miércoles, 31 de diciembre de 2014

EL problema de la ética-estética deberá afrontarse desde el límite entre la palabra y la realidad. Acaso, lo que uno pensaba que era todo (la palabra) es la nada; y lo que era nada, lo innombrable, es el todo. Este territorio es el mismo del arxé, el ergo, el apeiron, las mónadas... el origen o cualesquiera de los nombres que le hemos otorgado a esa realidad primera y fuerza teológica. 
Ante este abismo, me pregunto, como Boecio, "¿qué razón discordante rompe/ la unión y armonía de las cosas? En esta disyuntiva me resguardo en que el hombre participa, al menos, de esa inquietud que anima el espíritu. Porque es innegable que a pesar del velo, de la ceguera que provoca el cuerpo ante la luz verdadera de la realidad, nuestro espíritu arde apasionado buscando las huellas secretas de la verdad. Algunos dicen que dirigirse con la literatura hacia el significado de estos términos es una entelequia y un romanticismo trasnochado, pero, a estos bardos de lo moderno les lanzo la pregunta por si pudieran entenderla: ¿Puede desearse lo que no se conoce? 
Sea cual sea la orientación de la muerte, que es certeza,  cuando estamos vivos nos situamos en un estado intermedio en que tan solo intuimos el todo, el conjunto de las cosas y no sus partes y porciones armónicas. Quizás la muerte es comenzar a vivir las partes armónicas del cosmos, participar de su ciclo y abandonar la rectilínea vida de mortal.  


¿QUÉ es eso de una obra acabada? Me apabullan los que afirman "estoy trabajando en un poema" o "me han pedido un poema para tal o cual cosa", aunque, en el fondo de todo, puede que esto no sea más que consecuencia del gran miedo, del gran vacío que vivo desde hace unos meses y que no deja de derrumbarse a golpe de oscuridad, a cuchilla de sombras.  

Termina el año 2014, con el la sucesión de este diario en este curso. ¿Seguirá en el 2015? 

viernes, 26 de diciembre de 2014

SEA cual sea la acción, crear o recrear, con la palabra tan solo podemos llegar a "participar", a "captar" de forma momentánea. De pars capere, hacer que otros formen parte de lo que tenemos dentro o participar nosotros de lo que otros llevan dentro. Es la circunferencia del centro indudable. Lo demás sobra, no es natural. 

Dice Heidegger: "Nadie puede tomarle a otro su morir". El morir como un acto absolutamente individual, que no se puede más que transmitir. Pero, si la muerte no se vive, ¿qué transmitimos de ella? Un objeto verbal que suscita sentidos y significados para cada individuo. La muerte será muerte misma para cada cual y, sobre su significado, proyectaremos la experiencia estética y vital que poseamos. Nada sabemos de la muerte, como nada sabemos de la poesía. Solo conocemos su manifestación real a los ojos lo que, en puridad, es engaño. A pesar de ese engaño, no todos los poemas están orientados hacia el engaño. manifestaba machado que el poeta verdadero se orienta hacia el misterio, tal que Hölderlin, "hacia lo incierto". En efecto, quiuzás la poesía no es más que estación primera en un sendero oculto.  

Así la poesía, el arte todo, diríamos, una vivencia no vivida que solo se transmite en una forma externa que debe hacer partícipe al interlocutor de su esencia.

Sí volvió de la muerte y nos la contó. ¿Con palabras? No huibiera sido lo que es ahora Orfeo. cuando regresa del ultramundo nos lo cuenta con la música. Ya dijimos aquí que el poeta pertenece a la estirpe de Orfeo. Esa es la razón prístina de todas estas palabras.       

lunes, 22 de diciembre de 2014

¿POR QUÉ este empeño de la música en la poesía y de la poesía con la música? Sencillamente, porque concibo que el origen perdido de la poesía (eso que desean nombrar los poetas verdaderos), en su más estricto sentido de lírica, debe entenderse en comunión con la música. Si de ella nos apartamos, estaremos mermando las posibilidades expresivas del sentido oculto para lo cotidiano que siempre debe emerger en la lectura de un poema. Con la música, con su cercanía en el momento de composición y también de lectura, la poesía supera su mensaje como forma de entender el mundo separada de los riesgos narrativos de la misma, esto es: personajes, acciones, consecuencias, móviles poisitivos, fuerzas antagonistas, final y conclusión.  Así las cosas, puede que el ritmo, la versificación, la rimas, los recovecos sonoros y semánticos de la poesía no sean sino rescoldos, reminiscencias de la música en la palabra. El ritmo en la poesía lamina todas sus posibilidades expresivas, desde los elementos fónicos hasta la armonía significativa. Hay tanto un ritmo de sonidos como un ritmo de pensamiento. 

En este sentido, existe un elemento diferenciador entre las composiciones actuales y las antiguas. Esa diferencia reside en la forma de ver, de entender el mundo y la realidad. Si ahora los poetas resumen su poesía con su mundo más cercano, en el que ellos creen estar tocando mágicamente la realidad que los circunda; la poesía de antaño, no toda obviamente, estaba movida por una manera de entender la realidad hacia lo prístino, primitivo, príncipe y totalizador de la misma. Eso, en ocasiones, lleva a la insuficiencia, al silencio absoluto.  

La música supera esta secuencia como forma de entendimiento y así lo entendían igualmente los filósofos antiguos, para los que el filósofo debía ser aeda al mismo tiempo: para mover los espíritu hay que saber conmover con la palabra en acción. 
Más tarde que pronto, la poesía fue desligándose de la música hasta quedar en ella misma como forma artística independiente y plena. El poeta se centraba en la palabra, pero se despegó de la forma de entendimiento que propone la palabra en confluencia con otras artes. Hasta el Renacimiento (en que incluyo el Barroco)  no se retomó este sentido prístino del verbo empapado en las formas y en las dimensiones de la polifonía a la que nunca llegará. Una nueva propuesta musicial surgió igualmente en estas décadas prodigiosas. Y, con el tiempo, el Romanticismo hizo lo propio en el afán de hacer perdurar lo griego, lo antiguo en el mundo moderno que había quedado a los pies del racionalismo válido para el devenir de la ciencia, pero fallido para la ciencia del espíritu. No es casual que, en este periodo, la música sufriera otro viraje fundamental.

No sé si estas cuestiones forman parte de las reflexiones de mis contemporáneos o si ni siquiera forma parte del entramado actual de poetas y escritores. Tengo para mí que cada vez que leo una entrevista o la escucho en la radio, los poetas hablan demasiado de ellos mismos, de lo que quisieron decir en ese poema, de lo que sucedió para escribirlo, de demostrar que han leído tal o cual libro y de esas palabras, esos versos. No enjuicio, ni mucho menos, nada más lejos de mi intención, y es posible que esté equivocado. Lo único en que no puedo estar de acuerdo es en mantenerme al margen cuando observo que tratan de devorar el cuerpo de poesía los caníbales que solo entienden de vanaglorias. 



sábado, 20 de diciembre de 2014

NUNCA imaginé que fuera a escribir un diario literario. Mucho menos, que perdurara con los años y que, a fuerza de leer y de vivir, se convirtiera en un espejo en el camino; no a la manera de Stendhal, sino en el sentido opuesto, el de un realismo total que incluye igualmente lo intangible. 
Llegará un momento en que el diario deje de existir en esta forma, en este esquema mental que diariamente ejecuta no sé qué consciencia.  Desde luego que yo no escribo como yo, sino que es otra consciencia la que dicta estas líneas, eso es evidente. No hay día en que no recuerde el aserto de Don Quijote cuando lo recogen de la primera paliza: "Yo sé quién soy". Esta secuencia en boca de otro personaje resultaría inadecuada, pero en los labios del imaginario personaje es una sentencia que sintetiza toda una filosofía. 

Hacía tiempo que no encoentraba un libro tan fascinante como La música como pensamiento de Mark Evan Bonds.  Todavía hay libro lúcidos que sacuden el entendimiento y que enseñan a dirigirnos hacia otra profundidad. Junto al libro de Eva Bonds tengo la antología poética  de Charles Simic, Mil novecientos treinta y ocho y, hasta ahora, me emocionan más las páginas del primero que las del poeta nacido en Belgrado. 
Me agrada mucho un poema titulado "Mil años de soledad" en que hace uso de la antigua metáfora náutica de la vida como una navegación, pero sobre todo, ahí la originalidad, del silencio asimilado al bote que dios sacude y azuza en las aguas del océnao de nuestros cuerpos. Un poema conciso, profundo, que uno relee como hace con los buenos poemas. Podríamos incluir igualmente "El viento",  que dice así:

Al tocarme, tú tocas
el país que te ha exiliado.

Convierte el viento en una suerte de recipiente en que quedan descubiertas todas las esencias. El viento golpeando el cuerpo de cualquier mortal está acercando, fugazmente, la esencia por la que el viento atravesó hasta él. Una sustancia invisible, sensitiva tan solo, transparente pero real. 

Mencionaba el libro dedicado a la música y se me olvidaba el subtítulo, a saber, El público y la música instrumental en la época de Beethoven.  El libro está fundamentado en exponer cómo, en esas décadas finales del XVIII e iniciadoras del XIX, la música, gracias al desarrolllo instrumental de Beethoven, se convierte no solo en una forma de escuchar el mundo sino también de pensar el mundo con un discurso superior, distinto, a la palabra. El asunto no puede ser más atractivo para mí. 

Siempre he pensado que la música es el encuentro entre la materia y la esencia; un encuentro en que el hombre no participa, tan solo contempla. Como el viento de Simic, que contiene la esencia de otras realidades y que impregna al que lo siente en su carne, la música penetra en los oídos, aun sin quererlo y transforma el espíritu, lo predispone a otro entendimiento. En esa transformación, como querían los antiguos, debemos arrojarnos a los círculos convulsos de la belleza. 



jueves, 18 de diciembre de 2014

ADMITO las distintas formas de escritura, incluso las que distan tanto de mi manera de entender el fenómeno literario, pero lo que no puedo ni ética ni estéticamente admitir es la falta soberana de saber decir, de ars recte dicendi. Lo tengo por lo mínimo que debe manejar un escritor.  Hay que respetar la lengua como principio de creación, pues si no es así, el fruto será putrefacto en el ínterin.  

Escucho estos días a Ludovico Einaudi y Wim Mertens. Dos sensibilidades dispares, pero semejantes en la profundidad de la melodía y del concierto. Con sus músicas voy escribiendo ora páginas sueltas de diario ora versos y estrofas que desdeñan la belleza. 

¿Mi círculo? Lo tracé en la orilla pero no logro encontrarlo de nuevo.  
CADA mes de diciembre, con exactitud, el día 15, tengo la costumbre de mirar al cielo para buscar el rescoldo de las saturnalia: la luz en las casas para que el sol renaciera, los seres danzando por la entrada en el solsticio de invierno, el sol principiando su armonía con Capricornio y la declinación de la luz en los ojos ciegos. 

Gris, como el cielo, así estoy. 

Vivir, leer, amar, ... 

martes, 16 de diciembre de 2014

HOY noto que el cimiento de todo es madera y es fugaz. No sé cómo brujulear ni estas letras ni mi propia vida, pues he entregado el corazón tan blanco hacia lo que amo y en nada me veo. No encuentro eco de lo que fui. Ni siquiera palabras simples: emoción. Ni siquiera, vocablos complejos: sonrisas. Nada, nada , nada de lo que quizás soñé ser soy ahora. ¿Y qué soñé? La entrega a la verdad, la fidelidad a las creencias, la incontestable secuencia de morir día a día en lo amado. Y ser lo amado  mismo por momentos, pues como afirma Platón, participar de lo bello es ser lo bello en parte.  También ser lo deseado, aunque fuese con la ceniza del verbo y de las palabras. Llegan palabras desde lo externo que desmotivan, que provocan fisuras, grandes arrebatos de tristeza. ¿se puede ser triste y melancólico en este siglo?

Habla Luis Rosales del "bosque de la sangre", de la tarima emocional que quizás nos sostiene. Cuando se tambalea lo vuelca todo y lo trastoca. Y en esos virajes estoy ahora: sin control, sin luces, sin más ni más. La primera tentativa, abandonar la escritura, dejarla por siempre, no bregar más, nada de luchas ni de razones. Como Tomás Rodaja, el personaje de Cervantes, ser de cristal y sensible a todo, pero desde el margen. Silenciar, en mejor decir, es lo que deseo, ¿seré capaz? 

Todo me afecta más de lo normal: un comentario, unas palabras, unas miradas, también lo que no se dice, no se gesticula, lo que tan solo imagino que piensa el interlocutor. No sé si llamarlo decadencia personal, pero el túnel estaba antes iluminado detrás de mí, con luces invisibles y potentes al alma y ahora me veo en un centro oscuro, movedizo, con el cimiento de madera y oliendo al bosque de la sangre. 

Quizás antes todo era como el primer temblor de las hojas o como el sol en otro cielo. La muerte no interrumpe nada, es todo proceso, transformación y permanencia. 



domingo, 14 de diciembre de 2014

LAS MANOS, hoy he observado las huellas del tiempo en mis manos. Avejentadas y blanquecinas por el frío, dictan ya la transparencia del tiempo en sus líneas, sus grietas. Parecían ajenas a mi persona, no las reconocí y eso me despertó un fulgor repentino cargado de miedo. ¿Qué débil, verdad? Sí, voy enervando mis pensamientos y la fuerza juvenil que lo arrastraba todo. Cada día observo y trato de contemplar más. De la misma forma que he entendido que el estado de máxima felicidad es el silencio tanto en soledad como ante otros individuos. Como mejor estoy, en silencio. Soy silencio y así lo deseo. Decía Castillejo en un poema de lírica popular: 

Aquí no hay 
sino ver y desear;
aquí no veo 
sino morir con deseo. 

Ver y desear y morir en ello, con el alma orientada a la visión. Por ejemplo, la luz declinada del invierno, el gris natural del mar a los ojos, el tiempo de naturaleza, E. mirándome fijamente y riendo.  

El primer moleskine que completé se titula Primera estación. Es del año 2007 y se inicia con una reflexión , sin brillo, con torpezas evidentes, sobre Jakob von Gunten de Robert Walser. Me dediqué a recopilar los enunciados del libro que me despertaban mayor admiración. Era el comienzo de esta grafomanía de escribir la lectura. Al volver a leer las citas he vuelto a emocionarme con una de ellas: "Los verdaderos hombres, los hombres de verdad, no son jamás visiblemente bellos". Sobre todo por la selección de los adjetivos: "verdaderos, bellos".  El escritor debe permanecer siempre ante el enigma de la palabra. Ella es la causa y la condena, la paradoja que lo condiciona a contemplar el mundo distintamente, pues, cada palabra, para el verdadero y bello escritor, debe ser considerada una manifestación única y prístina del mundo. 

A veces pienso, cada vez más,  que lo mejor hubiera sido no haber escrito nunca.

sábado, 13 de diciembre de 2014

PUEDE que al final, en las últimas líneas de este diario, cuando decida cesar en el empeño de escribir en este trópico, cuando llegue el fin o el término o la última estación con el ahínco de tantos años, deje plasmadas las palabras del narrador de Niebla para contestarme a mí mismo: "no eres, pobre ..., más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto".
La secuencia final de este aserto es maravilla, el secreto de tu vida. Quizás la llamarada interna que provoca esta explosión de sílabas ante el papel. La continuación del fragmento es conocida y perturbadora, al estilo cervantino de desencajar los moldes con que razonamos la supuesta realidad. Así las cosas, ya lo hemos dicho en tantas ocasiones, este diario es relato, relato en el puro sentido del término; un relato engarzado con textos dispares, consonantes, fragmentarios, variados en su género y convención, pero, ¿qué son los hombres más que naturales paradojas? 

Después de algunos años he podido comprender la música de la prosa y su difícil dicción. Como un manso río, acaso como un lago quieto, el escritor comienza sus brazadas tratando de acompasar lengua y pensamiento hasta poder conjuntarlas en un texto unitario, cargado de sentido. Ir más allá, esto es, convertir la prosa en ritmo, acercar la prosa a las vestiduras de la poesía y de otras disciplinas es ardua tarea. Pero es cierto que la novela permite este juego de malabares, esta intromisión aquí y acullá en la tradición y la modernidad literaria al mismo tiempo. 

Sigo trabajando en los poemas. En otoño comienza el ciclo, cuando Perséfone se hunde y de ella tenemos solo un leve recuerdo de vida. Ahí comienza la poesía, a la busca de ese eco permanente desde lo oculto, hacia lo oculto. 


jueves, 11 de diciembre de 2014

HOY escribo tras haber pasado la noche en vela. Qué profundidad alcanza uno en el silencio de la noche no lo conoce hasta que no se queda batallando contra el sueño. Al comienzo, es una guerrilla, luego, penetra en la calma de la oscuridad. Lentamente esa calma y la respiración van apoderándose del ritmo interno y externo hasta que la respiración de la noche se confunde con la nuestra. Abigarrado en un silencio y en una quietud que confunden los sentidos, comencé a leer poesía. 

Petrarca condensa en Triumphi la confrontación entre fuerzas naturales y fuerzas trascendentes. Entre una y otra, el sujeto parece encontrarse en la encrucijada. Versos limpios los del poeta, obra que ahonda en la mitografía literaria de su vida; confundidos los polos ,el autor se sabe amalgama, simple vaso pasajero. 

"¿Dónde apoyar recuerdos y esperanzas?", se pregunta el poeta y el lector con él mientras contempla la cabalgata del triunfo del tiempo, el carrusel de la eternidad incomprendida a los ojos. 

Estos textos colman de templanza las opiniones sobre la realidad, acaso porque esas opiniones han quedado vertebradas por otra lucidez momentánea de la que nadie hace uso consciente. Llega, está, es, desaparece y su rastro queda en un rumor oculto. De ese rumor participo cada ve que leo a Petrarca o a Rilke o al propio Dante. 

La lectura se ha convertido en un acto de rebelión; más aún, en una manifestación ética individual que evidencia nuestro paso fugitivo. 

lunes, 8 de diciembre de 2014

LA LECTURA  es búsqueda y cuando en ella me encuentro con lo que no aporta nada al itinerario, lo abandono. Cada vez leo más lo mismo y menos lo distinto. No me interesa lo nuevo, menos aún los que desean preponderar ellos mismos por encima de la obra. 
Hoy, por ejemplo, abrí el libro de Gutierre de Cetina y volvió la fascinación: música, armonía, trascendencia, misterio y revelación.  
Descreo de los que dicen debes conocer a tus contemporáneos para saber lo que se hace ahora; no quiero saber lo que se hace ahora. 
En poesía el ahora es el lugar de aparición de lo permanente y eterno. 

jueves, 4 de diciembre de 2014

LA MAÑANA entona su figura a los ojos y penetra una claridad incierta por la ventana hasta la mesa en la que escribo. Leo con detenimiento y pausa; estoy revisando, cuando abandono la lectura, los poemas. He vuelto a escribir algún verso, a retocar aquí y allí, a tratar de reconducir el silbo de   alguna melodía insinuada.  
Observo a los hombres, uno a uno, como quien deja caer sus ojos al atardecer. Trato de encontrar, sobre todo, la concordia (qué vocablo más hermoso nos dejó el mundo antiguo). Concordia del corazón con el acorde externo del mundo. Porque en ello creo y en ello resisto a pesar de las contradicciones y las paradojas naturales que pueden darse en los hombres. A pesar de ello, vuelvo la consciencia a otra estructura distinta de la que ven los ojos, de la que traza el verbo y para ello me valgo solo del estado de concordia, de armonía, pudiera decirse. Ese estado es el que me refrena a las consideraciones alzadas al extremo. ¿Será falso? Puede, pero es evidente que no busca más que el latido profundo de lo interno. 

Es una verdad interna, que ni siquiera necesita ser comunicada a nadie. Se vive en cada latido, en cada verde del campo, en cada roce de la piel con E., en cada noche surcada con el sueño. Se vive y puede revivirse en las obras de arte, en los objetos que recogen la reminiscencia de esa armonía primigenia; al leer, al contemplar una pintura, una escultura. El sumo placer de esta realidad es la música, pues ella soluciona la paradoja de la palabra para los hombres. 
Incluida la literatura, a pesar de estar sometida a la tiranía del verbo, traslada ese sentir prístino del origen. Y eso es todo, nada más, y nada menos, lo que busca uno al leer un poema, un texto cualquiera. Nada de ofensas, de opiniones contrarias a la falsedad, de leer o escribir en la dirección contraria y la negación. Observo, aprendo lo que no quiero, cada vez más, distingo lo que detona en mí ese sentir y lo que no lo hace. Sin juicios extremos, sin menciones.   
Tan solo trato de ser un hombre sencillo, humilde, lector en busca de la concordia personal que conduce a la concordia de la mortalidad.   


martes, 2 de diciembre de 2014

JUNTO a mis manos, el libro de Jung y los poemas de Hofmannsthal. Me digo que no puede ser todo una ensoñación tan irreal. Dice el poeta en "Consagración del artista: "Y, encantados, alabamos cosas muertas". Esas cosas muertas sustancian lo real de la vida. Y puede que todas estas palabras no sean más que ecos perdidos, yertos, en la bóveda de piedra de una tumba de estrellas y de cosmos. Estamos enterrados tanto como estamos vivos o quizás más y más fehacientemente por un manto oscuro en que se precipita lo que no conocemos. 

Hoy he subido a contemplar el cielo, más bien, la noche y sus aromas. El viento ha golpeado mi rostro con una pureza de lino. Y mis ojos, surcando los confines, han querido perderse de sus órbitas. Allí estaba o allí sigo contemplando el origen pero sin poder designar una palabra para ello. Cuando he vuelto a la casa, he leído el bello poema titulado "Mi jardín". En él hay una entonación de un jardín "en que antaño estuve" pero del que no salí jamás.  

Entiendo todo como una lección continua: las palabras de E., su piel, su delicia; la tarde convertida en ocaso, el viento fresco en las mejillas, la noche entonando una figura de abismos, estas palabras zozobrantes, la música brotando hacia el espacio y subyugando mis razones.  

Antes de concluir la escritura releo el poema "Esta es la lección de la vida". Ante lo ignoto enmudezco y me recorre una emoción apresurada ante la lectura:

"Esta es la lección de la vida, la primera y la última y la más profunda
que nos liberemos de la condena que anudaron 
los conceptos". 

El libro de Jung sigue junto a mis manos. En la portada aparece el propio Carl leyendo y fumando en pipa. Sub species aeternitatis, como afirma Jung "Las circunstancias externas no pueden sustituir a las internas. Por eso mi vida es pobre en acontecimientos externos. De ellos no puedo decir gran cosa, porque lo que dijera me parecería vacío o trivial". 

 

domingo, 30 de noviembre de 2014

RECONOCIMIENTO. Con este título escribe Hofmannsthal un poema memorable, en mejor decir, un poema que recupera la esencia del mundo griego antiguo y de la mejor tradición europea de lo que Steiner denomina "poesía del pensamiento". Con pocos versos, alcanza un decir alto el poeta, un decir sometido a las reglas de la fabulación, la entonación y la elevada palabra que tanto escasea en estos días. Cuando está uno ante una composición de este calado, comprende que los artificios de la lírica están orientados hacia una ética irrompible del poeta con el mundo todo. Una cosmovisión pura, verdadera, rayana en el único acto que al hombre lo convierte en naturaleza: construir un ciclo armónico en su vida. 

Si supiera exactamente cómo
de su rama la hoja crece,
callaría por toda la eternidad: pues sabría ya suficiente. 

Esa postura ética que mencionaba anteriormente queda en evidencia en otras composiciones de Hugo von Hofmannsthal. Destaco un poema titulado "¿Qué es el mundo?" y que vinculo con el poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer. Cuánto ha ensuciado la grandeza de Bécquer la lectura de muchos poetas. Qué gran lírico tenemos en nuestra tradición, con qué miopía y egolatría lo leen algunos que se dicen especialistas. ¿De qué se puede ser especialista en poesía de este calado? 
Me refiero al poema que comienza:

¿Qué es el mundo? Un eterno poema
[...]
Pero también un mundo para sí mismo
lleno de dulces y secretas voces jamás percibidas,
dotado de propia e inmaculada belleza,
eco y reflejo de ningún otro. 
Y por mucho que en él supieras leer,
un libro que en la vida nunca ahondarás. 

 El poeta apuesta por una lectura razonada del mundo, la poética, el mundo es todo un poema. Esta percepción se ha repetido a lo largo de los siglos en muchos autores, sin embargo, no quiere dejar de decir que, al igual que existe una lectura confabulada del mundo semejante a la de un poema, el mundo posee, en sí mismo, sus propios mundos intrínsecos: secretos, dulces, inmaculados, bellos... incognoscibles. 


sábado, 29 de noviembre de 2014

HE VUELTO a leer los poemas del cuaderno. Me había alejado de ellos voluntariamente, con la intención de no tenerlos por delante a diario. Esta mañana, al abrir un cuaderno, casi sin quererlo, comencé a leerlos. Uno a uno: los completos, los que son solo irrupción, versos sueltos, estrofas trabajadas sin talento, quizás un magma ya apagado e inservible toda esta escritura. Sin embargo, esta lectura furtiva me ha llevado a pensar en los que siempre manifiestan que la renovación de la poesía es necesaria. Después de hacerlo durante un tiempo, no entiendo el sentido de esta consideración, como no entiendo los calificativos de poesía "fresca", "actual" o "renovadora". Son adjetivos que tienen un referente necesario para poder significar, pero, ¿fresco con respecto a qué; actual en referencia a qué; renovadora de qué poesía antigua? 
Estaría muy bien que los que así se pronuncian marcaran los discursos que no son frescos, actuales y renovadores, sobre todo para alcanzar a entender la altura de la nueva obras.  


El número siete aparece en sueños, vestido de blanco, barbado. Está debajo de una encina y los pájaros merodean a su alrededor.  En esa escena me observo releyendo el pasaje en que por primera sonríe Virgilio en toda la Commedia. Es en el canto XII de Purgatorio, el que prosigue centrado en la soberbia. Se dirigían de nuevo al monte para subirlo. Un ser, un ángel blanco se les acercaba en ese paso. Rápidamente les advierte que muy pocos alcanzan la invitación para proseguir por esa senda ya que la naturaleza humana es débil. Al realizarles esta advertencia, la de que con un simple viento pueden caer en tierra, es decir, caer en la muerte, el ser realiza una acción misteriosa que pasa inadvertida al lector. Dice el propio yo lírico: 

A la roca cortada nos condujo;
allí batió las alas por mi frente,
y prometió ya la marcha segura.

Más allá de identificar la roca cortada, que algunos sitúan cerca de San Miniato, sorprende el hecho de que batiera sus alas por la frente del caminante. Decía que esta acción pasa inadvertida al lector en la primera lectura, pero, cuando uno relee el libro con la mesura y el detenimiento necesarios, todo es una constante interconexión de acciones, ideas, reflexiones que encuentran eco en pasajes sucesivos. 
El caminante guiado por Virgilio, exclama la diferencia entre los pasos en el infierno y los pasos del purgatorio. ¿Cómo los identificas? Tirando de alegorías y, como en este caso, de metáforas que conjuntan a la perfección los sentidos vivibles y ocultos.

Ah qué distintos eran los pasos
de aquellos del infierno: aquí con cantos
se entra y allí con feroces lamentos. 

"Cantos" y "lamentos" o, lo que lo mismo, armonía y desarmonía.

Este canto muestra, por lo demás, la transubstanciación. El poeta no se siente ya humano: está en transformación hacia la luz.

Por lo que yo: "Maestro, ¿qué pesada
carga me han levantado, que ninguna
fatiga casi tengo caminando?". 

El ser blanco le había grabado en la frente siete P. Son las marcas que se le irán borrando en el camino de perfección que realiza en este purgatorio. El caminante no tiene vista para verlos, tan solo las palpa en su frente. Sin embargo, justo antes de terminar el canto, Virgilio extiende su mano diestra
y sucede que, al ver la incomprensión del caminante, ríe por primera vez en toda la Commedia. Y uno, que está conmocionado, ríe con él en el tiempo de la poesía eterna y perenne, más allá de estaciones fugitivas.



jueves, 27 de noviembre de 2014

ERA mediodía y decidí salir al parque al que suelo ir con E. Llovía mucho, pero ese fue el motivo por el que decidí salir, sentarme en un banco y esperar a escuchar el discurso de la lluvia. Empecinada, rebotaba en mi cara el agua de la lluvia. Sin embargo, todo era un consuelo enorme, una satisfacción  vivida de un encuentro con naturaleza. Quedo, con las manos abiertas y las palmas hacia arriba, miré de profundo hacia el firmamento, hacia arriba, de donde proviene la claridad siempre. De pronto noté que de mis manos brotaban dos palomas, dos palomas blancas, límpidas, que comenzaron el vuelo a pesar de la lluvia con un brío inusitado. Para entonces ya tenía los ojos cerrados y confundía el sueño y la realidad, el deseo y la vida misma, la indolencia con la mortalidad.

Susurro mientras escribo que me siento cada vez más simple, más limitado para todo. Llevado al terreno literario pudiera firmar uno que ya van quedando solo los autores y los libros que siempre han permanecido junto a mí quizás con más ahínco, con más fuerza si cabe. Leo en voz alta, de pie, tratando de danzar los pasajes que leo. Qué música la de Thomas Mann, inconmensurable. Qué estrepitud la de Rilke y qué delicia el sonido velado de Leopardi. Unidos conforman una armonía que cae aún en mi rostro y en  mis manos y en el sueño de volar a los pájaros. 

El número siete piensa algo que no soy. Ni siquiera sé quién soy yo, qué número, qué cifra, qué aritmética. Simple, corto de miras, demasiado antiguo para estos años, recluido del susurro de todo, empalagoso por añadidura. Mantengo una crisis muy fuerte y pertinaz que me hace llorar cada día. Lloro porque pienso que ya debo dejar de escribir, de decir, de querer descifrar lo que nunca sabré descifrar.  

miércoles, 26 de noviembre de 2014

NO debería uno dejar pasar ciertos momentos sin antes tildarlos con un asombro eventual o de resguardarlos, aunque sea en la memoria, en la escurridiza memoria. Como escribe Patrick Modiano, al comienzo de Flores de ruina: "Aquella tarde de domingo de noviembre, yo estaba en la calle 
L´Abbé-de-l´Épée". Este arranque deja el acontecimiento en un estado fuera del tiempo. Es ya siempre en la ficción, en cada acto de lectura por parte del lector. Cuando un lector comience, -como yo hace unos minutos-, a leer este relato el narratario volverá a estar allí configurando ese yo que nombra personal e indiscutiblemente real. El allí volverá a ser allí, la tarde, el domingo, todas las tardes y todos los domingos de noviembre. El lector formará parte, casi sin notarlo, del acontecimiento mágico de la ficción. 
Ahora acaba de comenzar una lluvia templada que cae con ritmo de pájaro sobre el asfalto. la escucho, la vuelvo a escuchar. E. me mira y me pregunta, se queda extrañada con estos gestos. Cuando se detiene, concentro mi atención en el libro de Hofmannsthal. Lo abro, claro está, por algunos poemas que siempre he tenido marcados. El breve poema que se titula "Poeta y presente" asoma el primero en cuanto abro el volumen. Leo y repito el verso en voz alta: 
"Somos tu ala, oh tiempo, y te mantenemos sobre el caos". 
Casi susurrando subo las escaleras de casa con E. en brazos, llora porque está cansada pero su llanto me reconcilia con el mundo. Es un llanto primigenio,  de natural condición y origen. Todos lloramos, aunque no ofrezcamos lágrimas. Es imposible no hacerlo al leer este verso del poeta, como lo es para E. cuando su cuerpo desea rendiste al sueño. Sueño, sombras, llanto. 






martes, 25 de noviembre de 2014

REALMENTE no sé cómo escribir de otra forma. Poseído por los libros, por las palabras de los demás, esta es mi estancia en las letras. ¿Es poco? Pero, ¿qué es mucho?  Entiendo a Bécquer cuando afirmaba que el poeta es un vaso; y a Darío cuando hablaba del crisol. 
Soy lo que no es mi individualidad. No quiero serlo. Ser polifonía es la esencia. Desdibujar todo lo tuyo en cada palabra; que parezca de otro aun siendo tú quien la edifica. 

El número tres me habla de empalago y me quedo meditabundo. 

Quevedo en la Torre. Recita de memoria las palabras de Séneca: "Cum libelos  mini plurimus sermo est". Fue este poeta quien, lejos de toda erupción, sentenciaba: "En mí tengo compañía,...Doyme todas las horas tengo conversación...; razonan conmigo los libros, cuyas palabras oigo con los ojos". 
La soledad pronunciada de las palabras altisonantes. En la bóveda de cada lector se concita una espera. hay que saber escucharla, templarla con el alma. Cuando esto sucede, puede que comience a brotar el eco coral del universo.  
TODO va adquiriendo un aroma prístino. Los ojos ajados y los pasos en la sombra comienzan a perfilar una danza alrededor del fuego. La música suena a lo lejos; el camino interminable conduce al centro del bosque. Pareciera estar envuelto todo en una nebulosa, como si el aire se hubiera transmutado en densidad, en agua pura y el agua quisiera ser la tierra y la tierra ese fuego circular de la danza.  Voy soñando con los ojos abiertos. Sonámbulo voy de ti, sonámbulo del mapa de tu piel, tan de tu piel rasgada en la lira de armonía.   

domingo, 23 de noviembre de 2014

Mallarmé afirmaba que la literatura, en mejor decir, la poesía, consistía en limpiar el vaho del espejo para contemplar la realidad toda. Esto le contesté a un amigo cuando me pregunto por la poesía actual. Le dije que no entendía la pregunta y que, al menos, le daría a sus oídos las palabras de Stéphane. 

Hace unos días alguien me preguntaba por la poesía. Me habló de un poeta, de otro; de un crítico, de otro; de premios, de otros premios. Estábamos en el descanso de la ópera Don Giovanni, en Sevilla, y degustábamos con ligereza un rioja. Al cabo de dos o tres minutos saboreando el caldo y de escuchar al susodicho compañero, mi respuesta no fue otra que quedarme en silencio y despedirme para asombro de M.C. y del interlocutor. 
Siempre estoy en silencio cuando no hay armonía. Recuerdo a Sócrates, ¿para qué hablar?, me digo. ¿Para qué sumarse al sofismo? Es en ese punto cuando recuerdo a Boecio antes de morir, al propio Sócrates.  Si tuviera el clarinete en las manos comenzaría a tocar el concierto para clarinete de Mozart o de Weber de inmediato. Parece que cuando me hube ido el apremiante compañero le dijo a M.C., creo que se ha ido porque no conoce a los poetas que le nombro. 

Mientras dejé el vaso y comencé a subir la escalera, irrumpieron reflexiones sobre la tiranía de la ignorancia. Y, en ese territorio, es en donde quieren situar la poesía actual una camarilla de señores que poseen el privilegio de decir en público; y, no solo eso, sino que se  aseguran una camada de pseudo-poetas que siguen el veredicto porque desean beber los caldos putrefactos de sus elogios. Lo escribo ahora en el diario y la conclusión es la misma: hay una gran ignorancia que se ha apropiado de la Literatura. Nihil novum sub solis

Feliz quien no nace para tal destino. Decía Shakespeare que "hay quien nace sin música en sus almas". Este aserto pudiera aplicarse a cualquier disciplina, pues tenemos a la música como la mayor e indescifrable de todas. Esa música es el sonido del ser. Y el ser es el origen incognoscible, el que precipita al abismo insondable para los humanos. Todo lo alejado de este entendimiento es sofisma, es engaño, es vanagloria. ¿Alcanzarlo? No sé qué es eso. 

Como le sucede a Alicia en el capítulo "La casa del espejo" los textos encierran una lectura oblicua, transversal, en perpendicular, especular en todo caso. Cuando Alicia se somete a descifrar el poema "Galimatazo" había afirmado: "parece estar escrito en un idioma que no conozco". Metáfora redonda del problema principal. Es el idioma de la belleza, del poema, no es la lengua a lo que se refiere. Es el idioma del centro indudable, del que resuena cada sílaba como un fuego, como un mar, como la tierra húmeda en nuestra alma al leerlo. 

Así la literatura: toda ella es palabra en el espejo. Los sentidos ocultos al lector allegado, las relaciones semánticas que se hallan entre sus vocablos y silencios, el ritmo de su disposición sintáctica en cantidad de vocales, consonantes, sonidos engarzados, ideas que se subyugan unas a otras, van tramando el idioma escondido del espejo. Hay que sentarse y escuchar los textos, leerlos en voz alta, casi como un rapsoda. En este sentido, recuerda siempre Steiner que los filósofos, en la Grecia preclásica, eran rapsodas pues declamaban sus textos oralmente.  

Mallarmé afirmaba que la literatura, en mejor decir, la poesía, consistía en limpiar el vaho del espejo para contemplar la realidad toda. Muevo la mano en círculos, de izquierda a derecha, cada vez más amplios, circulares, de izquierda a derecha, cada vez más amplios...pero no logro ver todavía la claridad que viene del cielo. Quizás nunca lo haga, pero mi mano ya está mojada, llena, repleta del velo en la semilla. 


viernes, 21 de noviembre de 2014

APRENDO con E. que soy un intruso en su vida, que el que distorsiona su limpia realidad -compleja, polifónica, sin tiempos, natura- soy yo. El hombre traza un camino de cargas y marros que lo emborrona todo. A poco que estoy con ella, los objetos vuelven a brillar cuando los mira, el aire se vuelve penetrante, la luz, en su silencio, cabalga sobre nuestros cuerpos con una danza misteriosa y sinuosa. 


martes, 18 de noviembre de 2014

CANSADO de textos insustanciales vuelvo a Steiner. "¿DE qué trata la música? ¿Qué significa?". Con estas interrogantes consigue Steiner el hilván idóneo para proseguir con sus disquisiciones sobre la literatura y la música. "¿A qué se parece?", sigue indagando en perpetua interrogante. 
La música consigue como ninguna otra disciplina concebir lo inconcebible, anidar en la consciencia la posibilidad de un más allá, de un allí que solo intuimos, percibimos. porque la fascinación y la reacción que provoca la música es real y así, entendida, sin tener respuestas razonadas a su esencia, la asimilamos y la vivimos. Aun sin entender qué descifra, qué hay en ella, cuando brota una música el espíritu se sobrecoge. 
La poesía, la lírica, deviene de esta esencia musical. Cercana a su naturaleza, el texto poético que sacude al espíritu es el que media entre lo racional y lo irracional, el que trenza vínculos entre el entendimiento y lo meramente sentido. Sentir, entender, ritmo, armonía intrínseca son los elementos que conducen a la edificación de un poema. El resto no me interesa, para ello tengo la realidad, la mera realidad, más potente y maravillosa que cualquier poema apegado a ella. 

Dice Steiner: "Ante la música los prodigios del lenguaje son también sus frustraciones". Y yo añado que las frustraciones de la lengua son las únicas bellezas pronunciables por el hombre.    

domingo, 16 de noviembre de 2014

ME ABURRE sobremanera lo ordinario. Más todavía, lo vulgar. Pero, por sobre todas las cosas, lo que termina realmente de insuflarme un total aburrimiento es la vanagloria y el afán de mostrar lo que nunca se alcanzó.
Creo que el mundo actual vive un gran teatro del mundo en que con tener tan solo la idea de que alguien es algo ya se toma por sentado. Quiero decir que en esta predicación básica que tanto preocupó a Aristóteles, se encierra el paradigma de la decrepitud estética de la actualidad.
Poeta es cualquiera que diga que lo es; con ese aserto le basta, con la mera afirmación que brota de su mollera y que quizás, en esa nebulosa enfermiza de la modernidad, tan solo existe un deseo y una quimera que, a pesar de su virtual existencia, todos se creen.
Y es que falta tanta humildad, tanta carga ética y estoica y epicúrea en los hombres de hoy que me aterra escuchar cualquier conversación en el tren o cualquier diálogo sea cual sea el sitio. Me he vuelto hiperestésico con el asunto; me aburren los que van por la vida diciendo: "Oye, chicos, soy poeta".
Una poeta de verdad nunca lo diría, ni un escritor de fuste no sacaría su voz más allá de sus folios, como un músico consagrado a la música no manifiesta a las primeras de cambio que es músico. o siquiera un pintor no va cargado con sus pinceles o su caballete. Es un absurdo contemporáneo tanto como la patética red de transmisión de la cultura en los medios de comunicación.

Para ello leo a Steiner. Con unas líneas basta para desembarazarse de tanta mediocridad. Recuerda el Canto XXIV de Ilíada en que Príamo acude a la cámara mortuoria para hablar con Aquiles para que le devuelva el cuerpo de su hijo muerto, Héctor. Destaca Steiner la profundidad de la escena, pero la ensalza a la dimensión de clásico: "Un clásico de la literatura, de la música, de las artes, de la filosofía es para mí una forma significante que nos lee. Es ella quien nos lee, más de lo que nosotros la leemos, escuchamos o percibimos. [...] El clásico nos interroga cada vez que lo abordamos. Desafía  nuestro recursos de conciencia e intelecto, de mente y de cuerpo (gran parte de la respuesta primaria de tipo estético, e incluso intelectual, es corporal)".

Hay un detalle que Steiner no pasa por encima, una breve mención que el autor marca. Príamo roza con sus manos, implorando, las manos asesinas de Aquiles. Este roce es el que provoca en Steiner la reflexión posterior, el que conduce de la anécdota a categoría. El roce de unas manos que son epítome de todos los sentimientos humanos condensados en las de Príamo y en las del propio Aquiles: amor, odio, venganza, misericordia, valentía...El roce de unas manos que pudiera entenderse como un diálogo insonoro de la condición humana y que hace, del pasaje, de la obra, una dimensión distinta en cada lectura. 

jueves, 13 de noviembre de 2014

EN el pequeño cuaderno titulado Círculo de cuatro tan solo escribo aforismos, sentencias, apotegmas, facecias. Pequeñas estampas que funcionan como antídotos, pues mezcla, como quería Don Juan Manuel, el dulzor y la medicina moral: 
Tienes, transparencia,
el color del olivo derramado
entre los montes;
y tu bóveda blanca
es parra de ese vino;
y tu glauca presencia
mis ojos tan cegados de la luz. 

Con la edición de Ilíada de Johann.Heinrich Vozz, de 1793, el papá de George comienza a leer  en voz alta el canto XXI. Es el pasaje en que Aquiles despliega su cólera, pues han matado a Patroclo, su  extensión en la tierra, su protegido, su amado. En un momento de la escena, el padre exige al hijo, ante la dudosa falta en la traducción, que comiencen a traducir directamente del griego. En ese punto  sucede el milagro en la vida de alguien, del pequeño George. Como afirma el propio Steiner: "puede que el resto no haya sido más que una apostilla a aquel momento". Es el momento iniciático, el que nos envuelve y nos sella de por vida en una suerte de conjetura hacia la verdad. Su papá invitó al niño a dejar en su memoria aquel pasaje fascinante de Aquiles en que se conjugaban el terror, la misericordia, la angustia, la grandeza de espíritu, la venganza, el amor para que no lo olvidara nunca; más aún, para que formara parte de su cosmovisión: "Para que no se despegue nunca de ti, para que siempre vaya contigo esas palabras, para que percutan en tu recuerdo cada vez y siempre", parecía decirle su padre, el banquero melancólico. 

De allí, al canto VIII de Odisea. Demódoco, sedo griego, Al estar cantando, al escucharse, el viajero rompe a llorar. Dice Steiner al respecto: "el ciego ha pasado a habitar en la eternidad insustancial de la ficción". 

martes, 11 de noviembre de 2014

IMBUIDO en las cancelas de la noche ya todo me parece casi una llovizna. Tengo el retrato de Castiglione enfrente de mí; los cuadernos configuran una suerte de puzzle enigmático; papeles, carpetas, libros, apuntes a mano. Un escenario para la ausencia.  
Repaso las acciones del día, las medito, las valoro. Someto a la reflexión los acontecimientos consuetudinarios de la literatura. No soporto sus miserias, los aledaños repletos de chamarileros. Todo me parece un canto monótono y de pesadumbre, pero no me fustiga el ánimo, antes lo incendia de fervor y pasión por la literatura y la vida. 

En la pila de libros resalta el lomo de Ovidio, Tristes y Pónticas. Nec te purpureo velent vaccinia fuco 
que no te envuelvan los arándanos con su color rojizo...canta al comienzo de Tristia ora tan puro ora tan natural. Así empezaba el poema que comencé a escribir el otro día y que no sé en qué estado se encuentra. ¿Puede que lo eliminará? Y vuelven las cancelas de la noche a abrirse de puro meditar. 

domingo, 9 de noviembre de 2014

FRIEDRICH vON HANDENBERG, Novalis, parece que tuvo una visión de Sophie en el cementerio de Grüningen. Ese encuentro provocó el arranque de la escritura de Himnos a la noche, pero, sobre todo, una revelación del ser, de lo que los antiguo griegos llamaban aletheia. Ese desvelo de la realidad fue el detonante de las sucesivas entregas artísticas del poeta, por lo que podríamos afirmar que tras una renovación ética prosiguió una estética armonizada con esta misma. las palabras y los pensamientos, la vida y el objeto artístico se funden cuando se produce la armonía del ser. equilibrio, concordancia, sin olvidar el ético de corazón que comparte con este vocablo. Estar en concordancia es estar con el corazón; más aún, con el ritmo del corazón en el mundo. 

La luz hace invisibles los objetos y es en la noche, la noche misma la que conduce al interior profundo y numinoso de uno mismo, a esa anchura desconocida del yo. En cada cual, defendía el poeta, se encontrará el propio origen del universo. Leemos:

La luz tiene fijado su tiempo, pero fuera del tiempo

La intensidad de la lírica de Novalis es inconmensurable. El lector queda, tras la experiencia lectora, traspuesto hacia un no sé qué. Todas las jerarquías de la realidad conocidas se restituyen; la palabra misma se convierte en vehículo de transmisión de una realidad misteriosa e insinuada. Novalis demuestra, como pocos poetas, que la dimensión oculta del mundo puede desvelarse. ¿definirse al completo' me pregunto qué ha sido definido y de qué hablamos cuando sostenemos fieramente la insuficiencia de la palabra. 

sábado, 8 de noviembre de 2014

QUÉ delicia los versos de Gutierre de Cetina y qué contemporáneos sus versos en la lectura sosegada de esta tarde. Canciones, sextinas, sonetos, madrigales de oro a los ojos de este humilde lector. Sus poemas ofrecen un recorrido variado del espíritu humano, de sus tendencias, sus manías, sus persistentes señas en el tiempo. Me sucede con estos poemas que, cuando reflexiono sobre la renovación de la lírica, no encuentro un respuesta clara a esa disyuntiva. Quizás la poesía se distinga y se haga nueva en los temas, en las realidades que no acontecían antaño, pero, ¿es solo el suceso contemporáneo lo que convierte en renovación a un poema? ¿Tan solo incluyendo en un verso "bar", "supermercado", "cigarro", "cabrones"? ¿No habrá que encontrar el decir que se ajusta a ese suceso, por muy nuevo, novísimo, que este sea, a un verbo de permanencia, inalterable? 
¿Que cuál es? Ah de la vida...

De Gadamer me quedaría con demasiadas páginas y acopiaría de su Verdad y Método muchos pasajes si tuviera que reservar de la quema algún libro. Hoy, al revisar el cuaderno titulado "Actos de templanza" releo una cita que había escrito con tinta negra y con una caligrafía menuda y escurridiza: "Parece incluso que la determinación misma de la obra de arte es que se convierta en vivencia estética, esto es, que arranque al que vive del nexo de su vida por la fuerza de la obra de arte y que sin embargo vuelva a referirlo al todo de su existencia". 

Al término de la lectura, sumé, a este pasaje, el diálogo que mantuve ayer con un ser indolente. Hablamos de los paréntesis y de la verdad incognoscible que los sustancia.  Esos paréntesis que levantan la melena al viento sucede, no en pocas ocasiones, al artista. Y lo sustrae, lo trastoca, lo conduce al todo de su existencia. Incluido Platón, que manejaba melena igualmente, todas las ideas se derrumban en ese instante, pues son inválidas para el raciocinio de la dimensión de ese todo ancho y ajeno. 

jueves, 6 de noviembre de 2014

EXISTE un autógrafo del soneto que se encontró en las guardas de un Trattato dell´amore umano de Flaminio Nobili que había pertenecido al propio poeta. El soneto es una viguería literaria y podríamos decir un artefacto macerado por la virtud y el talento. Más allá de todos los recursos retóricos propios de ese tiempo de la lírica y de los gustos personales del autor, me quedo reflexionando sobre el último terceto del soneto de Quevedo titulado "Desde la Torre". En efecto, los paralelismos, en este caso, son demasiados si lo comparamos con mi admirado Montaigne, pero hay un resolución de toda índole ética en ese último terceto de Quevedo. 

[...]
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquella el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.

Mal que bien, está uno, las más de las veces, recluido en una torre, en un alminar en que canta al aire los sones de una soledad profunda y húmeda. Ese es el literato, el poeta imbricado en la esencia de lo literario. Recluido, solo, en susurro de la transparencia, danzando el rito del silencio y mostrando la cuestión de desnudez. Contemplaciones.  El estudio, la lección es acción y sustituto de la vida. Así es y así lo entiendo cada vez con más claridad, sin tener sobresaltos, sin hacer aspaviento. 

sábado, 1 de noviembre de 2014

EN 1837, Ranieri y Giacomo vuelven a Nápoles no sin mirar de reojo el látigo del cólera que había azotado a buena parte de la población. Lo hacen después de un periplo cargado de viajes, diálogos, pausadas reflexiones, líricas miradas sobre el mundo. Regresan a Nápoles, pero van a Villa Ferigni, pues los médicos habían aconsejado el aire puro, más límpido, de Torre del Greco para los pulmones enfermos del poeta. No serán pocas las noches en que el poeta y el eterno amigo dialogarán, de madrugada, asomados al balcón, de filosofías y pensamientos. 

La escena es conocida; Leopardi está tomando dos o tres cucharadas de menestra que Paolina le había preparado con sus recetas favoritas (no olvidaría nunca el poeta los regalos de dos cucuruchos de cannellini); le había pedido igualmente una granita para combinar la verdura con la deliciosa limonada helada. Fue, quizás, en la segunda cucharada, cuando Giacomo, con la lentitud de los astros a los ojos, dijo: "Siento que me aumenta el asma, ¿podríamos llamar al médico?". 

Desde ese punto, Giacomo fue recorriendo los pasajes previos a la muerte, pero fue lenta, melancólica, sin ningún aspaviento ni desmedida acción. Tan solo se concitaron tres elementos: vida, muerte, luz.  La muerte de Leopardi fue el propio Leopardi, todo él. 
Ranieri trató de reanimarlo con bebidas espiritosas; Paulina no dejaba de colocar en su frente paños que contuvieran el sudor que se deslizaba por la inmensa frente del poeta. En esa escena, Giacomo estuvo ya viviendo la muerte: "Ya no te veo", exclamaba. Otros biógrafos añaden: "Abre esa ventana, deja que vea la luz" o "Adiós, Tottono, ya no veo la luz". Con ello, aumentó su pulso por unos segundos, justo el tiempo previo a que su cuerpo dejara de respirar ya para siempre y manifestara un leve estertor en el lecho final. 

El cólera podría haber arrebatado los restos de Leopardi al mundo, ya que  si no hubiera intervenido Ranieri, posiblemente hubiera terminado en una fosa común, en la "fosa de los coléricos". Sin embargo, Ranieri advirtió desde el primer momento la importancia de la figura del poeta y por ello logró enfrentarse a las disposiciones legales y esquivarlas. Leopardi terminó en San Vitale. 

De ese tiempo y de ese lugar brotan dos composiciones que funcionan como dípticos asimétricos, a saber: "Il tramonto della Luna" y "La ginestra". 

[...]
Más la vida mortal, cuando la bella
juventud se marchó, ya no se tiñe
de otra luz nunca más, ni de otra aurora. 

Leo los versos finales de Il tramonto... y lo hago rememorando la escena final de su vida, el recogimiento y la gracia de su cosmovisión vertida en sus textos. leopardi es para uno sus poemas y sus prosas en Zibaldone.  Un escritor es primero sus palabras y puede que nunca su propia vida. 

En cuanto termino de releer el poema, paso las páginas y comienzo a leer La ginestra. Me había olvidado que el poema estaba encabezado por una cita bíblica, concretamente, la de Juan, III, 19: "Y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz". Tras la cita me entrego a la profundidad de este canto mortal y permanente: 

[...]

De noche en estas lomas,
que, asoladas, de luto
viste el duro torrente y casi ondea,
sentarme suelo; y en la triste landa
de un azul transparente
miro de arriba llamear los astros,
a los que allá a los lejos
hace de espejo el mar, y todo en torno
por el vacío refulgir el mundo. 
[...]


jueves, 30 de octubre de 2014

HAY ciclos dentro del ciclo de la vida. Estaciones de renovación y permanencia, episodios que figurarán tan solo en la leve memoria pero que fueron los causantes de ciertos cambios, de ciertas reconversiones, de los giros que finalmente deciden lo que queremos ser en ese instante; lo que anhelamos, lo que defendemos con soberbias manifestaciones en público y en alcobas. 
Uno parece estar ajeno a ello hasta que se para a contraponer lo que hacía con lo que decía, a recordar cuáles fueron sus prerrogativas y cuáles son ahora sus rosarios habituales. Aquellos dioses de antaño han quedado en el púlpito del olvido o acaso relegados a meros mojones en el camino y en los años.

La idolatría es especular por naturaleza y de ello se desprende que nunca debemos tener ojos ciegos alrededor de lo que enfocamos. Tan solo cuenta la transparencia, lo natural, lo verdadero. Y estas propiedades no pueden explicarse, tan solo sentirse. No pueden definirse, tan polo percibirse. Creer en una cosa o en otra es cuestión del espíritu, de otra dimensión que poseemos pero que no conocemos en esencia. No hemos cumplido el ciclo completo para ello; somos figurantes y sombras. Una y otra realidad se solapan en la palabra que es verdadera, pero esa palabra tan solo llega a advertir, a atisbar, a ensoñar los ecos de esa matriz del origen. La poesía, en este sentido, es develo de la memoria primigenia, danza circundante de esa levedad.  

martes, 28 de octubre de 2014

EL RETRATO de Courbet lo muestra fumando en pipa, pasando las páginas de un libro y con la mano sostenida, en tensión, la mano izquierda, mostrando cuatro dedos. A su lado, Charles aparece fotografiado en 1861. Es el mismo, pero ya es otro. El rictus de su cara sigue manteniendo su minúscula y articulada boca pequeña, el pelo se mantiene ralo por la frente. Lo más punzante, la mirada. Esa mirada torcaz y pendenciera de un individuo alejado de sí mismo. Esa tensión no se mantendrá posteriormente. Luego, en fotografía de Nadar, se muestra a Charles a los cuarenta años de edad. Sin embargo, parece más avejentado que nunca. Las manos metidas en los bolsillos, la chaqueta abierta, el cuerpo prominente y ensanchado, el pelo al aire y con la galopante ausencia en la frente del mismo. Se muestra hierático, rígido, con porte de poeta maldito. De 1865 hay otra foto: es Baudelaire. Serio, compungido, con la distensión en el ceño de la senectud y con una melena de pelo cano, peinada con cuidado. El busto se arroja hacia el lado contrario al que lo hace su cara. Ladeado, en sesgo, muestra sus fauces malditas, desposeídas, poéticas por siempre. Pareciera estar recitando, en el pecho de la noche, amamantado de rito de la transparencia:

aquél cuyas ideas se elevan, como alondras,
libremente hacia el cielo del claro amanecer;
-sobrevuela la vida y entiende sin esfuerzo
la lengua de las flores y de las cosas mudas. 


domingo, 26 de octubre de 2014

EN EL FONDO, cuando alguien te dice que no deberías hacer eso o aquello te está diciendo que él no sería capaz de hacerlo y que mejor no lo hagas, pues eso mismo detonaría más intranquilidad y dispararía sus incontrolables y mediocres instintos. Y puede que pese más, que influya más, la maldita soberbia y acaso la envidia. Tanto es así que últimamente, en cualquier contexto, necesito y busco la transparencia, más que la transparencia, anhelo y deseo la invisibilidad. Deseo ser invisible y vivir con lo puesto, como suele decirse, con lo puesto quiero decir con lo que me gusta, sin más ni más. 
No soporto la falsedad, ni mucho menos los incoherentes actos de infidelidad a los principios. Decir y hacer los tomo como una misma cosa y no me convencen los que manifiestan, a la ligera, afirmaciones rotundas y, al final, terminan por sucumbir al ruido de la muchedumbre, a la ineludible vanidad. 

jueves, 23 de octubre de 2014

DÍAS, idas y venidas, contratiempos. He paseado esta tarde con E. y he vivido. De su mano, ella iba apaciguando los contrarios, los míos, los que me habitan y desasosiegan. A su lado, con sus juegos, sus ideas ya trenzadas en aspavientos a la lengua, sus preguntas, su desnuda mirada, su tacto al aire, el confín de su figura en mis ojos. 

Una mezcla de lecturas poéticas: Boecio, Leopardi, T.S.Eliot. Distintos, igualmente verdaderos. A Boecio no hago más que releerlo una y otra vez; lo mismo que con Leopardi. No quiere uno volverse sordo a la lira, como el asno de Esopo, y por ello recurro a la música serena y limpia de estos autores que, a pesar de que respondan a gustos personales, siempre despiertan lo que Boecio llama "el vigor primero de las cosas", el vigor primero de la luz.
Junto a estos libros descansa el nuevo poemario de Jacobo Cortines, Nombre entre nombres, que llegó ayer por la mañana y que he leído en dos ocasiones al completo. La lentitud en la dicción, -si es posible esta descripción-, la serenidad, la contemplación, los hábitos del hombre que va deshaciéndose de la vida en ausencias, llamaradas del recuerdo; de quien lo proyecta todo en un imaginario origen del que nunca quiso zafarse. 

    

domingo, 19 de octubre de 2014

AUNQUE La tierra baldía contara con la lectura de Ezra Pound e incorporara cuantos consejos transmitía este a Eliot, tengo para mí que Los cuatro cuartetos es obra más personal y verdadera que la anterior. He estado releyendo a Eliot estos días y al propio Pound, también a Yeats. La obra de Eliot, más allá de sus giros personales en creencias e ideas éticamente reprobables para algunos, me parece fundamental para entender el giro de la lírica moderna e, igualmente, contemporánea. Sobre todo porque percibo que en la obra de un autor sucede el paso de la estación fugitiva a la búsqueda perenne del origen. Le pasó a Borges y también a J.R.J. Es el punto en que confluye una consciencia poética en la vida del autor de la que jamás podrá separarse y a la que debe todas las luces y bríos de su escritura. A los narradores de fuste les sucede lo mismo, así como a pintores, músicos y artistas de toda índole. ¿Cómo olvidarnos de los acontecimientos en la vida y en la obra de Caravaggio o en la Miguel Ángel; qué decir de Cervantes o de Shakespeare, de mi tan querido Thomas Mann o del propio Kafka? En todos ellos sucedió lo que denominó "la consciencia del origen" y eso mismo provoca que la creación se incardine como semilla inmortal, esto es, como palabra que principia en el lector una reacción de vida y de estética. Lo manifiesta el propio Eliot con claridad al final de "Little Gidding":
We  shall not case from exploration
And the end of all our exploring 
Will be to arrime Sherlock we started
And know the place for the first time

Como mediación hacia el llamado "misterio" poético que, en puridad, es el misterio de la vida misma, el poeta siente cómo acontece un desvelo de la realidad cuando esa consciencia se instala en la suya propia. Es una idea que los presocráticos ya describieron y desarrollaron y que el propio Hölderlin y Rilke llevaron a la expresión lírica. Sin embargo, Eliot logra acompasar estas ideas antiguas en una nueva expresión. ¿Qué es si no la poesía?

Through the unknown, remembered gate
What the last of earth lery to disco ver
Is that wich was the beginning;

sábado, 18 de octubre de 2014

VOY leyendo con deleite Así empieza lo malo de Javier Marías. A pesar de que Marías recurra a sus procedimientos más notables y característicos, conocidos por los que hemos leído casi todos sus libros,  la novela me resulta portentosa. Una literatura abigarrada, bien trabada, escrita con la profundidad narrativa de quien busca y encuentra todavía en la novela el poder del discurso narrativo y no los placeres prohibidos de otros inventos llevados a la novela. Cada vez me recuerda más a mi admirado Thomas Bernhnard y a Proust y a Conrad. Los arranques, la evolución de la trama, el abalorio de la prosa avanzando a zancadas disformes, el punto de vista con que narra y resuelve las situaciones, la propia estructura general de la obra, los temas que se despliegan desde lo general y los casos concretos, entre otros detalles. Todo ello orquestado y macerado en la edad en que quizás lo malo comienza a recordarse con anhelo. 

[Nota de cuaderno mientras hablo por teléfono]. Cuánto me río con las trifulcas de los poetas contemporáneos, también río con Valèry y con todo lo inútil. Pero, ¿qué es útil para el hombre?¿No es acaso un solo momento de felicidad más necesario que toda una vida miserable? ¿No invade belleza con más fuerza, aunque solo sea un segundo, que toda la banalidad diaria y circundante? Quizás el hombre deba conformarse con esos destellos y nada más. Y basta. 
Decía que unos se convierten en admiradores incondicionales de otros; otros, se levantan en armas contra las amenazas en la cumbre. ¿Qué cumbre, qué parnaso? Pareciera todo una estultífera nave contemporánea en que se mezcla la vanidad con la impostura, la recalcitrante bajura del hombre actual. 

[Antídoto] Hay un verso de Eliot que condensa la condición humana, la condición de la consciencia humana, esto es, la condición de la consciencia de ser humano. 

Times past and time future
allow but a little consciousness.
To be conscious is not to be in time
[...]


Para ello, el tiempo y el espacio deben conjugarse tal y como surgen en la memoria, pero con la limpia predicción de que serán trascendidos. Esa es, en mi opinión, la gran paradoja del ser humano  y, por ende, el territorio en que la palabra del poeta debe edificarse. la palabra proteica debe  hundir sus raíces en esos lodos, fondear en esas aguas, horadar en esas raíces.  
Demediados entre la consciencia plena y la consciencia humana, el tiempo de lo mortal y el tiempo de lo permanente, de la naturaleza de la palabra vivida y de la palabra perenne, de los temas de su tiempo con los temas eternos:


Only through time time is conquered. 


jueves, 16 de octubre de 2014

ME preguntaba esta mañana un compañero, en el trabajo, con amabilidad e interés, acerca de los escritores. Trataba de tener noticias de las supuestas reuniones y de las relaciones que mantienen entre ellos. Pensaba el buen hombre que uno podría solventarle esas dudas o darle detalles o quizás introducirlo en los llamados "círculos" o al menos hacerlo partícipe, verbalmente, de alguna de estas cosas. Pero dio a parar en molino sin trigo. Nada tengo que ver con nada, nada tengo que me una a capilla o reunión o cenáculo de supuestos literatos, pensaba mientras el susodicho amigo insistía en el tema. Comedidamente, buscando argucias lingüísticas por aquí y por allí, terminé por decirle que respetaba sus apreciaciones pero que tenía para mí que todo eso es sobrante de todo punto, es más, le dije, cuando uno se embosca en esos enredos de lo aledaño a la literatura, termina por convertirse en bufón, como todos, pues todos quedan a la espera de que sigas repitiendo lo mismo, haciendo lo mismo de siempre para seguir alabando, para proseguir calificando tus acciones de magistrales y de sobresalientes a cambio de que, cuando ellos actúen de bufones, tú hagas lo mismo. No sé si quedó contento el compañero tras el diálogo, pero a uno le provocado cierta reflexión y sonrisa y algunas líneas escritas a mano en el cuaderno minúsculo titulado Círculo de cuatro.  


domingo, 12 de octubre de 2014

UN día y otro día. Los contornos de los árboles sobre el horizonte, el mar tan sosegado de septiembre, el húmedo mirador en que citamos al infinito, la nube olivácea de figuras imposibles, el cauce del río deslenguando tus tierras, el anuncio prematuro de las marismas, el encuentro prodigioso con el océano, los aires del mar y las melodías de la niebla, el barrio alto poblado de misterios, las casas, palacios ya extintos a los ojos prendidos en el recuerdo, las bodegas y olores que en otoño embriagan, las desiertas calles sin ruido tan claras al sonar de la lluvia en el asfalto. Eso eres, ciudad, en este punto; eso fuiste, ciudad, aquí y ahora; eso serás, ciudad, en ti por siempre. 

***


Al querer rescatar el libro de Paravicino saltó el de Cernuda que, descansando horizontal, lo habíamos colocado no sé por qué razón ni circunstancia. Lo cierto es que agarré La realidad y el deseo que tanto manejamos en el dos mil dos y que leímos, completo, casi sin descanso, en Santander. Llevaba ya demasiado tiempo sin revisarlo. Digo leímos ya que los poemas de Cernuda los leí junto con M.C. por vez primera. Fue ella la que compró la edición que todavía manejamos con cariño y, deslabiados, silabeando, fuimos descubriendo la anchura poética de Luis Cernuda. 

Desde anoche  estoy leyendo de nuevo a Cernuda. Durante los años que viví en Sevilla, más de una década, paseé a menudo por muchos de los lugares en que Cernuda vivió y con los que Cernuda trazó la maravilla de su prosa. incluso, durante unos años, viví en la calle Cano y Cueto, es decir, muy cerca de la calle del aire y en el mismo casco antiguo de la ciudad. Al atardecer, cuando el sol alejaba sus tentáculos de la piedra, las callejuelas iban conformando una suerte de dédalo mágico, de pasadizo laberíntico que tanto no gustaba transitar. poco después, seguí o viviendo en la calle Candilejo, cerca del lugar, más todavía. Con Cernuda está asociada igualmente la lectura de un libro de Octavio Paz titulado Cuadrivio. Con ese libro entendí a Darío y comencé a leer con asiduidad a Pessoa, pero también entendí el sentido profundo del adjetivo "edificante" vinculada  a la palabra poética.
Sigo leyendo, releyendo, anotando sobre las notas como el ser cambiante que soy ahora y que nunca fui. El primer poema que comencé a releer fue "Luis de Baviera escucha Lohengrin". Los dos tonos en penumbra que rompen la tarde. Con todo, el volumen está repleto de recortes de periódicos, anotaciones, tarjetas con citas, dobleces en las esquinas de algunas páginas. Y un subrayado especial que había olvidado y que hoy, con la lluvia tras los cristales, he leído como quien espera el alba. Lo considero una epítome de lo que significa esencialmente ser poeta, un escena irónica,  la poesía misma como revolución y permanencia. Pertenece a Historial de un libro y reza así: "En las noches del invierno de 1936 a 1937, oyendo el cañoneo en la ciudad universitaria, en Madrid, leía a Leopardi". 

sábado, 11 de octubre de 2014


COMO en la música, hay escritores de melodía y escritores de armonización. Los de melodía, -como Mozart-, desarrollan un canto unívoco, prodigioso, cercano al susurro de una madre al oído. Sus versos, por ejemplo, son lábiles unidades, pero sostenidas por una cadencia melódica sublime. Por ejemplo, fray Luis; otro más,  Garcilaso; y otro, Antonio Machado. 
Por otro lado están los que edifican una composición total, de armonías profundas y contradictorias, como Beethoven. Son poetas que en toda su obra dejan ver una aspiración más completa, más eterna, absolutamente establecida por el abismo y el conocimiento de lo no razonado con la lengua. He ahí Rilke; también Pound y Eliot; J.R.J. lo intentó;  por supuesto, Dante. 

Es cierto que, en los cuartetos de cuerda, Beethoven se convirtió, él mismo, en otro. Dejó de ser lo que había sido , con genio, con virtud y consiguió vislumbrar otra realidad musical que, en este caso, es otra realidad al oído y a la mente. Recuerdo haber escuchado estos Cuartetos hace muchos años, cuando comenzaba a tocar el clarinete en el cuarteto de viento cuyo nombre era Attacca.  Jamás dimos un concierto, nos daba igual. Le pusimos ese nombre porque Beethoven deseaba que la interpretación del Cuarteto de Cuerda n. 14, Do sostenido menor, op. 131, se interpretara sin descanso alguno entre sus movimientos. Un continuo de siete movimientos, -no de cuatro, como es habitual- y de una intensidad que deja al intérprete patidifuso. Lo quisimos llamar así porque, por aquel entonces, nuestras vidas eran música, partituras, entusiasmo desmedido por los atriles. 

Pasados los años, leí que T.S. Eliot había encontrado en este Cuarteto la realidad musical y espiritual que le sirvió de origen para escribir sus Four quartets, obra que tengo por la cumbre de su lírica y que admiro cada vez más. Eliot había escuchado con perplejidad la música de Beethoven en que el músico alemán era menos Beethoven, había asimilado que cuando el tiempo se cuartea, como una tierra ávida de agua, todo confluye en una misma cosa. Quizás Eliot también advirtió, como lo hago ahora, después de tantos años, al escuchar los Cuartetos, que el arte propone una nueva organización de la realidad y que la transgrede, la transforma, la ensancha, la armoniza cuando el hombre solo pueden advertir un canto monódico.  Puede que Beethoven nos acercara el lenguaje de la muerte en la vida, de lo oculto a lo visible, de lo inaudito a lo sonoro.