domingo, 11 de agosto de 2013

LA obra de arte no transmite la vida de un individuo, pues ese individuo dejó de ser su nombre para ser mortal, unidad plena. Es por eso por lo que esas obras nunca terminan de decirlo todo. Tal es su naturaleza que sea el hombre que sea el que se acerque y las contemple o las lea o las escuche hallará restos de su propio origen. Esa es la obra adjetivada como "clásica" y de la que muchos se alejan en estos días porque las creen antiguas.  


De un tiempo a esta parte, tengo la convicción de que las historias de la literatura dependen en demasía de las cualidades de los lectores. Puede una tradición poseer a un escritor genial pero no al lector que descifre esa genialidad para el resto de la sociedad. 

Son tan importantes los lectores virtuosos como los creadores. Sí, los unos no existirían sin los otros, pero para ser escritor de fuste hay que haber sido, en algún momento, en algún espacio, lector virtuoso. Ese es el mal endémico de la literatura actual, los escritores solo leen a los amigos, a los compañeros de comparsa, a los que, en pocos minutos, terminan ensalzando la obra como la revolución literaria. Es el punto, querido amigo, de no retorno, pues has instaurado el reino del ego en tu vida.