domingo, 30 de junio de 2013

HE estado leyendo algunos pasajes de los evangelios apócrifos en la edición de mi admiradísimo Antonio Piñero; el protoevangelio de Santiago, el del pseudo Mateo. Me han interesado, sobre todo, los pasajes referidos a la infancia de Jesús y los que tienen como eje central el nacimiento y la infancia de María. Todo ello ha supuesto un ejercicio de reconciliación y de entendimiento extraordinario. 

La poesía debe conducir a un abismo rítmico, ella misma debe contener la música del mundo en sus arterias. Esa música es fónica, morfológica, semántica y suprasignificativa. Como el destello que observamos en el horizonte que no acaba de pertenecer a ningún otro ángulo.


Más que nunca comprendo el rechazo de Platón hacia lo literario, más que nunca, excepto la semilla inmortal.