jueves, 18 de julio de 2013

ES la noche. La noche tan profunda.
Silenciosos destellos y palabras...

Releo la carta de Lord Chandos a Bacon. Algunos pasajes, junto a algunos fragmentos de las cartas de Rilke o de Kafka, los tengo clasificados. Los leo con parsimonia. He decidido que no voy a transcribir ninguno en este diario, porque este cuaderno sigue siendo, tras siete años de escritura continuada, esencialmente un lugar de anotaciones, quizás, de apariciones de lo que realmente soy. 


Chandos expresa cómo en el retiro encontró el estallido de realidad que escapa y malea los límites de las palabras concentradas en un diccionario. Cuando estuvo en su retiro, comprobó cómo lo más cercano, la materia más unida al hombre es siempre inadvertida aun siendo maravilla inexplicable. En esa inmensidad las palabras son meros sucedáneos; acaso el poeta comprende que la lengua (y los lenguajes) no han dicho nunca lo que es. La realidad no sucede sucesivamente, es un todo, polifonía, armonía cuando brota verdadera. 

De tal manera observo el cuerpo de esta bitácora. Miles de palabras, giros, cientos de ideas acumuladas, lecturas y vivencias prescindibles todas para que lo que hubiera ocurrido en mi consciencia sucediera. Chandos, trasunto de Hoffmannsthal, llega a la evidencia de que los conceptos instaurados a través de las palabras, la meras palabras, es una insuficiencia frente al cosmos. Expresa el poeta la sensación de haber entendido la fusión entre lo material y lo espiritual como un todo. En este punto me encuentro.