jueves, 30 de octubre de 2014

HAY ciclos dentro del ciclo de la vida. Estaciones de renovación y permanencia, episodios que figurarán tan solo en la leve memoria pero que fueron los causantes de ciertos cambios, de ciertas reconversiones, de los giros que finalmente deciden lo que queremos ser en ese instante; lo que anhelamos, lo que defendemos con soberbias manifestaciones en público y en alcobas. 
Uno parece estar ajeno a ello hasta que se para a contraponer lo que hacía con lo que decía, a recordar cuáles fueron sus prerrogativas y cuáles son ahora sus rosarios habituales. Aquellos dioses de antaño han quedado en el púlpito del olvido o acaso relegados a meros mojones en el camino y en los años.

La idolatría es especular por naturaleza y de ello se desprende que nunca debemos tener ojos ciegos alrededor de lo que enfocamos. Tan solo cuenta la transparencia, lo natural, lo verdadero. Y estas propiedades no pueden explicarse, tan solo sentirse. No pueden definirse, tan polo percibirse. Creer en una cosa o en otra es cuestión del espíritu, de otra dimensión que poseemos pero que no conocemos en esencia. No hemos cumplido el ciclo completo para ello; somos figurantes y sombras. Una y otra realidad se solapan en la palabra que es verdadera, pero esa palabra tan solo llega a advertir, a atisbar, a ensoñar los ecos de esa matriz del origen. La poesía, en este sentido, es develo de la memoria primigenia, danza circundante de esa levedad.  

martes, 28 de octubre de 2014

EL RETRATO de Courbet lo muestra fumando en pipa, pasando las páginas de un libro y con la mano sostenida, en tensión, la mano izquierda, mostrando cuatro dedos. A su lado, Charles aparece fotografiado en 1861. Es el mismo, pero ya es otro. El rictus de su cara sigue manteniendo su minúscula y articulada boca pequeña, el pelo se mantiene ralo por la frente. Lo más punzante, la mirada. Esa mirada torcaz y pendenciera de un individuo alejado de sí mismo. Esa tensión no se mantendrá posteriormente. Luego, en fotografía de Nadar, se muestra a Charles a los cuarenta años de edad. Sin embargo, parece más avejentado que nunca. Las manos metidas en los bolsillos, la chaqueta abierta, el cuerpo prominente y ensanchado, el pelo al aire y con la galopante ausencia en la frente del mismo. Se muestra hierático, rígido, con porte de poeta maldito. De 1865 hay otra foto: es Baudelaire. Serio, compungido, con la distensión en el ceño de la senectud y con una melena de pelo cano, peinada con cuidado. El busto se arroja hacia el lado contrario al que lo hace su cara. Ladeado, en sesgo, muestra sus fauces malditas, desposeídas, poéticas por siempre. Pareciera estar recitando, en el pecho de la noche, amamantado de rito de la transparencia:

aquél cuyas ideas se elevan, como alondras,
libremente hacia el cielo del claro amanecer;
-sobrevuela la vida y entiende sin esfuerzo
la lengua de las flores y de las cosas mudas. 


domingo, 26 de octubre de 2014

EN EL FONDO, cuando alguien te dice que no deberías hacer eso o aquello te está diciendo que él no sería capaz de hacerlo y que mejor no lo hagas, pues eso mismo detonaría más intranquilidad y dispararía sus incontrolables y mediocres instintos. Y puede que pese más, que influya más, la maldita soberbia y acaso la envidia. Tanto es así que últimamente, en cualquier contexto, necesito y busco la transparencia, más que la transparencia, anhelo y deseo la invisibilidad. Deseo ser invisible y vivir con lo puesto, como suele decirse, con lo puesto quiero decir con lo que me gusta, sin más ni más. 
No soporto la falsedad, ni mucho menos los incoherentes actos de infidelidad a los principios. Decir y hacer los tomo como una misma cosa y no me convencen los que manifiestan, a la ligera, afirmaciones rotundas y, al final, terminan por sucumbir al ruido de la muchedumbre, a la ineludible vanidad. 

jueves, 23 de octubre de 2014

DÍAS, idas y venidas, contratiempos. He paseado esta tarde con E. y he vivido. De su mano, ella iba apaciguando los contrarios, los míos, los que me habitan y desasosiegan. A su lado, con sus juegos, sus ideas ya trenzadas en aspavientos a la lengua, sus preguntas, su desnuda mirada, su tacto al aire, el confín de su figura en mis ojos. 

Una mezcla de lecturas poéticas: Boecio, Leopardi, T.S.Eliot. Distintos, igualmente verdaderos. A Boecio no hago más que releerlo una y otra vez; lo mismo que con Leopardi. No quiere uno volverse sordo a la lira, como el asno de Esopo, y por ello recurro a la música serena y limpia de estos autores que, a pesar de que respondan a gustos personales, siempre despiertan lo que Boecio llama "el vigor primero de las cosas", el vigor primero de la luz.
Junto a estos libros descansa el nuevo poemario de Jacobo Cortines, Nombre entre nombres, que llegó ayer por la mañana y que he leído en dos ocasiones al completo. La lentitud en la dicción, -si es posible esta descripción-, la serenidad, la contemplación, los hábitos del hombre que va deshaciéndose de la vida en ausencias, llamaradas del recuerdo; de quien lo proyecta todo en un imaginario origen del que nunca quiso zafarse. 

    

domingo, 19 de octubre de 2014

AUNQUE La tierra baldía contara con la lectura de Ezra Pound e incorporara cuantos consejos transmitía este a Eliot, tengo para mí que Los cuatro cuartetos es obra más personal y verdadera que la anterior. He estado releyendo a Eliot estos días y al propio Pound, también a Yeats. La obra de Eliot, más allá de sus giros personales en creencias e ideas éticamente reprobables para algunos, me parece fundamental para entender el giro de la lírica moderna e, igualmente, contemporánea. Sobre todo porque percibo que en la obra de un autor sucede el paso de la estación fugitiva a la búsqueda perenne del origen. Le pasó a Borges y también a J.R.J. Es el punto en que confluye una consciencia poética en la vida del autor de la que jamás podrá separarse y a la que debe todas las luces y bríos de su escritura. A los narradores de fuste les sucede lo mismo, así como a pintores, músicos y artistas de toda índole. ¿Cómo olvidarnos de los acontecimientos en la vida y en la obra de Caravaggio o en la Miguel Ángel; qué decir de Cervantes o de Shakespeare, de mi tan querido Thomas Mann o del propio Kafka? En todos ellos sucedió lo que denominó "la consciencia del origen" y eso mismo provoca que la creación se incardine como semilla inmortal, esto es, como palabra que principia en el lector una reacción de vida y de estética. Lo manifiesta el propio Eliot con claridad al final de "Little Gidding":
We  shall not case from exploration
And the end of all our exploring 
Will be to arrime Sherlock we started
And know the place for the first time

Como mediación hacia el llamado "misterio" poético que, en puridad, es el misterio de la vida misma, el poeta siente cómo acontece un desvelo de la realidad cuando esa consciencia se instala en la suya propia. Es una idea que los presocráticos ya describieron y desarrollaron y que el propio Hölderlin y Rilke llevaron a la expresión lírica. Sin embargo, Eliot logra acompasar estas ideas antiguas en una nueva expresión. ¿Qué es si no la poesía?

Through the unknown, remembered gate
What the last of earth lery to disco ver
Is that wich was the beginning;

sábado, 18 de octubre de 2014

VOY leyendo con deleite Así empieza lo malo de Javier Marías. A pesar de que Marías recurra a sus procedimientos más notables y característicos, conocidos por los que hemos leído casi todos sus libros,  la novela me resulta portentosa. Una literatura abigarrada, bien trabada, escrita con la profundidad narrativa de quien busca y encuentra todavía en la novela el poder del discurso narrativo y no los placeres prohibidos de otros inventos llevados a la novela. Cada vez me recuerda más a mi admirado Thomas Bernhnard y a Proust y a Conrad. Los arranques, la evolución de la trama, el abalorio de la prosa avanzando a zancadas disformes, el punto de vista con que narra y resuelve las situaciones, la propia estructura general de la obra, los temas que se despliegan desde lo general y los casos concretos, entre otros detalles. Todo ello orquestado y macerado en la edad en que quizás lo malo comienza a recordarse con anhelo. 

[Nota de cuaderno mientras hablo por teléfono]. Cuánto me río con las trifulcas de los poetas contemporáneos, también río con Valèry y con todo lo inútil. Pero, ¿qué es útil para el hombre?¿No es acaso un solo momento de felicidad más necesario que toda una vida miserable? ¿No invade belleza con más fuerza, aunque solo sea un segundo, que toda la banalidad diaria y circundante? Quizás el hombre deba conformarse con esos destellos y nada más. Y basta. 
Decía que unos se convierten en admiradores incondicionales de otros; otros, se levantan en armas contra las amenazas en la cumbre. ¿Qué cumbre, qué parnaso? Pareciera todo una estultífera nave contemporánea en que se mezcla la vanidad con la impostura, la recalcitrante bajura del hombre actual. 

[Antídoto] Hay un verso de Eliot que condensa la condición humana, la condición de la consciencia humana, esto es, la condición de la consciencia de ser humano. 

Times past and time future
allow but a little consciousness.
To be conscious is not to be in time
[...]


Para ello, el tiempo y el espacio deben conjugarse tal y como surgen en la memoria, pero con la limpia predicción de que serán trascendidos. Esa es, en mi opinión, la gran paradoja del ser humano  y, por ende, el territorio en que la palabra del poeta debe edificarse. la palabra proteica debe  hundir sus raíces en esos lodos, fondear en esas aguas, horadar en esas raíces.  
Demediados entre la consciencia plena y la consciencia humana, el tiempo de lo mortal y el tiempo de lo permanente, de la naturaleza de la palabra vivida y de la palabra perenne, de los temas de su tiempo con los temas eternos:


Only through time time is conquered. 


jueves, 16 de octubre de 2014

ME preguntaba esta mañana un compañero, en el trabajo, con amabilidad e interés, acerca de los escritores. Trataba de tener noticias de las supuestas reuniones y de las relaciones que mantienen entre ellos. Pensaba el buen hombre que uno podría solventarle esas dudas o darle detalles o quizás introducirlo en los llamados "círculos" o al menos hacerlo partícipe, verbalmente, de alguna de estas cosas. Pero dio a parar en molino sin trigo. Nada tengo que ver con nada, nada tengo que me una a capilla o reunión o cenáculo de supuestos literatos, pensaba mientras el susodicho amigo insistía en el tema. Comedidamente, buscando argucias lingüísticas por aquí y por allí, terminé por decirle que respetaba sus apreciaciones pero que tenía para mí que todo eso es sobrante de todo punto, es más, le dije, cuando uno se embosca en esos enredos de lo aledaño a la literatura, termina por convertirse en bufón, como todos, pues todos quedan a la espera de que sigas repitiendo lo mismo, haciendo lo mismo de siempre para seguir alabando, para proseguir calificando tus acciones de magistrales y de sobresalientes a cambio de que, cuando ellos actúen de bufones, tú hagas lo mismo. No sé si quedó contento el compañero tras el diálogo, pero a uno le provocado cierta reflexión y sonrisa y algunas líneas escritas a mano en el cuaderno minúsculo titulado Círculo de cuatro.  


domingo, 12 de octubre de 2014

UN día y otro día. Los contornos de los árboles sobre el horizonte, el mar tan sosegado de septiembre, el húmedo mirador en que citamos al infinito, la nube olivácea de figuras imposibles, el cauce del río deslenguando tus tierras, el anuncio prematuro de las marismas, el encuentro prodigioso con el océano, los aires del mar y las melodías de la niebla, el barrio alto poblado de misterios, las casas, palacios ya extintos a los ojos prendidos en el recuerdo, las bodegas y olores que en otoño embriagan, las desiertas calles sin ruido tan claras al sonar de la lluvia en el asfalto. Eso eres, ciudad, en este punto; eso fuiste, ciudad, aquí y ahora; eso serás, ciudad, en ti por siempre. 

***


Al querer rescatar el libro de Paravicino saltó el de Cernuda que, descansando horizontal, lo habíamos colocado no sé por qué razón ni circunstancia. Lo cierto es que agarré La realidad y el deseo que tanto manejamos en el dos mil dos y que leímos, completo, casi sin descanso, en Santander. Llevaba ya demasiado tiempo sin revisarlo. Digo leímos ya que los poemas de Cernuda los leí junto con M.C. por vez primera. Fue ella la que compró la edición que todavía manejamos con cariño y, deslabiados, silabeando, fuimos descubriendo la anchura poética de Luis Cernuda. 

Desde anoche  estoy leyendo de nuevo a Cernuda. Durante los años que viví en Sevilla, más de una década, paseé a menudo por muchos de los lugares en que Cernuda vivió y con los que Cernuda trazó la maravilla de su prosa. incluso, durante unos años, viví en la calle Cano y Cueto, es decir, muy cerca de la calle del aire y en el mismo casco antiguo de la ciudad. Al atardecer, cuando el sol alejaba sus tentáculos de la piedra, las callejuelas iban conformando una suerte de dédalo mágico, de pasadizo laberíntico que tanto no gustaba transitar. poco después, seguí o viviendo en la calle Candilejo, cerca del lugar, más todavía. Con Cernuda está asociada igualmente la lectura de un libro de Octavio Paz titulado Cuadrivio. Con ese libro entendí a Darío y comencé a leer con asiduidad a Pessoa, pero también entendí el sentido profundo del adjetivo "edificante" vinculada  a la palabra poética.
Sigo leyendo, releyendo, anotando sobre las notas como el ser cambiante que soy ahora y que nunca fui. El primer poema que comencé a releer fue "Luis de Baviera escucha Lohengrin". Los dos tonos en penumbra que rompen la tarde. Con todo, el volumen está repleto de recortes de periódicos, anotaciones, tarjetas con citas, dobleces en las esquinas de algunas páginas. Y un subrayado especial que había olvidado y que hoy, con la lluvia tras los cristales, he leído como quien espera el alba. Lo considero una epítome de lo que significa esencialmente ser poeta, un escena irónica,  la poesía misma como revolución y permanencia. Pertenece a Historial de un libro y reza así: "En las noches del invierno de 1936 a 1937, oyendo el cañoneo en la ciudad universitaria, en Madrid, leía a Leopardi". 

sábado, 11 de octubre de 2014


COMO en la música, hay escritores de melodía y escritores de armonización. Los de melodía, -como Mozart-, desarrollan un canto unívoco, prodigioso, cercano al susurro de una madre al oído. Sus versos, por ejemplo, son lábiles unidades, pero sostenidas por una cadencia melódica sublime. Por ejemplo, fray Luis; otro más,  Garcilaso; y otro, Antonio Machado. 
Por otro lado están los que edifican una composición total, de armonías profundas y contradictorias, como Beethoven. Son poetas que en toda su obra dejan ver una aspiración más completa, más eterna, absolutamente establecida por el abismo y el conocimiento de lo no razonado con la lengua. He ahí Rilke; también Pound y Eliot; J.R.J. lo intentó;  por supuesto, Dante. 

Es cierto que, en los cuartetos de cuerda, Beethoven se convirtió, él mismo, en otro. Dejó de ser lo que había sido , con genio, con virtud y consiguió vislumbrar otra realidad musical que, en este caso, es otra realidad al oído y a la mente. Recuerdo haber escuchado estos Cuartetos hace muchos años, cuando comenzaba a tocar el clarinete en el cuarteto de viento cuyo nombre era Attacca.  Jamás dimos un concierto, nos daba igual. Le pusimos ese nombre porque Beethoven deseaba que la interpretación del Cuarteto de Cuerda n. 14, Do sostenido menor, op. 131, se interpretara sin descanso alguno entre sus movimientos. Un continuo de siete movimientos, -no de cuatro, como es habitual- y de una intensidad que deja al intérprete patidifuso. Lo quisimos llamar así porque, por aquel entonces, nuestras vidas eran música, partituras, entusiasmo desmedido por los atriles. 

Pasados los años, leí que T.S. Eliot había encontrado en este Cuarteto la realidad musical y espiritual que le sirvió de origen para escribir sus Four quartets, obra que tengo por la cumbre de su lírica y que admiro cada vez más. Eliot había escuchado con perplejidad la música de Beethoven en que el músico alemán era menos Beethoven, había asimilado que cuando el tiempo se cuartea, como una tierra ávida de agua, todo confluye en una misma cosa. Quizás Eliot también advirtió, como lo hago ahora, después de tantos años, al escuchar los Cuartetos, que el arte propone una nueva organización de la realidad y que la transgrede, la transforma, la ensancha, la armoniza cuando el hombre solo pueden advertir un canto monódico.  Puede que Beethoven nos acercara el lenguaje de la muerte en la vida, de lo oculto a lo visible, de lo inaudito a lo sonoro.  


jueves, 9 de octubre de 2014

TENDRÍA uno que estar continuamente revisando sus textos y sus ideas y también sus afirmaciones pues el escritor, el hombre, como el lector, va cambiando su posición en el mundo y su estar en la realidad. Sin embargo, esa premura de la reposición, de la reparación, -si se me permite dicha expresión-, puede terminar por destruirlo todo. Afirma Javier Marías en una entrevista que, durante su juventud, cometió excesos reprochables y que actuó con desconsideración en muchas de las situaciones que la vida le iba poniendo por delante. Y eso debió ser así para que él, el novelista, pudiera narrar y contar y escribir en todo caso como lo ha llegado hacer. 
En estos casos siempre estoy con Borges en que la realidad siempre es la última imagen que tenemos de ella. Esa imagen, a medida que cumplimos años, se va distorsionando, empañando, deformando. Puede que el arte sea el que desempaña con límpida verdad esa imagen primera y originaria.  Puede que nunca fuésemos tan soberbios ni tan pánfilos y tengo por seguro que la imagen que proyectamos en la memoria es siempre el deseo de esa reparación de lo que fuimos. 
El propio Kafka ordenó quemarlo todo en un intento por no solo restaurar sino renacer profundamente de todo su yo anterior; así J.R.J. en ese esfuerzo titánico de corrección que tan solo él entendía plenamente. Esfuerzos contra el tiempo de la muerte, quizás el único y certero peldaño que pisamos en la tierra.  

martes, 7 de octubre de 2014

TUVE que ir a recogerlo a la oficina de Correos que está en el centro de la ciudad. Aproveché la ocasión para darme un paseo en la mañana por las frescas y limpias calles del centro histórico. Estaba extrañado con el motivo de esta recogida, ya que en los datos que aportaba la carta certificada no terminaba uno de advertir que había sido Ángel quien me había enviado un libro. Un menudo y recogido libro que tanto gusto me dio a la postre. 

Cuando abrí el pequeño sobre pude comprobar que el poeta me había enviado una edición facsímil de Manuel de espumas de Gerardo Diego acompañada de una postal escrita a mano. leer las cartas de Ángel, sus postales, resultan un ejercicio de reconforte y solemnidad para mí.  Gerardo Diego es para Á.G.L es un maestro y un escritor de quien, cuando lo rememora, extrae sus máximas virtudes de forma confesional. Recuerdo una caminata por las calles de Cádiz con él y cómo, a cada momento, se refería a él como "maestro" y no dejaba de recordarme anécdotas, consejos, pasajes de su amistad con el mismo. 
Publicado en 1924 el libro se incardina en el pleno fervor creacionismo que insufló Huidrobo y vanguardista en general.  hay pasajes muy parecidos a Altazor y versos casi idénticos. No es esta la etapa que más me apasiona de Gerardo Diego y son otros los trabajos que admiro del poeta de marras, sin embargo el envío posee una doble sentimentalidad que acojo con emoción. 
En un poema titulado "Alegoría" hay un verso que me gustaría que concluyera esta nota, pues mixtura vida y palabra hasta confundirlas:

Vedme aquí caminando sobre mi propio verso




domingo, 5 de octubre de 2014

EL PASAJE pertenece a la Metamorfosis de Ovidio y se lee a partir del verso trescientos dos. Dante, en la Commedia, al comienzo de El Purgatorio, en el Canto I lo introduce provocando una intertextualidad. Las Piérides, las hijas del rey Pierio de Tesalia, desafiaron a las musas. Calíope las derrotó dejándolas en una deshonra perpetua y no solo eso, sino que, cuando comenzaron con sus protestas tras el juicio ante sus monótonos cantos, comenzaron a convertirse en urracas. Dice Dante:

Mas renazca la muerta poesía,
oh, santas musas, pues vuestro soy;
y Calíope un poco se levante,

mi canto acompañado con las voces
que a las urracas míseras tal golpe
dieron, que del perdón desesperaron. 

Dante está invocando el canto verdadero y polifónico, casi ancestral, de la lírica para cantar lo que comienza a ver sus ojos. Recuerda el soberano canto de Calíope con el que derrotó a la poesía plana y artificial de las Piérides. Así, desea que su palabra renazca, que su palabra poética se incardine en el devenir del curso de la belleza y la verdad poéticas. Más allá de la referencia de Juan de Mena al comienzo de Laberinto de Fortuna

Tú, Calïope, me sey favorable
dándome alas de don virtuoso

que bien pudiera entenderse como un eco del pasaje de Ovidio y, acaso, de la asimilación poética de Dante, recuerdo a Góngora. Lo hago tras leer el siguiente de verso de Dante en este mismo Canto

Dulce color de un oriental zafiro,
que se expandía en el sereno aspecto
del aire, puro hasta la prima esfera. 

Las distancias entre la poética del italiano y la posterior concepción estética del poeta cordobés son notorias y abisales, pero no puedo dejar de pensar en la lectura de Dante durante los siglos áureos en nuestra península. A cada paso, me encuentro con líneas cervantinas, quevedescas en la palabra de Dante y a la inversa, en una lectura retroalimentada por la condición de lector-creador de dos autores fascinantes; sin embargo, hoy, al recuerdo del verso de Góngora leo a Dante por lo demás

luciente honor del cielo
en campos de zafiro pace estrellas

Sin embargo, Cervantes escribió un "Canto de Calíope" en la que no solo ensalza y discute la relevancia de poetas hispánicos y de ultramar, sino que muestra una extraña y sincera 

Al dulce son de mi templada lira

Como una abeja que liba en las flores lucientes y fructíferas, voy de una página a otra, de un pasaje a otro, de una voz a otra y tengo, cada vez más por seguro, que la literatura sigue siendo una y que no es posible definirla, tan solo describirla. 

jueves, 2 de octubre de 2014

EL MILAGRO es vivir. Todo me va resultando ajeno, una suerte de extrañeza gloriosa y de estupor. Recojo los libros de la mesa y leo sus títulos con una solemne tranquilidad que nunca antes me había sobrecogido. La cuestión es que pocas cosas me llevan a excitarme; quizás la luz, la noche, la piel blanca de E., la callada melodía cuando estamos juntos, la voz de un amigo, algunas palabras verdaderas de los libros, la música por lo demás. 
Siento una ponzoña profunda hacia todo, de todo me alejo no porque sienta desprecio hacia nada, ni siquiera porque lo considere inmerecido. Antes al contrario, pudiera ser  que mi materia estuviera en un estado de disonancia con la mayoría de realidades y que solo hallara armonía en pocos resquicios de la misma. Lo siento todo desde la lejanía. Me conformo con hacer feliz, aparentemente feliz, a quien tengo a mi lado. Vivir es el milagro.