lunes, 6 de enero de 2014

ARISTEIA como el refugio y el sentido profundo de todas estas palabras. Estas líneas que se acumulan y acumulan son glosas a la realidad contemplada, imaginativas secuencias verbales que ahondan solo en algunos aspectos de lo que sucede; ensanchamiento de lo que sucedió y lo que pudo haber sucedido sin amarres temporales. Una desnudez que transita los espacios del "valor" como fuerza en sí misma. 
Esa podría ser la causa de que alguien decida desembocar en la escritura -y no quede leyendo perpetuamente-. La existencia de un valor o una causa que mueve, areté, y que proviene de una conjunción ajena a nuestra consciencia. Con el tiempo, el escritor se propone conocer las dimensiones y la naturaleza de ese principio. Es esa búsqueda el camino de la literatura y, por tanto, el sujeto debe mantenerse irreductible en su camino sin caer en los cantos de sirena, ni en las penínsulas extrañas, ni en los halagos ni las felicitaciones pasajeras. Su carta de naturaleza pertenece al origen y a él debe dirigirse para encontrarse definitivamente. 

Es el tiempo de congraciarse en la intimidad, con uno mismo, escuchando los ecos despampanantes que acontece en nuestro pecho. La literatura es emoción, vivencia transmitida, una catarsis que debe impregnar la composición; nada de regodeos individuales y piruetas. Si esto no se consigue tan solo estaremos expresando, sin más ni más. Entre la expresión y la creación existe el vacío del talento individual.   
Un combate personal y de permanencia vivido en una sola vida desde una posición integral.