domingo, 12 de octubre de 2014

UN día y otro día. Los contornos de los árboles sobre el horizonte, el mar tan sosegado de septiembre, el húmedo mirador en que citamos al infinito, la nube olivácea de figuras imposibles, el cauce del río deslenguando tus tierras, el anuncio prematuro de las marismas, el encuentro prodigioso con el océano, los aires del mar y las melodías de la niebla, el barrio alto poblado de misterios, las casas, palacios ya extintos a los ojos prendidos en el recuerdo, las bodegas y olores que en otoño embriagan, las desiertas calles sin ruido tan claras al sonar de la lluvia en el asfalto. Eso eres, ciudad, en este punto; eso fuiste, ciudad, aquí y ahora; eso serás, ciudad, en ti por siempre. 

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Al querer rescatar el libro de Paravicino saltó el de Cernuda que, descansando horizontal, lo habíamos colocado no sé por qué razón ni circunstancia. Lo cierto es que agarré La realidad y el deseo que tanto manejamos en el dos mil dos y que leímos, completo, casi sin descanso, en Santander. Llevaba ya demasiado tiempo sin revisarlo. Digo leímos ya que los poemas de Cernuda los leí junto con M.C. por vez primera. Fue ella la que compró la edición que todavía manejamos con cariño y, deslabiados, silabeando, fuimos descubriendo la anchura poética de Luis Cernuda. 

Desde anoche  estoy leyendo de nuevo a Cernuda. Durante los años que viví en Sevilla, más de una década, paseé a menudo por muchos de los lugares en que Cernuda vivió y con los que Cernuda trazó la maravilla de su prosa. incluso, durante unos años, viví en la calle Cano y Cueto, es decir, muy cerca de la calle del aire y en el mismo casco antiguo de la ciudad. Al atardecer, cuando el sol alejaba sus tentáculos de la piedra, las callejuelas iban conformando una suerte de dédalo mágico, de pasadizo laberíntico que tanto no gustaba transitar. poco después, seguí o viviendo en la calle Candilejo, cerca del lugar, más todavía. Con Cernuda está asociada igualmente la lectura de un libro de Octavio Paz titulado Cuadrivio. Con ese libro entendí a Darío y comencé a leer con asiduidad a Pessoa, pero también entendí el sentido profundo del adjetivo "edificante" vinculada  a la palabra poética.
Sigo leyendo, releyendo, anotando sobre las notas como el ser cambiante que soy ahora y que nunca fui. El primer poema que comencé a releer fue "Luis de Baviera escucha Lohengrin". Los dos tonos en penumbra que rompen la tarde. Con todo, el volumen está repleto de recortes de periódicos, anotaciones, tarjetas con citas, dobleces en las esquinas de algunas páginas. Y un subrayado especial que había olvidado y que hoy, con la lluvia tras los cristales, he leído como quien espera el alba. Lo considero una epítome de lo que significa esencialmente ser poeta, un escena irónica,  la poesía misma como revolución y permanencia. Pertenece a Historial de un libro y reza así: "En las noches del invierno de 1936 a 1937, oyendo el cañoneo en la ciudad universitaria, en Madrid, leía a Leopardi".