jueves, 22 de agosto de 2013

SERÁ el destino o bien naturaleza, la evolución del individuo o las libres asociaciones que nos determinan, pero cada vez más, deseo tan solo leer y escribir y vivir en armonía. Me importan pocas cosas más allá de estas actividades, tan solo la consciencia ética de mi labor profesional que tampoco abandono. Realmente, no sé si es desasosiego, pero desde luego no es un desengaño, es una sensación de estarse vivo muriendo, de perder días y tiempo (ah, limitación) en banalidades y en cuestiones mediocres.

Incluso la mayoría de los individuos poca falta me hacen; rechazo lo social y sobre todo me indispone la mediocridad imperante. Creo que este es el síntoma de la época actual: los mediocres emplazan sus acciones a conseguir logros eventuales y pasajeros por encima de cualquier otra cuestión. Se olvidan, quizás porque jamás pasó por sus consciencias, de la importancia de ser, de la cordialidad y de la educación por encima de otras tantas cuestiones frugales que, sin embargo, los turba y desenfrena.

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Por la madrugada me quedé leyendo algunos poemas de Diego Hurtado de Mendoza. Me gustan sus tanteos en los nuevo metros italianos de entonces y cómo, este excelente bibliófilo, mezclaba los nuevo y o tradicional. Es un ejemplo antiguo para tiempos modernos. Además, en sus poemas hay música del idioma nunca extrañeza ni experimentos, sea cual sea el metro y la estrofa. Eso es una virtud escasa y, para mí, esencial.