lunes, 15 de julio de 2013

LIBROS encima de la mesa de todos los pelajes. Poesías, ensayos, novelas que presentan múltiples temas entrelazados por el ánimo del lector que lo jalona todo. La maquinaria de la lectura. Al verlos en la mañana pienso que las bibliotecas conforman el itinerario de toda una vida, que terminan siendo la cartografía de los intereses particulares, de los estados de ánimo, incluso, de los compromisos del lector o de los lectores que han ido edificándolas. 

Así, los libros que uno selecciona en una tarde o durante unas semanas y que deja encima de los sillones o en una silla del salón o en la cocina son las boyas que evidencian cuáles son nuestras inquietudes durante esos días. Es cierto que de esas selecciones esporádicas nunca se hace cuenta el lector, pues su memoria se va conformando con un todo, en un cauce profundo. Sabe el lector que esa eventualidad será sustituida por otra y por otra más pasadas las semanas y que lo que hoy nos desvela y nos conmociona puede que mañana quede aletargado en una esquina de las baldas como meros testimonios del paso de nuestra consciencia por el asunto. El lector sabe de su frugal condición, pero jamás la abandona por finita. Su vida es selección continuada, y ¿no lo es al fin la vida misma? 

Esa naturaleza del lector me conmueve, me resulta una sinécdoque de nuestra condición, pues encuentro pocas similitudes tan ajustadas a la vida como esta que menciono. Sabe el lector que su labor es insondable, que siempre habrá un volumen que jamás leyó, que su deseo será irrealizable. Una acción que se va haciendo lentamente, con el paso del tiempo vivido y contra todas las argucias de la vida contemporánea. Incluso podríamos afirmar que el lector, en estas décadas de imperio tecnológico y, sobre todo, audiovisual, ha quedado relegado como figura de antaño, que guardaba silencio frente a un texto durante horas, días, semanas, meses. 

Tengo la convicción de que el conocimiento no es algo que comience en el conocimiento mismo. Cómo nos acercamos al mismo, cómo estructuramos la relación que mantenemos con él nos condiciona. La lectura silenciosa, en papel, con un lápiz en la mano que subraya pasajes, ideas, que escribe la propia lectura. Pocas cosas van perfilándose tan claramente como la acción de leer. Leer para vivir, con Flaubert.