sábado, 11 de octubre de 2014


COMO en la música, hay escritores de melodía y escritores de armonización. Los de melodía, -como Mozart-, desarrollan un canto unívoco, prodigioso, cercano al susurro de una madre al oído. Sus versos, por ejemplo, son lábiles unidades, pero sostenidas por una cadencia melódica sublime. Por ejemplo, fray Luis; otro más,  Garcilaso; y otro, Antonio Machado. 
Por otro lado están los que edifican una composición total, de armonías profundas y contradictorias, como Beethoven. Son poetas que en toda su obra dejan ver una aspiración más completa, más eterna, absolutamente establecida por el abismo y el conocimiento de lo no razonado con la lengua. He ahí Rilke; también Pound y Eliot; J.R.J. lo intentó;  por supuesto, Dante. 

Es cierto que, en los cuartetos de cuerda, Beethoven se convirtió, él mismo, en otro. Dejó de ser lo que había sido , con genio, con virtud y consiguió vislumbrar otra realidad musical que, en este caso, es otra realidad al oído y a la mente. Recuerdo haber escuchado estos Cuartetos hace muchos años, cuando comenzaba a tocar el clarinete en el cuarteto de viento cuyo nombre era Attacca.  Jamás dimos un concierto, nos daba igual. Le pusimos ese nombre porque Beethoven deseaba que la interpretación del Cuarteto de Cuerda n. 14, Do sostenido menor, op. 131, se interpretara sin descanso alguno entre sus movimientos. Un continuo de siete movimientos, -no de cuatro, como es habitual- y de una intensidad que deja al intérprete patidifuso. Lo quisimos llamar así porque, por aquel entonces, nuestras vidas eran música, partituras, entusiasmo desmedido por los atriles. 

Pasados los años, leí que T.S. Eliot había encontrado en este Cuarteto la realidad musical y espiritual que le sirvió de origen para escribir sus Four quartets, obra que tengo por la cumbre de su lírica y que admiro cada vez más. Eliot había escuchado con perplejidad la música de Beethoven en que el músico alemán era menos Beethoven, había asimilado que cuando el tiempo se cuartea, como una tierra ávida de agua, todo confluye en una misma cosa. Quizás Eliot también advirtió, como lo hago ahora, después de tantos años, al escuchar los Cuartetos, que el arte propone una nueva organización de la realidad y que la transgrede, la transforma, la ensancha, la armoniza cuando el hombre solo pueden advertir un canto monódico.  Puede que Beethoven nos acercara el lenguaje de la muerte en la vida, de lo oculto a lo visible, de lo inaudito a lo sonoro.