sábado, 26 de abril de 2014

LA BELLA sucesión de lo finito.



SEA cual sea el afán del escritor, sus palabras deben contener un atisbo de verdad y de justicia, deben estar regidas por un origen irracional. Estos principios arrojan al verbo y al pensamiento hacia la verdad revelada, una verdad que resulta fijada para siempre, pues el discurso literario puede estar cargado de sentidos diversos, plurisignificativos, connotativos al extremo, pero siempre con la misma forma dada de la lengua. 
Es por ello veneración la ejecución formal de la literatura; todo lo demás es un devaneo, un juego, una mímica verbal de lo profundo. Su forma será siempre su forma; sus palabras serán siempre sus palabras, más allá de nuestra vida. 
Toda vez que el escritor ha ejecutado una creación esta pertenece de inmediato a otra estancia del ser, a otra temporalidad que se manifiesta, precisamente, sin tiempo. Es palabra, como afirmaba Machado, en el Tiempo, en la dimensión de la que no tenemos certezas ni somos capaces de describir ni de estar, pues mortales y finitos somos. 
Toda obra que ha querido acomodarse a su tiempo, estrictamente a su contemporaneidad, se ha perdido en el fogón de lo venidero, se ha transmutado en llama y en humo, en sombra y en nada. La misma validez tienen los debates medievales hispánicos que la poesía de la vanguardia : son arqueología de una época. 

¿Cómo alcanza el poeta, el escritor, esa forma decidida para siempre? ¿Qué hace que un mensaje sea literario? Estas disquisiciones, -una dirigida al origen y causa de la creación; la otra, a la naturaleza de la creación verbal-, considero que deben dirimirse con otros razonamientos distintos a los eventuales. M. Zambrano advertía de las razones luminosas tal que Parménides en su poema, quizás excelsa manifestación y tratado de todo este enigma. En ellos estoy y estaré intentando reconocer lo que nunca jamás podré vislumbrar, qué es la literatura, ya que, pienso, dirimir la esencia de la palabra es una vuelta órfica que desvela la naturaleza del ser y eso provoca anulación del ser.  Afirma Parménides: "Pues lo mismo hay para pensar y para ser". En cualquier caso, lo no presente a lo sensual está presente a la razón luminosa. Y en ello, en esta revelación, hay un acto de entendimiento que, probablemente, perdure la vida de cada cual.