lunes, 29 de abril de 2013

UNAS notas de humor y de socarronería deberían ir veteando este diario. La risa es una necesidad para afrontar la alegoría de la vida. Situaciones diversas, a veces, contradictorias, que detonan demasiadas preocupaciones vacuas y sin sentido. La risa, me digo, escribir desde el prisma del humorismo y la ironía, como este recuerdo de Claudio Rodríguez que me persigue desde que se presentó el sábado para descargar sus improperios sobre todos los presentes.

Una gorra, llevaba Claudio una gorra y venía bien cargado, casi sin poder articular palabra. Pero, qué claro lo dijo todo, qué discurso tan limpio y rotundo. Señores, ahí os quedáis, rompió él al final.Y allí nos quedamos, supongo que ajenos los más, sorprendidos los menos, y riendo uno en solitario, como si nadie entendiera que lo único que me salía por la boca era: "pío".

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Pensando en la Literatura, en la ética-estética, caigo en la cuenta de que hay una cuestión latente en todo esto que no he advertido hasta ahora. Decía no hace mucho que el último libro había traido en limpio la verdad en la vida, tanto por la virtud de los actos y como de los silencios siniestros del prójimo. 
El tema que encierra toda esta cuestión es el del cuepo y la mente. Para Platón el alma es preexistente al cuerpo y la razón. El eros es la fuerza que impulsa y ventea el alma hacia su origen. 

El eros es el anhelo de Belleza. Por esta causa, cuando una obra literaria está motivada por esta fuerza, es pura, verdadera y justa; el autor trata, en la medida de su entendimiento como mortal, de participar de la belleza originaria. Esta consciencia de la insuficiente vrtud del verbo para aprehender toda la Belleza es lo que conduce inexcusablemente al escritor hacia la humildad. Allí debe anidar su vida y su palabra.