jueves, 26 de diciembre de 2013

NO son los creadores más laureados ni más preteridos, pero tengo para mí que Corelli y Caravaggio comparten alguna misteriosa relación entre sus creaciones; o, quizás, esa relación entre los dos solo se establece en mi mollera con la figuración de la música en las escenas de vihuela tan carnosas, tan vivas, tan desnudamente musicales.  
Los concerti grossi de Corelli, si bien tuvieron fama y difusión en vida, han quedado como antiguallas musicales a los oídos de algunos que no podemos dejar de escucharlas por dulces, penetrantes y platónicas. El diálogo entre el solista y el resto de la orquesta, que anticipó para la música la forma plena de la sonata a la manera de Beethoven o de Mozart, provoca una catarsis en el que escucha. Me imagino siempre asomado a un balcón de un palacio en Venecia con esa música acordada por el desboque del sol entre as aguas, ante la caída de la luz en la diversidad de la laguna, en esa luminosidad demediada con que Caravaggio impregnaba sus cuadros. Sueño esa lentitud en Venecia, en sus puentes, en sus recovecos solitarios, en la cercanía de las aguas y de las figuraciones del cielo en la tierra.   


La música de Corelli es puro estoicismo: la alegría se difunde con la fragancia de la melancolía, conviviendo ambas en el seno del hombre que contempla. Así, Caravaggio, epicúreo y complementario. Michelangelo Merisi di Caravaggio pintaba escenas religiosas en su mayoría pero con la transgresora presencia de la realidad en los ojos, de la realidad abierta, sensual, simbólica, sanguinolenta, la misma realidad que él percibía y vivía. No hay más que contemplar el retrato que le hizo Ottavio Leoni para caer en la cuenta de la magnitud de su desesperanza, pero, igualmente, al observar sus pinturas, sobre todo, las escenas musicales, de la dulzura convocada, la exquisita y exuberante elegancia en la atmósfera. Los cuerpos blanquecinos, los instrumentos, las frutas, las partituras, los labios entreabiertos casi silabeando la música. Todo ello solo puede provenir de una sensibilidad suprema, vertebrada por la melancolía, pero que cuando se despliega es insuperable en sus formas. Me fascinan sus interpretaciones de San Jerónimo, tanto meditando como leyendo. Todo se reduce a un hombre trascendido, simbólicamente rodeado, pero ejecutando una acción humana de alta moral. hay en el músico y el pintor una naturalidad exasperante y deseada, sobresaliente, que de tan natural artificio trastoca al hombre que las interpreta. Porque el arte, cuando se ejecuta desde la verdad es natural y vivido, es justicia encarnada. Todo lo más alejado al artificio en sí y los ornatos del momento. El poeta debe aspirar a que su discurso penetre en el tuétano desconocido de la sensibilidad para trastocarlo todo como si no hubiera sucedido nada en el artificio. El arte natural y armonioso, el decir sibilante y susurrado de la palabra, sin encrespadas sonoridades, sin devaneos formales para que el coro de grillos que cantana a la luna aplaudan y elogien y afamen.   

No se me ocurren palabras mejores y más ajustadas a las sensaciones que uno y otro me transmiten que las que Gracián escribió en Arte de ingenio, Tratado de Agudeza,  "Discurso III, Variedad de la agudeza": "Una agudeza grave por lo sublime de la materia y sutil por el realçado del artificio es acto digno de un Ángel".