sábado, 14 de septiembre de 2013

ES una trama extraña la vida. Me levanto cuando el filo de la noche supura en el lucero. Todos los días, al despertarme, leo las palabras que cuelgan del cuadro que tengo en mi habitación; son unos versos de Virgilio: Musae poetarum patronae sunt. Río en demasiadas ocasiones cuando las silabeo y poseo la consciencia de lo que encierran y suponen para mí. Las musas, me repito, las musas...

Las palabras rodean la imagen de una reproducción del mosaico del siglo III que representa al poeta custodiado por las musas. En la mano izquierda, sostiene un rollo con unas inscripciones que apenas si uno se esfuerza en leerlas, podrá encontrarse con las siguientes palabras: 

Musa mihica sasmemora quonumine laesoquidve

Sin embargo, desde el primer momento en que pude ver el mosaico, allí, en Túnez, el misterio siempre ha residido en la postura de la mano derecha, una mano que gesticula y ofrece símbolos.

Desde aquel día no he dejado de buscar una explicación. La mayoría de estudiosos ha pensado que los dos dedos aparecen así porque está sujetando el calamus. Por contra, el objeto no se ve representado. ¿Un juego imaginativo sobre la escritura? ¿Una metáfora del prodigio de escribir? Durante mucho tiempo pensé que el mosaico representa la ausencia del cálamo ya que son las musas, directamente, las que llenan el discurso. El cálamo para el escritor no es más que un invisible objeto cuando llega la música armónica revelada. Otros estudiosos, apuntan a un gesto con que el poeta trata de alejar la mala fortuna. Pero, hace unos días, leí otra interpretación que, por el azar objetivo que supone, me ha dejado meditabundo. . 

Gerard Minaud  propone otras lecturas posicionándose desde el punto de vista matemático y numérico. A saber, estaría indicando con el gesto el número nueve mil ochocientos (número aproximado de versos de la Eneida); también podría estar indicando solo unidades y decenas (pues la otra mano la tiene ocupada) y, por tanto, el número ochenta y tres.  

El prodigio de la cábala llega cuando Minaud explica que la palabra número ochenta y tres es la que sigue al texto antes citado, la palabra que sigue a laesoquidve. Se suprimieron, con la revisión del texto por parte de Varius y Tucca, veintiséis palabras del comienzo. La suma de las suprimidas más los cincuenta y tantos versos del comienzo y las palabras escritas y que aparecen en el mosaico, suman ochenta y dos. 

La palabra ochenta y tres es la que falta y la que está señalando Virgilio. ¿Saben cuál es? Cuando leas este entramado, entenderás mi desconcierto, querido Lucilio.  

DOLENS.