sábado, 3 de mayo de 2014

UNA de esas batallas internas que uno desarrolla a diario es alejar todo lo que lo contemporáneo diluye del pasado. Lo contemporáneo no hace más que empañar, cuando es falsedad e ignorancia, el pasado; por contra, cuando lo contemporáneo es lúcido, restablece el ser lo antiguo en el mundo actual. Pienso definitivamente que, en el caso de las letras actuales, nos encontramos más cerca de lo primero que de lo segundo. Esta definición y este entendimiento detonan una ética que amuralla toda relación vanidosa, patética y ensimismada de la literatura. Habrá etapas, periodos, décadas en que los lectores tengan que conformarse con eso mismo, con ser lectores virtuosos y, en la que los lectores, si es que los hubiere, tengan la ética estética de no escribir y además pensar que lo que escriben es fundamento.     
Para quien lea estas líneas, si no es que mueren o son calcinadas antes de tiempo, dentro de unos años, podrá pensar a lo sumo que esto ha sucedido siempre. No lo sé, como tampoco sé qué hago yo mismo escribiendo estas impresiones. 
Leo un párrafo de Stravinsky y en el rubatteo toda la mañana: "Vivimos en un tiempo en el que la condición humana sufre hondas conmociones. El hombre moderno va camino de perder conocimiento de los valores y el sentido de las relaciones. Este desconocimiento de las realidades esenciales es sumamente grave porque nos conduce de modo infalible a la transgresión de las leyes fundamentales del equilibrio humano". 

El equilibrio humano, la armonía, bien pudiera haber escrito el ínclito músico. Se está refiriendo a esa permanencia que se transforma en cada periodo pero que es innegable a pesar de su metamorfosis. Indica la acción primordial para que eso pueda producirse: el conocimiento de las realidades esenciales. Sin el conocimiento de esas realidades es imposible que la literatura de cualquier tiempo pueda manifestar el ser de una época, de un individuo en una obra literaria.