martes, 26 de noviembre de 2013

ASÍ lo escribió Valle-Inclán: "Nuestros sentidos solamente son gusanos de luz sobre el místico y encumbrado sendero por donde la humana consciencia transmigra en las cosas, [...], convertidas en intuiciones eternas parecen despojadas de su sentido efímero". 

Estas palabras pertenecen a  La lámpara maravillosa y no se está refiriendo don Ramón María a la poesía ni al arte, cosa que expondremos a la postre, sino a la vida misma, a la vida del mortal, a su vigilia, como manifestaban los griegos. Así las cosas, esta secuencia del escritor gallego es una manifestación tan manifiesta y verdadera de verdad que ajusta a lo nimio la poesía y al hombre-poeta de este tiempo que corre acelerado y sin norte. 

Escribo estas notas en la mañana de invierno. Suena Beethoven, concretamente  el Adagio molto e cantabile de la Novena sinfonía; sin dudas, un pasaje de prodigio ensombrecido por la grandeza y sonoridad del tema principal de esta composición. Sin embargo, como los textos de Valle-Inclán, a poco que uno se atiene a la quietud y al estarse en uno desde la armonía, entiende que en este fragmento, como en los textos del gallego, anidan verdades múltiples y múltiples moradas de lo bello. 

Decía que Valle prosigue en este fragmento hasta extenderse en consideraciones estéticas aun habiendo partido de lo ético. Leemos: "El poeta, como el místico, ha de tener percepciones más allá del límite que marcan los sentidos. [...] Acaso el don profético no sea la visión de lo venidero, sino una más perfecta visión que del momento fugaz de nuestra vida consigue el alma quebrantando sus lazos con la carne."  

¿No son estas percepciones del escritor de marras las que notamos y sentimos con la lectura de los textos de san Juan de la Cruz, de Baudelaire, de Rilke, de Hölderlin, de Novalis, de Juan Ramón Jiménez o del propio Valle? ¿No está, en ese despojo de lo efímero, la permanencia del texto con su verdad y esplendorosa belleza? 

Estas ideas de vínculo entre lo místico y lo material, entre la poesía y lo eterno siempre me recuerdan a la musas y a Virgilio: "Musae poetarum patronae sunt. Musica est grata Musis", escribió el autor de Eneida. Claramente, las Musas representaban, para el mundo antiguo, esa vivencia de lo venidero que arrancaba en lo pasado. La consciencia plenaria del poeta es la que consigue la estática estación sin Tiempos. Todo uno, todo eternidad del verbo. 

Por último, en La lámpara maravillosa, el lector queda atosigado de tanta belleza expresada y de tan prodigioso agrupamiento de certezas irrevocables. Evoca tanta placidez este texto y tanto deleite; para mí, tantas certezas alejadas de lo que por lo menudo me encuentro en poetas contemporáneos que solo añoran la vanagloria, que solo desean el silabeo de lo infame. Pues el arte forma parte del tránsito, el arte desde la pureza del espíritu y de la estética: "El Arte es nuncio de aquel divino conocimiento cuando alumbra un ideal de consciencia, una razón de quietud y un imán de centro, plenarios de vida, de verdad y de luz.