domingo, 30 de noviembre de 2014

RECONOCIMIENTO. Con este título escribe Hofmannsthal un poema memorable, en mejor decir, un poema que recupera la esencia del mundo griego antiguo y de la mejor tradición europea de lo que Steiner denomina "poesía del pensamiento". Con pocos versos, alcanza un decir alto el poeta, un decir sometido a las reglas de la fabulación, la entonación y la elevada palabra que tanto escasea en estos días. Cuando está uno ante una composición de este calado, comprende que los artificios de la lírica están orientados hacia una ética irrompible del poeta con el mundo todo. Una cosmovisión pura, verdadera, rayana en el único acto que al hombre lo convierte en naturaleza: construir un ciclo armónico en su vida. 

Si supiera exactamente cómo
de su rama la hoja crece,
callaría por toda la eternidad: pues sabría ya suficiente. 

Esa postura ética que mencionaba anteriormente queda en evidencia en otras composiciones de Hugo von Hofmannsthal. Destaco un poema titulado "¿Qué es el mundo?" y que vinculo con el poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer. Cuánto ha ensuciado la grandeza de Bécquer la lectura de muchos poetas. Qué gran lírico tenemos en nuestra tradición, con qué miopía y egolatría lo leen algunos que se dicen especialistas. ¿De qué se puede ser especialista en poesía de este calado? 
Me refiero al poema que comienza:

¿Qué es el mundo? Un eterno poema
[...]
Pero también un mundo para sí mismo
lleno de dulces y secretas voces jamás percibidas,
dotado de propia e inmaculada belleza,
eco y reflejo de ningún otro. 
Y por mucho que en él supieras leer,
un libro que en la vida nunca ahondarás. 

 El poeta apuesta por una lectura razonada del mundo, la poética, el mundo es todo un poema. Esta percepción se ha repetido a lo largo de los siglos en muchos autores, sin embargo, no quiere dejar de decir que, al igual que existe una lectura confabulada del mundo semejante a la de un poema, el mundo posee, en sí mismo, sus propios mundos intrínsecos: secretos, dulces, inmaculados, bellos... incognoscibles. 


sábado, 29 de noviembre de 2014

HE VUELTO a leer los poemas del cuaderno. Me había alejado de ellos voluntariamente, con la intención de no tenerlos por delante a diario. Esta mañana, al abrir un cuaderno, casi sin quererlo, comencé a leerlos. Uno a uno: los completos, los que son solo irrupción, versos sueltos, estrofas trabajadas sin talento, quizás un magma ya apagado e inservible toda esta escritura. Sin embargo, esta lectura furtiva me ha llevado a pensar en los que siempre manifiestan que la renovación de la poesía es necesaria. Después de hacerlo durante un tiempo, no entiendo el sentido de esta consideración, como no entiendo los calificativos de poesía "fresca", "actual" o "renovadora". Son adjetivos que tienen un referente necesario para poder significar, pero, ¿fresco con respecto a qué; actual en referencia a qué; renovadora de qué poesía antigua? 
Estaría muy bien que los que así se pronuncian marcaran los discursos que no son frescos, actuales y renovadores, sobre todo para alcanzar a entender la altura de la nueva obras.  


El número siete aparece en sueños, vestido de blanco, barbado. Está debajo de una encina y los pájaros merodean a su alrededor.  En esa escena me observo releyendo el pasaje en que por primera sonríe Virgilio en toda la Commedia. Es en el canto XII de Purgatorio, el que prosigue centrado en la soberbia. Se dirigían de nuevo al monte para subirlo. Un ser, un ángel blanco se les acercaba en ese paso. Rápidamente les advierte que muy pocos alcanzan la invitación para proseguir por esa senda ya que la naturaleza humana es débil. Al realizarles esta advertencia, la de que con un simple viento pueden caer en tierra, es decir, caer en la muerte, el ser realiza una acción misteriosa que pasa inadvertida al lector. Dice el propio yo lírico: 

A la roca cortada nos condujo;
allí batió las alas por mi frente,
y prometió ya la marcha segura.

Más allá de identificar la roca cortada, que algunos sitúan cerca de San Miniato, sorprende el hecho de que batiera sus alas por la frente del caminante. Decía que esta acción pasa inadvertida al lector en la primera lectura, pero, cuando uno relee el libro con la mesura y el detenimiento necesarios, todo es una constante interconexión de acciones, ideas, reflexiones que encuentran eco en pasajes sucesivos. 
El caminante guiado por Virgilio, exclama la diferencia entre los pasos en el infierno y los pasos del purgatorio. ¿Cómo los identificas? Tirando de alegorías y, como en este caso, de metáforas que conjuntan a la perfección los sentidos vivibles y ocultos.

Ah qué distintos eran los pasos
de aquellos del infierno: aquí con cantos
se entra y allí con feroces lamentos. 

"Cantos" y "lamentos" o, lo que lo mismo, armonía y desarmonía.

Este canto muestra, por lo demás, la transubstanciación. El poeta no se siente ya humano: está en transformación hacia la luz.

Por lo que yo: "Maestro, ¿qué pesada
carga me han levantado, que ninguna
fatiga casi tengo caminando?". 

El ser blanco le había grabado en la frente siete P. Son las marcas que se le irán borrando en el camino de perfección que realiza en este purgatorio. El caminante no tiene vista para verlos, tan solo las palpa en su frente. Sin embargo, justo antes de terminar el canto, Virgilio extiende su mano diestra
y sucede que, al ver la incomprensión del caminante, ríe por primera vez en toda la Commedia. Y uno, que está conmocionado, ríe con él en el tiempo de la poesía eterna y perenne, más allá de estaciones fugitivas.



jueves, 27 de noviembre de 2014

ERA mediodía y decidí salir al parque al que suelo ir con E. Llovía mucho, pero ese fue el motivo por el que decidí salir, sentarme en un banco y esperar a escuchar el discurso de la lluvia. Empecinada, rebotaba en mi cara el agua de la lluvia. Sin embargo, todo era un consuelo enorme, una satisfacción  vivida de un encuentro con naturaleza. Quedo, con las manos abiertas y las palmas hacia arriba, miré de profundo hacia el firmamento, hacia arriba, de donde proviene la claridad siempre. De pronto noté que de mis manos brotaban dos palomas, dos palomas blancas, límpidas, que comenzaron el vuelo a pesar de la lluvia con un brío inusitado. Para entonces ya tenía los ojos cerrados y confundía el sueño y la realidad, el deseo y la vida misma, la indolencia con la mortalidad.

Susurro mientras escribo que me siento cada vez más simple, más limitado para todo. Llevado al terreno literario pudiera firmar uno que ya van quedando solo los autores y los libros que siempre han permanecido junto a mí quizás con más ahínco, con más fuerza si cabe. Leo en voz alta, de pie, tratando de danzar los pasajes que leo. Qué música la de Thomas Mann, inconmensurable. Qué estrepitud la de Rilke y qué delicia el sonido velado de Leopardi. Unidos conforman una armonía que cae aún en mi rostro y en  mis manos y en el sueño de volar a los pájaros. 

El número siete piensa algo que no soy. Ni siquiera sé quién soy yo, qué número, qué cifra, qué aritmética. Simple, corto de miras, demasiado antiguo para estos años, recluido del susurro de todo, empalagoso por añadidura. Mantengo una crisis muy fuerte y pertinaz que me hace llorar cada día. Lloro porque pienso que ya debo dejar de escribir, de decir, de querer descifrar lo que nunca sabré descifrar.  

miércoles, 26 de noviembre de 2014

NO debería uno dejar pasar ciertos momentos sin antes tildarlos con un asombro eventual o de resguardarlos, aunque sea en la memoria, en la escurridiza memoria. Como escribe Patrick Modiano, al comienzo de Flores de ruina: "Aquella tarde de domingo de noviembre, yo estaba en la calle 
L´Abbé-de-l´Épée". Este arranque deja el acontecimiento en un estado fuera del tiempo. Es ya siempre en la ficción, en cada acto de lectura por parte del lector. Cuando un lector comience, -como yo hace unos minutos-, a leer este relato el narratario volverá a estar allí configurando ese yo que nombra personal e indiscutiblemente real. El allí volverá a ser allí, la tarde, el domingo, todas las tardes y todos los domingos de noviembre. El lector formará parte, casi sin notarlo, del acontecimiento mágico de la ficción. 
Ahora acaba de comenzar una lluvia templada que cae con ritmo de pájaro sobre el asfalto. la escucho, la vuelvo a escuchar. E. me mira y me pregunta, se queda extrañada con estos gestos. Cuando se detiene, concentro mi atención en el libro de Hofmannsthal. Lo abro, claro está, por algunos poemas que siempre he tenido marcados. El breve poema que se titula "Poeta y presente" asoma el primero en cuanto abro el volumen. Leo y repito el verso en voz alta: 
"Somos tu ala, oh tiempo, y te mantenemos sobre el caos". 
Casi susurrando subo las escaleras de casa con E. en brazos, llora porque está cansada pero su llanto me reconcilia con el mundo. Es un llanto primigenio,  de natural condición y origen. Todos lloramos, aunque no ofrezcamos lágrimas. Es imposible no hacerlo al leer este verso del poeta, como lo es para E. cuando su cuerpo desea rendiste al sueño. Sueño, sombras, llanto. 






martes, 25 de noviembre de 2014

REALMENTE no sé cómo escribir de otra forma. Poseído por los libros, por las palabras de los demás, esta es mi estancia en las letras. ¿Es poco? Pero, ¿qué es mucho?  Entiendo a Bécquer cuando afirmaba que el poeta es un vaso; y a Darío cuando hablaba del crisol. 
Soy lo que no es mi individualidad. No quiero serlo. Ser polifonía es la esencia. Desdibujar todo lo tuyo en cada palabra; que parezca de otro aun siendo tú quien la edifica. 

El número tres me habla de empalago y me quedo meditabundo. 

Quevedo en la Torre. Recita de memoria las palabras de Séneca: "Cum libelos  mini plurimus sermo est". Fue este poeta quien, lejos de toda erupción, sentenciaba: "En mí tengo compañía,...Doyme todas las horas tengo conversación...; razonan conmigo los libros, cuyas palabras oigo con los ojos". 
La soledad pronunciada de las palabras altisonantes. En la bóveda de cada lector se concita una espera. hay que saber escucharla, templarla con el alma. Cuando esto sucede, puede que comience a brotar el eco coral del universo.  
TODO va adquiriendo un aroma prístino. Los ojos ajados y los pasos en la sombra comienzan a perfilar una danza alrededor del fuego. La música suena a lo lejos; el camino interminable conduce al centro del bosque. Pareciera estar envuelto todo en una nebulosa, como si el aire se hubiera transmutado en densidad, en agua pura y el agua quisiera ser la tierra y la tierra ese fuego circular de la danza.  Voy soñando con los ojos abiertos. Sonámbulo voy de ti, sonámbulo del mapa de tu piel, tan de tu piel rasgada en la lira de armonía.   

domingo, 23 de noviembre de 2014

Mallarmé afirmaba que la literatura, en mejor decir, la poesía, consistía en limpiar el vaho del espejo para contemplar la realidad toda. Esto le contesté a un amigo cuando me pregunto por la poesía actual. Le dije que no entendía la pregunta y que, al menos, le daría a sus oídos las palabras de Stéphane. 

Hace unos días alguien me preguntaba por la poesía. Me habló de un poeta, de otro; de un crítico, de otro; de premios, de otros premios. Estábamos en el descanso de la ópera Don Giovanni, en Sevilla, y degustábamos con ligereza un rioja. Al cabo de dos o tres minutos saboreando el caldo y de escuchar al susodicho compañero, mi respuesta no fue otra que quedarme en silencio y despedirme para asombro de M.C. y del interlocutor. 
Siempre estoy en silencio cuando no hay armonía. Recuerdo a Sócrates, ¿para qué hablar?, me digo. ¿Para qué sumarse al sofismo? Es en ese punto cuando recuerdo a Boecio antes de morir, al propio Sócrates.  Si tuviera el clarinete en las manos comenzaría a tocar el concierto para clarinete de Mozart o de Weber de inmediato. Parece que cuando me hube ido el apremiante compañero le dijo a M.C., creo que se ha ido porque no conoce a los poetas que le nombro. 

Mientras dejé el vaso y comencé a subir la escalera, irrumpieron reflexiones sobre la tiranía de la ignorancia. Y, en ese territorio, es en donde quieren situar la poesía actual una camarilla de señores que poseen el privilegio de decir en público; y, no solo eso, sino que se  aseguran una camada de pseudo-poetas que siguen el veredicto porque desean beber los caldos putrefactos de sus elogios. Lo escribo ahora en el diario y la conclusión es la misma: hay una gran ignorancia que se ha apropiado de la Literatura. Nihil novum sub solis

Feliz quien no nace para tal destino. Decía Shakespeare que "hay quien nace sin música en sus almas". Este aserto pudiera aplicarse a cualquier disciplina, pues tenemos a la música como la mayor e indescifrable de todas. Esa música es el sonido del ser. Y el ser es el origen incognoscible, el que precipita al abismo insondable para los humanos. Todo lo alejado de este entendimiento es sofisma, es engaño, es vanagloria. ¿Alcanzarlo? No sé qué es eso. 

Como le sucede a Alicia en el capítulo "La casa del espejo" los textos encierran una lectura oblicua, transversal, en perpendicular, especular en todo caso. Cuando Alicia se somete a descifrar el poema "Galimatazo" había afirmado: "parece estar escrito en un idioma que no conozco". Metáfora redonda del problema principal. Es el idioma de la belleza, del poema, no es la lengua a lo que se refiere. Es el idioma del centro indudable, del que resuena cada sílaba como un fuego, como un mar, como la tierra húmeda en nuestra alma al leerlo. 

Así la literatura: toda ella es palabra en el espejo. Los sentidos ocultos al lector allegado, las relaciones semánticas que se hallan entre sus vocablos y silencios, el ritmo de su disposición sintáctica en cantidad de vocales, consonantes, sonidos engarzados, ideas que se subyugan unas a otras, van tramando el idioma escondido del espejo. Hay que sentarse y escuchar los textos, leerlos en voz alta, casi como un rapsoda. En este sentido, recuerda siempre Steiner que los filósofos, en la Grecia preclásica, eran rapsodas pues declamaban sus textos oralmente.  

Mallarmé afirmaba que la literatura, en mejor decir, la poesía, consistía en limpiar el vaho del espejo para contemplar la realidad toda. Muevo la mano en círculos, de izquierda a derecha, cada vez más amplios, circulares, de izquierda a derecha, cada vez más amplios...pero no logro ver todavía la claridad que viene del cielo. Quizás nunca lo haga, pero mi mano ya está mojada, llena, repleta del velo en la semilla. 


viernes, 21 de noviembre de 2014

APRENDO con E. que soy un intruso en su vida, que el que distorsiona su limpia realidad -compleja, polifónica, sin tiempos, natura- soy yo. El hombre traza un camino de cargas y marros que lo emborrona todo. A poco que estoy con ella, los objetos vuelven a brillar cuando los mira, el aire se vuelve penetrante, la luz, en su silencio, cabalga sobre nuestros cuerpos con una danza misteriosa y sinuosa. 


martes, 18 de noviembre de 2014

CANSADO de textos insustanciales vuelvo a Steiner. "¿DE qué trata la música? ¿Qué significa?". Con estas interrogantes consigue Steiner el hilván idóneo para proseguir con sus disquisiciones sobre la literatura y la música. "¿A qué se parece?", sigue indagando en perpetua interrogante. 
La música consigue como ninguna otra disciplina concebir lo inconcebible, anidar en la consciencia la posibilidad de un más allá, de un allí que solo intuimos, percibimos. porque la fascinación y la reacción que provoca la música es real y así, entendida, sin tener respuestas razonadas a su esencia, la asimilamos y la vivimos. Aun sin entender qué descifra, qué hay en ella, cuando brota una música el espíritu se sobrecoge. 
La poesía, la lírica, deviene de esta esencia musical. Cercana a su naturaleza, el texto poético que sacude al espíritu es el que media entre lo racional y lo irracional, el que trenza vínculos entre el entendimiento y lo meramente sentido. Sentir, entender, ritmo, armonía intrínseca son los elementos que conducen a la edificación de un poema. El resto no me interesa, para ello tengo la realidad, la mera realidad, más potente y maravillosa que cualquier poema apegado a ella. 

Dice Steiner: "Ante la música los prodigios del lenguaje son también sus frustraciones". Y yo añado que las frustraciones de la lengua son las únicas bellezas pronunciables por el hombre.    

domingo, 16 de noviembre de 2014

ME ABURRE sobremanera lo ordinario. Más todavía, lo vulgar. Pero, por sobre todas las cosas, lo que termina realmente de insuflarme un total aburrimiento es la vanagloria y el afán de mostrar lo que nunca se alcanzó.
Creo que el mundo actual vive un gran teatro del mundo en que con tener tan solo la idea de que alguien es algo ya se toma por sentado. Quiero decir que en esta predicación básica que tanto preocupó a Aristóteles, se encierra el paradigma de la decrepitud estética de la actualidad.
Poeta es cualquiera que diga que lo es; con ese aserto le basta, con la mera afirmación que brota de su mollera y que quizás, en esa nebulosa enfermiza de la modernidad, tan solo existe un deseo y una quimera que, a pesar de su virtual existencia, todos se creen.
Y es que falta tanta humildad, tanta carga ética y estoica y epicúrea en los hombres de hoy que me aterra escuchar cualquier conversación en el tren o cualquier diálogo sea cual sea el sitio. Me he vuelto hiperestésico con el asunto; me aburren los que van por la vida diciendo: "Oye, chicos, soy poeta".
Una poeta de verdad nunca lo diría, ni un escritor de fuste no sacaría su voz más allá de sus folios, como un músico consagrado a la música no manifiesta a las primeras de cambio que es músico. o siquiera un pintor no va cargado con sus pinceles o su caballete. Es un absurdo contemporáneo tanto como la patética red de transmisión de la cultura en los medios de comunicación.

Para ello leo a Steiner. Con unas líneas basta para desembarazarse de tanta mediocridad. Recuerda el Canto XXIV de Ilíada en que Príamo acude a la cámara mortuoria para hablar con Aquiles para que le devuelva el cuerpo de su hijo muerto, Héctor. Destaca Steiner la profundidad de la escena, pero la ensalza a la dimensión de clásico: "Un clásico de la literatura, de la música, de las artes, de la filosofía es para mí una forma significante que nos lee. Es ella quien nos lee, más de lo que nosotros la leemos, escuchamos o percibimos. [...] El clásico nos interroga cada vez que lo abordamos. Desafía  nuestro recursos de conciencia e intelecto, de mente y de cuerpo (gran parte de la respuesta primaria de tipo estético, e incluso intelectual, es corporal)".

Hay un detalle que Steiner no pasa por encima, una breve mención que el autor marca. Príamo roza con sus manos, implorando, las manos asesinas de Aquiles. Este roce es el que provoca en Steiner la reflexión posterior, el que conduce de la anécdota a categoría. El roce de unas manos que son epítome de todos los sentimientos humanos condensados en las de Príamo y en las del propio Aquiles: amor, odio, venganza, misericordia, valentía...El roce de unas manos que pudiera entenderse como un diálogo insonoro de la condición humana y que hace, del pasaje, de la obra, una dimensión distinta en cada lectura. 

jueves, 13 de noviembre de 2014

EN el pequeño cuaderno titulado Círculo de cuatro tan solo escribo aforismos, sentencias, apotegmas, facecias. Pequeñas estampas que funcionan como antídotos, pues mezcla, como quería Don Juan Manuel, el dulzor y la medicina moral: 
Tienes, transparencia,
el color del olivo derramado
entre los montes;
y tu bóveda blanca
es parra de ese vino;
y tu glauca presencia
mis ojos tan cegados de la luz. 

Con la edición de Ilíada de Johann.Heinrich Vozz, de 1793, el papá de George comienza a leer  en voz alta el canto XXI. Es el pasaje en que Aquiles despliega su cólera, pues han matado a Patroclo, su  extensión en la tierra, su protegido, su amado. En un momento de la escena, el padre exige al hijo, ante la dudosa falta en la traducción, que comiencen a traducir directamente del griego. En ese punto  sucede el milagro en la vida de alguien, del pequeño George. Como afirma el propio Steiner: "puede que el resto no haya sido más que una apostilla a aquel momento". Es el momento iniciático, el que nos envuelve y nos sella de por vida en una suerte de conjetura hacia la verdad. Su papá invitó al niño a dejar en su memoria aquel pasaje fascinante de Aquiles en que se conjugaban el terror, la misericordia, la angustia, la grandeza de espíritu, la venganza, el amor para que no lo olvidara nunca; más aún, para que formara parte de su cosmovisión: "Para que no se despegue nunca de ti, para que siempre vaya contigo esas palabras, para que percutan en tu recuerdo cada vez y siempre", parecía decirle su padre, el banquero melancólico. 

De allí, al canto VIII de Odisea. Demódoco, sedo griego, Al estar cantando, al escucharse, el viajero rompe a llorar. Dice Steiner al respecto: "el ciego ha pasado a habitar en la eternidad insustancial de la ficción". 

martes, 11 de noviembre de 2014

IMBUIDO en las cancelas de la noche ya todo me parece casi una llovizna. Tengo el retrato de Castiglione enfrente de mí; los cuadernos configuran una suerte de puzzle enigmático; papeles, carpetas, libros, apuntes a mano. Un escenario para la ausencia.  
Repaso las acciones del día, las medito, las valoro. Someto a la reflexión los acontecimientos consuetudinarios de la literatura. No soporto sus miserias, los aledaños repletos de chamarileros. Todo me parece un canto monótono y de pesadumbre, pero no me fustiga el ánimo, antes lo incendia de fervor y pasión por la literatura y la vida. 

En la pila de libros resalta el lomo de Ovidio, Tristes y Pónticas. Nec te purpureo velent vaccinia fuco 
que no te envuelvan los arándanos con su color rojizo...canta al comienzo de Tristia ora tan puro ora tan natural. Así empezaba el poema que comencé a escribir el otro día y que no sé en qué estado se encuentra. ¿Puede que lo eliminará? Y vuelven las cancelas de la noche a abrirse de puro meditar. 

domingo, 9 de noviembre de 2014

FRIEDRICH vON HANDENBERG, Novalis, parece que tuvo una visión de Sophie en el cementerio de Grüningen. Ese encuentro provocó el arranque de la escritura de Himnos a la noche, pero, sobre todo, una revelación del ser, de lo que los antiguo griegos llamaban aletheia. Ese desvelo de la realidad fue el detonante de las sucesivas entregas artísticas del poeta, por lo que podríamos afirmar que tras una renovación ética prosiguió una estética armonizada con esta misma. las palabras y los pensamientos, la vida y el objeto artístico se funden cuando se produce la armonía del ser. equilibrio, concordancia, sin olvidar el ético de corazón que comparte con este vocablo. Estar en concordancia es estar con el corazón; más aún, con el ritmo del corazón en el mundo. 

La luz hace invisibles los objetos y es en la noche, la noche misma la que conduce al interior profundo y numinoso de uno mismo, a esa anchura desconocida del yo. En cada cual, defendía el poeta, se encontrará el propio origen del universo. Leemos:

La luz tiene fijado su tiempo, pero fuera del tiempo

La intensidad de la lírica de Novalis es inconmensurable. El lector queda, tras la experiencia lectora, traspuesto hacia un no sé qué. Todas las jerarquías de la realidad conocidas se restituyen; la palabra misma se convierte en vehículo de transmisión de una realidad misteriosa e insinuada. Novalis demuestra, como pocos poetas, que la dimensión oculta del mundo puede desvelarse. ¿definirse al completo' me pregunto qué ha sido definido y de qué hablamos cuando sostenemos fieramente la insuficiencia de la palabra. 

sábado, 8 de noviembre de 2014

QUÉ delicia los versos de Gutierre de Cetina y qué contemporáneos sus versos en la lectura sosegada de esta tarde. Canciones, sextinas, sonetos, madrigales de oro a los ojos de este humilde lector. Sus poemas ofrecen un recorrido variado del espíritu humano, de sus tendencias, sus manías, sus persistentes señas en el tiempo. Me sucede con estos poemas que, cuando reflexiono sobre la renovación de la lírica, no encuentro un respuesta clara a esa disyuntiva. Quizás la poesía se distinga y se haga nueva en los temas, en las realidades que no acontecían antaño, pero, ¿es solo el suceso contemporáneo lo que convierte en renovación a un poema? ¿Tan solo incluyendo en un verso "bar", "supermercado", "cigarro", "cabrones"? ¿No habrá que encontrar el decir que se ajusta a ese suceso, por muy nuevo, novísimo, que este sea, a un verbo de permanencia, inalterable? 
¿Que cuál es? Ah de la vida...

De Gadamer me quedaría con demasiadas páginas y acopiaría de su Verdad y Método muchos pasajes si tuviera que reservar de la quema algún libro. Hoy, al revisar el cuaderno titulado "Actos de templanza" releo una cita que había escrito con tinta negra y con una caligrafía menuda y escurridiza: "Parece incluso que la determinación misma de la obra de arte es que se convierta en vivencia estética, esto es, que arranque al que vive del nexo de su vida por la fuerza de la obra de arte y que sin embargo vuelva a referirlo al todo de su existencia". 

Al término de la lectura, sumé, a este pasaje, el diálogo que mantuve ayer con un ser indolente. Hablamos de los paréntesis y de la verdad incognoscible que los sustancia.  Esos paréntesis que levantan la melena al viento sucede, no en pocas ocasiones, al artista. Y lo sustrae, lo trastoca, lo conduce al todo de su existencia. Incluido Platón, que manejaba melena igualmente, todas las ideas se derrumban en ese instante, pues son inválidas para el raciocinio de la dimensión de ese todo ancho y ajeno. 

jueves, 6 de noviembre de 2014

EXISTE un autógrafo del soneto que se encontró en las guardas de un Trattato dell´amore umano de Flaminio Nobili que había pertenecido al propio poeta. El soneto es una viguería literaria y podríamos decir un artefacto macerado por la virtud y el talento. Más allá de todos los recursos retóricos propios de ese tiempo de la lírica y de los gustos personales del autor, me quedo reflexionando sobre el último terceto del soneto de Quevedo titulado "Desde la Torre". En efecto, los paralelismos, en este caso, son demasiados si lo comparamos con mi admirado Montaigne, pero hay un resolución de toda índole ética en ese último terceto de Quevedo. 

[...]
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquella el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.

Mal que bien, está uno, las más de las veces, recluido en una torre, en un alminar en que canta al aire los sones de una soledad profunda y húmeda. Ese es el literato, el poeta imbricado en la esencia de lo literario. Recluido, solo, en susurro de la transparencia, danzando el rito del silencio y mostrando la cuestión de desnudez. Contemplaciones.  El estudio, la lección es acción y sustituto de la vida. Así es y así lo entiendo cada vez con más claridad, sin tener sobresaltos, sin hacer aspaviento. 

sábado, 1 de noviembre de 2014

EN 1837, Ranieri y Giacomo vuelven a Nápoles no sin mirar de reojo el látigo del cólera que había azotado a buena parte de la población. Lo hacen después de un periplo cargado de viajes, diálogos, pausadas reflexiones, líricas miradas sobre el mundo. Regresan a Nápoles, pero van a Villa Ferigni, pues los médicos habían aconsejado el aire puro, más límpido, de Torre del Greco para los pulmones enfermos del poeta. No serán pocas las noches en que el poeta y el eterno amigo dialogarán, de madrugada, asomados al balcón, de filosofías y pensamientos. 

La escena es conocida; Leopardi está tomando dos o tres cucharadas de menestra que Paolina le había preparado con sus recetas favoritas (no olvidaría nunca el poeta los regalos de dos cucuruchos de cannellini); le había pedido igualmente una granita para combinar la verdura con la deliciosa limonada helada. Fue, quizás, en la segunda cucharada, cuando Giacomo, con la lentitud de los astros a los ojos, dijo: "Siento que me aumenta el asma, ¿podríamos llamar al médico?". 

Desde ese punto, Giacomo fue recorriendo los pasajes previos a la muerte, pero fue lenta, melancólica, sin ningún aspaviento ni desmedida acción. Tan solo se concitaron tres elementos: vida, muerte, luz.  La muerte de Leopardi fue el propio Leopardi, todo él. 
Ranieri trató de reanimarlo con bebidas espiritosas; Paulina no dejaba de colocar en su frente paños que contuvieran el sudor que se deslizaba por la inmensa frente del poeta. En esa escena, Giacomo estuvo ya viviendo la muerte: "Ya no te veo", exclamaba. Otros biógrafos añaden: "Abre esa ventana, deja que vea la luz" o "Adiós, Tottono, ya no veo la luz". Con ello, aumentó su pulso por unos segundos, justo el tiempo previo a que su cuerpo dejara de respirar ya para siempre y manifestara un leve estertor en el lecho final. 

El cólera podría haber arrebatado los restos de Leopardi al mundo, ya que  si no hubiera intervenido Ranieri, posiblemente hubiera terminado en una fosa común, en la "fosa de los coléricos". Sin embargo, Ranieri advirtió desde el primer momento la importancia de la figura del poeta y por ello logró enfrentarse a las disposiciones legales y esquivarlas. Leopardi terminó en San Vitale. 

De ese tiempo y de ese lugar brotan dos composiciones que funcionan como dípticos asimétricos, a saber: "Il tramonto della Luna" y "La ginestra". 

[...]
Más la vida mortal, cuando la bella
juventud se marchó, ya no se tiñe
de otra luz nunca más, ni de otra aurora. 

Leo los versos finales de Il tramonto... y lo hago rememorando la escena final de su vida, el recogimiento y la gracia de su cosmovisión vertida en sus textos. leopardi es para uno sus poemas y sus prosas en Zibaldone.  Un escritor es primero sus palabras y puede que nunca su propia vida. 

En cuanto termino de releer el poema, paso las páginas y comienzo a leer La ginestra. Me había olvidado que el poema estaba encabezado por una cita bíblica, concretamente, la de Juan, III, 19: "Y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz". Tras la cita me entrego a la profundidad de este canto mortal y permanente: 

[...]

De noche en estas lomas,
que, asoladas, de luto
viste el duro torrente y casi ondea,
sentarme suelo; y en la triste landa
de un azul transparente
miro de arriba llamear los astros,
a los que allá a los lejos
hace de espejo el mar, y todo en torno
por el vacío refulgir el mundo. 
[...]