sábado, 2 de agosto de 2014

AL PASAR por los tenderetes pude identificar el libro de Píndaro en una notable edición. lo compré sin miramientos pues llevaba unos días soportando una terrible agrafía y una soberbia desgana de todo. Al comenzar a leer a Píndaro el alma sobrevoló todo lo infame y encontré en ello, tras este alejamiento de la literatura, una bendita forma de ser.
Eso nos queda a los mortales pues nuestro disfrute solo consiste en sucesivas y finitas armonías del instante. Esos  eventuales trazos en que nuestra materia toda pareciera conjuntarse por una aritmética desconocida. Fugaz, se fue, no quedo nada, ni siquiera la memoria de su realidad. 
A esto mismo Platón lo llamaba “fenómeno”, un acontecimiento que se origina por una fuerza primigenia llamada noumeno. Sea cual sea el membrete el mortal va conociendo su estado de vigilia perpetua, de eterna ensoñación, de permanente insuficiencia. Cuando esto no es así, es decir cuando soportamos una aparente plenitud de vida es cuando más lejos de la vida estamos. A la entrada de templo de Delfos la inscripción milenaria es explícita: si pretendes descubrir los arcanos de naturaleza, deberás conocerlos dentro de ti. El hombre trata de buscar fuera lo que lleva dentro, desea hallar en lo externo lo que anida en su interior. Quizás la vida debiera ser la búsqueda silenciosa de esa llama, quizás la vida debiera ser el deseo de encontrar, en soledad, la piedra primera en nuestra alma. 

He ido repasando los versos y los poemas y me conmueve la penuria que hay en ellos. ¿Cómo me atrevo?, me pregunto en cada verso. Leer y leer es un acto de perfección para un hombre, para su naturaleza patética es ya un logro entender dentro de sí los pormenores de otro individuo; añadir en uno lo que otro logró crear. 

Al leer a Virgilio no puedo dejar de recordar el mosaico del siglo III que lo representa y que lo recrea rodeado de musas: «musae poetarum patronae sunt». Aunque el libro que tengo en las manos en La lámpara maravillosa de Valle-Inclán. Lo llamaba «el milagro musical», esto es, «el poeta debe buscar en sí la impresión de ser mudo, de no poder decir lo que guarda en su arcano, y luchar por decirlo, y no satisfacer nunca».