martes, 12 de noviembre de 2013

E. prefiere la K.545 de Mozart por encima de cualquier música. Juega, todas las tardes, con un teclado y le gustan sobre todo los sonidos agudos. Cuando lleva su dedo a las escalas agudas lo hace lentamente, pero cuando se dirige a los graves, casi aporrea el teclado. Ríe muchísimo y yo con ella. Cuando selecciono algunas músicas (hablo de Alla turca, Para Elisa, Marcha Húngara o Nocturnos) ya dice: "otra". Sé que esa palabrita significa que vuelva a poner la K.545. Nada más ponerla, ella vuelve a sonreír y a ladear su cabeza de un lado a otro. Los que creyeron conocer la composición la llamaron Sonata facile o Semplice y es eso mismo lo que me indica que la composición abriga exactamente esa naturalidad inalcanzable por el adulto. Creo que Mozart vivió constantemente en la dimensión infantiloide de la realidad.   

Cuando el episodio concluye y E. solicita otros juegos, me quedo pensando en todo ello y en todo logro entender la existencia de algo que solo E. vive plenamente. Uno se siente mermado a pesar de que nos parezca a los adultos todo lo contrario; de la realidad tengo por seguro que E. la recibe en la polifonía original que jamás volverá a entender mi sesera.y por ello la observo, río cuando ríe, me vuelco cuando se vuelca y, por supuesto, sigo escuchando, ahora en la mañana en que escribo estas letras, los secretos de la K.545 que no entiendo.