miércoles, 17 de septiembre de 2014

13 de septiembre de 2014, París

ANTES  de entrar en el Louvre decido comer. Hoy paseo solo por la ciudad, pues J. tiene asuntos pendientes de su trabajo que le impiden acompañarme. Por un lado me apena ese hecho, pues dejamos d¡conversaciones todavía muy crudas y faltas de profundidad, pero, por otro lado, decido actuar con la máxima alegría. Solo, en París, una mañana de septiembre. 

Es temprano, el mediodía casi está asomando por las calles aledañas al edificio. Aquí, me digo, almuerzan más temprano que en España. Esa apremiante necesidad de almorzar del resto de ciudadanos termina por contagiarme. Y decido comer yo también. Solo, en París, en una mañana que no se caba nunca.

El lugar se llama Chez Claude y posee una carta para los comensales que va precedida por una cita de Proust. Decido, al verla, entrar sin más miramientos. Mientras voy acomodándome recuerdo la visita al Museo de manuscritos y documentos sito en el bulevar Saint Germain. Los de Copérnico y Petrarca fueron los que más me sorprendieron, a pesar de la valiosa y diversa colección que contemplamos con minuciosa atención. Esta mañana estuvimos desayunando juntos y recordamos algunos pasajes del día anterior. 

mediodía
El tiempo es el enigma. El tiempo pasa, se escurre, sin embargo, seguimos siendo sin comprender. 

Tomo café en el Marly. Es mediodía y el sol azota los ritmos de la plaza del museo. Antes de entrar definitivamente decido dar otra vuelta que atraviese Isla de St.Louis, Notre Dame, St. Germain y la Rue de Rivoli. No se me olvida que ese mismo día debo pasear, quizás cuando termine en el museo, por el Jardín de Luxemburgo, Tuilliers, Quai du Seine, Rue Dauphine, quizás como esa mirada que advierte que pronto dejaré de estar aquí.  Anoto todo como si estuviera trazando una ruta secreta, que condujera a un tesoro escondido renacentista. Llega la noche. El aire fresco de madrugada acaricia cada sílaba prendida.