaho del espejo para contemplar la realidad toda. Muevo la mano en círculos, de izquierda a derecha, cada vez más amplios, circulares, de izquierda a derecha, cada vez más amplios...pero no logro ver todavía la claridad que viene del cielo. Quizás nunca lo haga, pero mi mano ya está mojada, llena, repleta del velo en la semilla.