jueves, 9 de octubre de 2014

TENDRÍA uno que estar continuamente revisando sus textos y sus ideas y también sus afirmaciones pues el escritor, el hombre, como el lector, va cambiando su posición en el mundo y su estar en la realidad. Sin embargo, esa premura de la reposición, de la reparación, -si se me permite dicha expresión-, puede terminar por destruirlo todo. Afirma Javier Marías en una entrevista que, durante su juventud, cometió excesos reprochables y que actuó con desconsideración en muchas de las situaciones que la vida le iba poniendo por delante. Y eso debió ser así para que él, el novelista, pudiera narrar y contar y escribir en todo caso como lo ha llegado hacer. 
En estos casos siempre estoy con Borges en que la realidad siempre es la última imagen que tenemos de ella. Esa imagen, a medida que cumplimos años, se va distorsionando, empañando, deformando. Puede que el arte sea el que desempaña con límpida verdad esa imagen primera y originaria.  Puede que nunca fuésemos tan soberbios ni tan pánfilos y tengo por seguro que la imagen que proyectamos en la memoria es siempre el deseo de esa reparación de lo que fuimos. 
El propio Kafka ordenó quemarlo todo en un intento por no solo restaurar sino renacer profundamente de todo su yo anterior; así J.R.J. en ese esfuerzo titánico de corrección que tan solo él entendía plenamente. Esfuerzos contra el tiempo de la muerte, quizás el único y certero peldaño que pisamos en la tierra.