viernes, 13 de septiembre de 2013

RECUERDO las tardes en que abría el cuaderno de papel pautado y comenzaba a esbozar una armadura musical. Costaba tanto esfuerzo desplegarla: integrarle la tonalidad, ajusticiar la música con sostenidos y bemoles, pensar en la base armónica y, sobre todo, el tempo. Sonaba Bach en la habitación cerrada, paraíso artificial, divina porción de la geometría. Al poco tiempo agarraba el teclado y trataba de entonar la escritura. Un horror casi siempre, una nefasta y paupérrima melodía apenas se podía desentrañar de todo aquello. No me importaba en un punto el valor de aquellas notas ni que nadie pudiera llegar a escucharlas alguna vez. Era un deleite individual, una sopesada manía que provocaba un encuentro. El fruto de ese encuentro es la consciencia de uno mismo.    

Para un genio, esta composición está integrada en su talento. Como un juego, todo es un magma fecundado por su voluntad y su inteligencia. No hay previos tanteos ni sucedáneos en la composición. Viene dada, proviene por entero hasta que su mano la ejecuta sobre el pentagrama. 

La composición poética es muy similar. La materia esencial, la palabra, es solo el último reducto de la acción. Lo que se produce en el origen de la creación poética sucede en la mente del poeta con toda ausencia de verbo. El verbo fue el principio para los mortales, pero no para el demiurgo. El entendimiento del tiempo para el hombre es la consecuencia de su discurso y a la inversa. No así para seres de otras naturalezas. El tiempo es la sintaxis contraída y aglutinada del ser.

Así, con este entendimiento cabalístico, la poesía estará siempre, por naturaleza, desligada de su origen, de la matriz sensorial que la propició. Esa es la virtud a la que puede aspirar un poeta, apenas a resguardas rescoldos del momento ígneo del origen. Un origen habita en el lector cuando lee los textos, que en ocasiones llamamos clásicos, siguen transmitiendo aspectos de esa naturaleza primigenia. El hombre es uno y el lector es uno que se reconoce en ese espéculo verbo desasido.   

En ese punto me encuentro en la lectura de poemas. Es un umbral de piedra todo lo que rodea al ser, al ser de la poesía.