sábado, 1 de noviembre de 2014

EN 1837, Ranieri y Giacomo vuelven a Nápoles no sin mirar de reojo el látigo del cólera que había azotado a buena parte de la población. Lo hacen después de un periplo cargado de viajes, diálogos, pausadas reflexiones, líricas miradas sobre el mundo. Regresan a Nápoles, pero van a Villa Ferigni, pues los médicos habían aconsejado el aire puro, más límpido, de Torre del Greco para los pulmones enfermos del poeta. No serán pocas las noches en que el poeta y el eterno amigo dialogarán, de madrugada, asomados al balcón, de filosofías y pensamientos. 

La escena es conocida; Leopardi está tomando dos o tres cucharadas de menestra que Paolina le había preparado con sus recetas favoritas (no olvidaría nunca el poeta los regalos de dos cucuruchos de cannellini); le había pedido igualmente una granita para combinar la verdura con la deliciosa limonada helada. Fue, quizás, en la segunda cucharada, cuando Giacomo, con la lentitud de los astros a los ojos, dijo: "Siento que me aumenta el asma, ¿podríamos llamar al médico?". 

Desde ese punto, Giacomo fue recorriendo los pasajes previos a la muerte, pero fue lenta, melancólica, sin ningún aspaviento ni desmedida acción. Tan solo se concitaron tres elementos: vida, muerte, luz.  La muerte de Leopardi fue el propio Leopardi, todo él. 
Ranieri trató de reanimarlo con bebidas espiritosas; Paulina no dejaba de colocar en su frente paños que contuvieran el sudor que se deslizaba por la inmensa frente del poeta. En esa escena, Giacomo estuvo ya viviendo la muerte: "Ya no te veo", exclamaba. Otros biógrafos añaden: "Abre esa ventana, deja que vea la luz" o "Adiós, Tottono, ya no veo la luz". Con ello, aumentó su pulso por unos segundos, justo el tiempo previo a que su cuerpo dejara de respirar ya para siempre y manifestara un leve estertor en el lecho final. 

El cólera podría haber arrebatado los restos de Leopardi al mundo, ya que  si no hubiera intervenido Ranieri, posiblemente hubiera terminado en una fosa común, en la "fosa de los coléricos". Sin embargo, Ranieri advirtió desde el primer momento la importancia de la figura del poeta y por ello logró enfrentarse a las disposiciones legales y esquivarlas. Leopardi terminó en San Vitale. 

De ese tiempo y de ese lugar brotan dos composiciones que funcionan como dípticos asimétricos, a saber: "Il tramonto della Luna" y "La ginestra". 

[...]
Más la vida mortal, cuando la bella
juventud se marchó, ya no se tiñe
de otra luz nunca más, ni de otra aurora. 

Leo los versos finales de Il tramonto... y lo hago rememorando la escena final de su vida, el recogimiento y la gracia de su cosmovisión vertida en sus textos. leopardi es para uno sus poemas y sus prosas en Zibaldone.  Un escritor es primero sus palabras y puede que nunca su propia vida. 

En cuanto termino de releer el poema, paso las páginas y comienzo a leer La ginestra. Me había olvidado que el poema estaba encabezado por una cita bíblica, concretamente, la de Juan, III, 19: "Y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz". Tras la cita me entrego a la profundidad de este canto mortal y permanente: 

[...]

De noche en estas lomas,
que, asoladas, de luto
viste el duro torrente y casi ondea,
sentarme suelo; y en la triste landa
de un azul transparente
miro de arriba llamear los astros,
a los que allá a los lejos
hace de espejo el mar, y todo en torno
por el vacío refulgir el mundo. 
[...]