viernes, 6 de septiembre de 2013

HOY he tomado entre las manos el libro de Pessoa. Su lectura la realicé en los meses en que viajaba al tren cuando me dirigía al trabajo. Era de madrugada cuando sucedía la costumbre de leer. Con un lápiz, el libro era el panorama que mis ojos confiscaban cada mañana, en cada amanecida. 

Lo inundaba todo aquella lectura y el ser que se agazapaba al final de la misma; el escritor, el creador, el indolente desmesurado. "El arte nos libra ilusoriamente de la sordidez de ser", escribe en Libro del desasosiego, así recuerdo la sentencia a poco que huelo el agrio paso de los días. 

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Cada día, antes de comenzar a escribir en el diario, -que cumplió ya siete años de ininterrumpida cita-, pienso qué hay tras estas letras, qué empuja a esta incesante manía de escribir, de narrar, acaso de establecer qué soy quién somos. 

Con el tiempo, esas ansias se han mantenido, pero ha ido creciendo un estupor enorme por todo lo relativo a lo humano, una aversión fortuita hacia el hombre mismo y su actividades. No sé si con el paso del tiempo se irá moderando esta insatisfacción e incomprensión de todo, pero deseo que así vaya modulándose este asunto. 
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No deseo escribir más. 

Tengo un anhelo profundo de silencios y de auroras.