miércoles, 1 de enero de 2014

COMIENZO el año escribiendo en el cuaderno de color rojo, con el pequeño bolígrafo que compramos en Roma y abriendo estas letras a una meditación. Si bien toda la escritura me resulta una metalepsis absoluta, mixtura de vida y ficción, en que las líneas de una se entrecruzan y confunden con los trazos de la otra, declaro mi fe por la lectura. Una fe plena en la lectura como el único resorte para poder convivir en el mundo de la palabra. 
Desde esta credencial, el lector debe tomar en serio los libros sobre los que ejecuta esta acción vital para poder  prender en la consciencia, en la reflexión cotidiana, los artificios de la profunda mirada sobre el mundo. La lectura prepondera el Tú sobre el yo; diluye el ego en cada una de las sílabas que comienza a descodificar. Su mente comienza a desprender de sí todo anclaje y la vanidad, ante la admiración de los leído, se vuelve humildad. 
La literatura ofrece un vidrial para los ojos; un cedazo por el que la palabra sufre una traslocación de significados. En esa anchura significativa el mundo se dimensiona en estaciones y relaciones inauditas para el hombre. Leer es vivir, vivir de forma plena y, por supuesto, más humana que la cotidiana acción rutinaria. 

Así la escritura. Los dedos comienzan su orquestación: la mano dirige los pequeños trazos, el brazo se mueve al compás ternario y binario de las palabras, la espalda, el cuerpo por entero termina realizando un baile cuando un hombre se sienta a escribir. La música interna de esa danza de la escritura recorre los pasadizos de la mente, es la memoria de lo leído mezclada con la capacidad y el talento. De Apuleyo destacan su enorme capacidad de transcribir lo leído de forma nueva; así de fray de Luis, de Dante, de Rilke o de Thoman Mann. Autores sometidos a la convivencia en su mente de lo leído-vivido y la pauta inexplicable de la creación. Una respuesta, una motivación, la necesidad, el impulso, el voltaje...formas de pronunciar el comienzo de una danza, de la escritura. 
Música y memoria, la literatura rescata los días especulares del hombre para el reflejo permanente de la semilla inmortal.