domingo, 23 de junio de 2013

ANOCHE, cuando leía un texto sobre los misterios de Eleusis, comencé un diálogo de luz. Un fluir de la consciencia; palabras, textos literarios, incluso algunas risas en todo ello. Pensé en Triptólemo recibiendo espigas de trigo entre Perséfone y Deméter. Cuando desperté, mantenía una espiga verde de trigo en la mano derecha. La olía con delicadeza y fue entonces cuando supe que tenía que esperar hasta la primavera. 

Así la palabra literaria, lo que llamo lo poético. El poeta verdadero no se sitúa frente a la poesía, no trata de razonar los elementos de la poesía. El poeta debe integrarse con lo ético y esa fusión conduce a la ética-estética. La palabra abarcando el eco coral del universo. Como el alquimista, el poeta debe anular el factor tiempo de toda su creación; conseguirá con ello la palabra eterna y perpetua, la que se convierte, en cada estadio de la humanidad, contemporánea.  Hay ejemplos de ellos en Manrique y en San Juan de la Cruz, también en Virgilio y en Dante, por supuesto, en Rilke y en Juan Ramón Jiménez. 

Esta es la enseñanza de la naturaleza, es evidente cuando el espíritu está límpido y ha pronunciado las dimensiones de la noche oscura. Luz de luz y respiración para contener el mundo en cada bocanada.  La aproximación racional hacia lo poético no termina de mostrar toda la realidad velada en lo poético. Escritor y lector deben pertenecer a la misma contemplación. Cuando el escritor o el lector se creen en supremacía, se produce el  alza del ego: sé este dato, interpretar de esta manera, el texto es lo que yo soy. 

El poeta verdadero se sitúa de forma distinta ante la estética, parte de un origen ético evidente e insoslayable: intuiciones como lector, revelaciones com escritor. Ni lo uno ni lo otro, no se escoge desde el raciocinio ni desde el positivismo. Aplique la técnica a cualquier disciplina y estará creando meros artefactos eventuales. Reciba, al contrario y  aun sin saberlo, la revelación y su obra será misterio y naturaleza de lo permanente. En este tipo de obras el yo se disuelve y se hace categoría, pasa de su anécdota a la categoría que lo acoge, sobrepasa todo rastro del ego, que es la perdición y la anulación de todo entendimiento.