martes, 19 de febrero de 2013


Parece que, en las primeras horas del día, cuando uno comienza a levantar no solo su cuerpo sino su espíritu, cuando el cuerpo deja de ser una escala horizontal para convertirse en erguida presencia, el mundo, todavía, contuviera los ecos de la noche y las causas primeras de lo bello.
La razón pertenece aún a la ensoñación y no ha fijado su atención a las banales manías ni a las cotidianas acciones. Navega por los sueños, su reacción se acoge a los mecanismos de la vigilia, del duermevela. En ellos, en esa transición de lo soñado a lo que pensamos vivido ocurre el mundo de otra forma, se muestra el mundo de otra manera a los ojos y al alma. Encaminarse a la esencia de esa frontera entre la consciencia y la inconsciencia, la noche y el día, el silencio y la palabra, es tarea del poeta. Él traza una trayectoria en que refulge el fuego de la creación.  

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Reviso algunos cuadernos. Clara fontana, Cuaderno del caminante o Cuaderno de Leonardo y compruebo que son más los intentos de escribir que la escritura consumada. La mayoría comenzaron su andadura en Italia o en Londres. Al abrir sus páginas y al observar la caligrafía que los tatúa, he deseado tomar para mi memoria aquellos días de azules palaciegos o aquellas tardes de grises paseos por la ribera del río. Ni uno ni otro me siento ahora, soy ajeno a lo que fui y a lo que estoy siendo. Jung decía: “yo soy este haz de lo realizado y lo pasado”. Esta inconsistencia del presente es necesaria y fundamental para la creación artística, aunque conlleve incomprensiones de los allegados y acaso del que lee ahora estas anotaciones.  

Porque quizás existe una idea arquetípica de todo en el inconsciente y las visiones del poeta no sean más que fenómenos creativos que, a pesar de parecer lo contrario, objetivan lo subjetivo. Hoy no creo que la lírica sea el género más subjetivo y personal de creación, sino el que acerca, de la forma más plena, lo subjetivo a la objetiva realidad que traspasa las razones empíricas. No dice lo que siente un individuo, sino lo que la humanidad. La poesía que explica a un solo individuo termina en la lamentable vanidad a la que tan acostumbrados nos tienen los bardos contemporáneos.

Es muy lábil la frontera entre el individuo y la consciencia de lo mortal y, en demasiados casos, nunca se logra descender a la condición de mortal. El miedo, el terror a lo sublime, ya lo trajimos aquí.

Ningún científico ni ningún antropólogo, sea este de la especialidad que sea, ha logrado explicar por qué un poema y el porqué del mismo; de una pintura o de una composición musical. No lo harán nunca, la materia que menciono pertenece a otras razones que, precisamente, no contienen causas permanentes e idénticas.

Cuando el poeta concilia, con todas las rémoras de nuestro entendimiento, con su palabra y con la ayuda del ritmo musical ese universal que nos hace mortales desde su percepción subjetiva, surge la emoción y lo que llamamos misterio poético. Es una revelación de símbolos y visiones.

De una manera o de otra, el hombre persigue el bien, la verdad y la belleza. Puede que a la contra o puede incluso dudar de esta iniciativa connatural para situarse y creer justamente en lo contrario. Pero, en cualquier caso, siempre son referencias estos términos y estas actuaciones para el mortal y en el arte.