miércoles, 25 de diciembre de 2013

QUISIERA que, una vez leídos todos los textos, este diario fuera como la corriente de agua que menciona Heráclito, panta rei Un cuerpo uniforme, coherente en su sentido, estático y casi inamovible, pero atravesado, en su interior, por diversas corrientes de letras que provoquen que, aunque parezca que estemos leyendo el mismo texto, estemos en otro distinto. Ningún texto idéntico al otro, pero naciente de la misma concepción generadora, de la misma e irrenunciable matriz del centro indudable. Ars vivendi en una conjunción y armonía que convocan una música para el espíritu.   

Hasta este punto, camino de los siete años de escritura en un diario ininterrumpido, con miles de enunciados, palabras, creo que la escritura, y con ella, el pensamiento han sufrido un viraje hacia el íntimo meditar. Una meditación es la última estación que persigo, la idea que vertebra que, cada día o cada semana, comience a escribir. Con ese ejercicio me alejo de mis propias sensaciones y tamizo la lectura en la dimensión de la escritura. Cervantes fue clarividente para la literatura y, dejando a un lado el trópico en que se cruzan vida y literatura, nos dejó a las claras en su novela que el lector debía leer activamente y sin más pretensiones que la de escribir la lectura con ingenio. 
Los antiguos, y así los renacentistas y barrocos, románticos y posromanticos, ejercieron de imitadores de los grandes espíritus. Imitación en el sentido de recreación de los moldes que hacen al mortal. Por ello, las obras de estos periodos son inconmensurables a diferencia de las fugaces y avenidas intenciones sociales de la literatura. En la actualidad, ningún texto quedará en el corpus de obras que nombran lo permanente; mucho menos las que hoy poseen la antigua y falsa fama literaria.        

La meditación de un lector es la pretensión última. Que todo quede acordado por la lectura como el principio genésico, pero una lectura creativa y recreativa, alejada de egoísmos que matizan las obras, que sentencian los predicados. Eso es ser ruin y demediado. Leer, leer y participar en la lectura como un niño que está aprendiendo el sonido, la unión, las relaciones de las palabras con el mundo. Porque esa es la literatura verdadera, la palabra justa y bella y virtuosa, la que detona dentro de uno mismo la sensación de que está, cada vez, está uno conociendo la realidad a través de las palabras.  

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Con el calorcillo humano

Puede huir o pude uno retirarse de lo inconmensurable, pero jamás de la mediocridad. Esta lección la aprendí con la lectura de la "Carta de Lord Chandos" dirigida Francis Bacon. Un texto incisivo, agudo, de preclaras ideas y mejor definición semántica. 
No existe en el abandono el entumecimiento de la mente, sino la perplejidad ante la imposibilidad de concertarse con la dimensión de la Belleza en algunos de sus grados. Esta consciencia, que vertebra el escrito de marras, conduce al escritor a un recogimiento, pero no a una huida. "Toda la existencia se me aparecía, en aquella época, como una gran unidad", afirma el sujeto lírico. Es la demostración de la polifonía vital con la que el mortal encuentra, cuando la razón luminosa lo permite, el vacío, la ínfima presencia de su vida. Eso mismo puede llevarnos a un recogimiento o, quizás, a una perseverancia íntima.     

La sentencia que incardina este texto con otros de la antigüedad y que imprime en su sentido una significación suprema es: "Todo estaba dentro de mí". Lo es porque supone una dilogía. Hay quienes ven en esta afirmación la vanidad encarnada: yo soy todo lo posible y conmigo me basta (la postura más común en el mundo contemporáneo y en el arte contemporáneo). Es la actitud que provoca que al poesía, pongo por caso, haya quedado recluida en camarillas o cenáculos o grupúsculos de profesores o críticos o aficionados que defienden una estética o desdeñan las variantes artísticas por fraudulentas e infames. Por otro lado, los que tañen la soledad sonora en el silencio del aire sin más presencia que su propia voz recogida. 
Pareciera que el poeta hubiera alcanzado otra consciencia que lo conduce a otra articulación de la lengua: "una lengua de cuyas palabra no conozco ni una sola, una lengua en la que me hablan las cosas mudas".